Niños indígenas desplazados: su historia en las aulas

Niños indígenas desplazados: su historia en las aulas

Mariluz Chamurro es una de los más de 500 niños víctimas del conflicto armado, pertenecientes a grupos étnicos, que estudian en los colegios oficiales de Bogotá

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octubre 08, 2015
Niños indígenas desplazados: su historia en las aulas
Foto: Julio Barrera

Tiene 11 años de edad y su memoria le oculta constantemente sus primeros seis años de vida. Aún le parecen inverosímiles las historias de María Alicia Sabú Sabai Garamá, su madre, cuando le cuenta que desde muy temprano corría descalza por los sembrados de maíz y plátano en Deté: el municipio del Atrato Medio colombiano que la vio nacer en cuna de emberas dobidá.

Su nombre es Mariluz Chamapuro y siente como si fuera mentira cuando su madre le confiesa que, a los 2 años, ya balbuceaba palabras de esta lengua indígena, y jugaba burco con los otros niños. También que la familia chocoana con la que creció en Tutunendo, Chocó, no fue la primera que tuvo ni a la que realmente pertenece.

Transcurría el año 2008 en Deté, cuando María Alicia, una indígena embera de 45 años, se la tuvo que entregar con dolor a una mujer chocoana porque los problemas de alcohol de su marido y la falta de apoyo le impedían vestir y alimentar a Mariluz y a sus otros ocho hijos al mismo tiempo.

Con Mariluz lejos de casa pasaron más de dos años. Pero como si no fuera suficiente, en 2010 la distancia entre madre e hija se hizo más grande.

Debido a amenazas de la guerrilla contra la comunidad indígena en esa zona del país, María Alicia tuvo que salir de la finca que compartía junto a más de 900 emberas chamí, katío y dobidá, para buscar un nuevo rumbo que garantizara la tranquilidad y la calma con la que habían vivido durante toda su vida.

Según la Agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR, entre 1997 y 2011 106.562 indígenas fueron desplazados en Colombia.

Foto: Julio Barrera

Foto: Julio Barrera

A un alojamiento en la localidad Los Mártires, en el centro de Bogotá, llegaron según el Registro Único de Población Desplazada (RUDP), más de 1000 indígenas entre los que se encontraba Alicia, con el objetivo de tener de vuelta la tranquilidad que habían perdido en los departamentos de Chocó y Risaralda durante el 2011.

Pero la calma nunca llegó al corazón de María Alicia. Por el contrario, sintió una fuerte corazonada por su hija Mariluz, a quien había dejado hace más de dos años en el Chocó. Por eso vendió collares y manillas en la Plaza España, en el centro de la capital, y reunió dinero para regresar al Chocó.

A su llegada a Tutunendo confirmó el presentimiento que la hizo regresar, pues su hija, Mariluz, estaba siendo maltratada por la familia a la que se la había encargado en 2008. “Cuando nos volvimos a encontrar ella me dijo que le estaban pegando mucho. Yo me la llevé y la traje a Bogotá”, cuenta María Alicia.

Pero ese no fue el único hallazgo que hizo. Mientras su hija le hablaba sobre su vida en el Chocó se dio cuenta que ya no usaba más el idioma de su comunidad y entonces supo que lo había olvidado por completo. “La niña ya no habla más el idioma de los emberas, ahora habla español”, confiesa apesadumbrada.

Bogotá: una ciudad donde se puede ser embera

 

Foto: Julio Barrera

Foto: Julio Barrera

A pocos minutos de empezar la jornada, la algarabía y el desorden en los patios del colegio distrital Liceo Agustín Nieto Caballero, rompen con el silencio y el frío de la mañana. Los estudiantes embera acaban de llegar a esta institución, ubicada en Los Mártires, para un nuevo día de clases.

Las niñas y niños pertenecientes a grupos étnicos que han sido víctimas del conflicto armado (indígenas, raizales, afro descendientes, Rrom y otras etnias), son cobijados con educación diferencial en colegios oficiales de Bogotá. Aunque las cifras de la Secretaría de Educación del Distrito varían diariamente, dado a que el éxodo a la capital de estas comunidades es permanente, se estima que son más de 500 los estudiantes pertenecientes a grupos étnicos víctimas del conflicto que son atendidos en las aulas de colegios públicos de Bogotá.

María Alicia, quien matriculó a Mariluz tan pronto llegó a la ciudad, se despide de su hija. Ella quiere que, a diferencia suya, aprenda a leer y escribir en un colegio. Pero también que junto a sus compañeros indígenas recuerde parte de la lengua y las costumbres que olvidó cuando vivía en el Chocó.

Dentro del salón pocas veces hay silencio. La mayoría del tiempo se escuchan voces que se mezclan con los diferentes acentos del español, el katío, el chamí y el dobidá y, por supuesto, el de la profesora Nelly Mosquera, una mujer afrodescendiente, de rasgos gruesos y sonrisa prominente que se dispone a iniciar la jornada. Esta no es una clase cualquiera.

“Sabemos que fuimos desplazados, y que somos minoría en Colombia, pero que tenemos derechos y somos capaces de aprender”, dice Nelly, mientras prepara un mapa de Colombia con animales de las diferentes regiones y grupos étnicos presentes en la actualidad.

Los argumentos de la clase de Nelly se confirman en el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica ‘¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad’, en el que la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) aseguró que 32 de los 102 pueblos indígenas que existen en Colombia solo hay 500 personas, debido a las consecuencias de fenómenos como el desplazamiento.

Sin embargo, la misión de esta y otros 10 docentes, junto con el rector y la coordinadora de la institución, así como la de miembros de la comunidad indígena, es el de preservar y rescatar la riqueza cultural embera. “Junto a los líderes de la comunidad hemos trabajado lo que aprenden en ciencias naturales, los significados del territorio, el alimento, la música, el arte y el deporte”, afirma Nelly.

Piensa, habla, actúa por la educación. Conoce más historias en www.educacionbogota.edu.co

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