Mochileando por Centroamérica con mi mamá

Mochileando por Centroamérica con mi mamá

Los que conocen a Silvia Sánchez Saladén saben que le gusta viajar, pero los más cercanos tienen claro que este placer se lo debe a su mamá

Por: Silvia Sánchez Saladén
mayo 17, 2019
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Mochileando por Centroamérica con mi mamá

Ella siempre ha viajado, ya sea con sus amigos, familia, pareja, sola, conmigo, en fin, es algo innato en ella, un gusto adquirido a lo largo de los años y que aún conserva de manera intacta. Ella es una mujer práctica, no le gustan las montoneras, ni tampoco las excursiones donde hay que seguir a un guía ya que se aburre fácilmente, no le estresa el tema de la comida y poco sufre por la dormida, tal vez es un tanto despreocupada y despistada, por lo que en algunas ocasiones da la impresión de que quisiera estar sola. Así es ella, y así son sus viajes, originales y desprogramados.

Hemos viajado juntas desde que tengo uso de razón, y a medida que pasa el tiempo, lo seguimos haciendo, cosa que para mí, es muy natural; sin embargo, cada vez más he percibido que no es tan común ir de viaje con la mamá, por lo que he empezado a apreciar más aquellos momentos.

En nuestro último viaje decidimos aventurarnos y viajar por Centroamérica, así, por mera casualidad, pues nunca estuvo en nuestros planes, ni tampoco era el viaje soñado por nosotras; destinos desconocidos para ambas, el idioma y el valor de la moneda jugando a nuestro favor, fueron los factores que prácticamente determinaron nuestro viaje. Qué grande es la vida y qué buenas son las casualidades, y ya que toda sorpresa es buena, nos dejamos sorprender por la incertidumbre de lo desconocido. Compramos boletos de ida a Panamá y de regreso desde Guatemala, de ahí partió nuestro viaje, ya lo demás sería ganancia.

Nuestra estadía en Ciudad de Panamá fue bastante placentera, visitar el Canal de Panamá es sin duda un atractivo turístico que vale la pena conocer, al igual que caminar y disfrutar de la Cinta Costera y el Casco Viejo. Tuvimos tiempo también para ir de compras a Colón, donde se consiguen cosas realmente a muy buenos precios. El sistema de transporte es muy bueno, la ciudad organizada y el clima cálido sin mucha humedad, hicieron que nuestros días en Panamá hayan sido muy buenos.

De Ciudad de Panamá volamos a Managua, teníamos cero expectativas cuando aterrizamos, de hecho, antes del viaje, había leído algunos blogs en Internet, dala la situación socio-económica que están atravesando, me tranquilizó un poco saber que los viajeros describían a Nicaragua como un destino “must” en Centroamérica, y que los problemas de orden público estaban siendo atendidos por el gobierno, en general, se decía que para la época en que nosotras iríamos, no habría ninguna restricción política, y para nuestra gracia, fue cierto, pues no tuvimos ningún inconveniente, ni ninguna restricción, más allá de la recomendación que los trayectos largos en buses debían hacerse durante el día, ni siquiera hay posibilidad de viajar de noche en recorridos entre los distintos países, y esta limitante no es exclusiva de Nicaragua, sino en la mayoría de los países de Centroamérica, por lo que hay que ser previsivo y no ir tan ajustados de tiempo, pues los trayectos en buses, por el tema de migraciones, pueden llegar a ser un poco largos.

Aunque si es cierto que se siente una leve tensión en Nicaragua y la gente está algo prevenida (no hay que hacernos los de la vista gorda), hay que admitir que fueron muy buenas sensaciones las que nos dejó Nicaragua, es un país muy natural, agrícola por excelencia, lleno de volcanes y con dos grandes lagos increíbles que parecen mares, tropical, extenso y rústico; su gente, los Nica – como se les dice de forma cariñosa-, son amables, alegres y generosos, sin duda vale la pena visitarlo.

Managua, con su puerto Salvador Allende y esa inmensa vista al lago Xolotlán, más conocido como el Lago de Managua, un ventarrón ensordecedor con una temperatura de más de 30°C, mezclada con esa humedad tan característica de los países tropicales. Los sabores, los nombres de las comidas, ese acento donde se comen las S al final de las palabras, la cerveza Toña y el Ron Flor de Caña, tan autóctonos y auténticos como los mismos nicaragüenses.

Resulta fácil moverse entre ciudades al interior de Nicaragua, y ya que a nuestro juicio, no había mucho por hacer en Managua, decidimos tomar un autobús a Granada, ubicada a más o menos dos horas y media de la capital, cuyo costo fue de aproximadamente US$2, vale la pena decir que el transporte más barato de toda Centroamérica es el de Nicaragua, el transporte, la educación y la salud están subsidiados por el estado, y sí que se nota.

Granada es sin duda una ciudad bella de la época de la conquista, calles empedradas, transporte en carrozas de caballos, calmada y perdida en el tiempo. Es fabulosa para caminar y es el sitio predilecto para descansar.

Cerca de allí, está el volcán Masaya, cuyo cráter Santiago, es uno de los cuatro alrededor del mundo donde se puede observar la lava, un fenómeno natural extraordinario, merece la pena hacer la excursión nocturna para apreciar mejor los colores, la fumarola y el mismo olor a azufre que se desprende del cráter del volcán.

Desde Granada tomamos otro autobús hasta San Juan del Sur, fueron aproximadamente 3 horas, las carreteras están muy buenas, lo que no es tan bueno son los buses, cero aire acondicionado y cero confort. Aquellos buses intermunicipales son los clásicos buses de transporte escolar americano amarillo con negro, tal cual el de los Simpson, con ciertas modificaciones al interior, con imágenes religiosas y bombillos de colores al lado de las instrucciones de no sacar las manos por las ventanas en inglés. Al interior se escucha merengue o reggaetón de hace 10 años, a discreción del conductor, es sin duda el chicken bus centroamericano.

San Juan del Sur es un maravilloso rincón del Pacífico nicaragüense, de mar frío y arena gruesa. Fiestas en playa, variedad de restaurantes, un mirador donde se encuentra el Cristo de la Misericordia, desde donde se observa toda la bahía y buena parte de las montañas verde esmeralda, no cabe duda de que es un atractivo turístico por excelencia, no solo por extranjeros; sino por locales, ya que su cercanía con la capital hacen de este sitio las playas favoritas de los Nicas.

Después de un par de días de playa, optamos por ir a Ometepe una isla en la mitad del Lago Cocibolca o Gran Lago de Nicaragua, una travesía llegar allí desde la playa, trayecto en bus de aproximadamente 2 horas y luego otras 2 horas en ferry hasta la isla. Allá, desde la Punta Jesús María, vimos uno de los más bellos atardeceres, atrás, de donde viene el sol, el volcán Concepción, de frente este inmenso lago de agua dulce, donde se esconde el sol detrás de las montañas de la periferia de este lago.

Habiendo pasado unos días sensacionales en Nicaragua, seguimos nuestro recorrido a Honduras, y que grata sorpresa nos encontramos. Hicimos nuestro recorrido por tierra, la verdad bastante extenso pero vale la pena por los paisajes, montañas y volcanes durante todo el recorrido desde Managua hasta Tegucigalpa.

En Honduras a diferencia de los otros dos países que habíamos visitado, no se reciben dólares en los sitios cotidianos como restaurantes, cafés, tiendas, por lo que hay que cambiarlos en frontera o en sitios autorizados. La Lempira (moneda oficial) es más cara con relación al Córdoba nicaragüense; sin embargo, los precios son más baratos que cualquier otro país centroamericano.

Nos llevamos una grata sorpresa con Honduras, por muchos este país es conocido por su mala fama por culpa de la violencia y poco o nada les interesa conocerlo. Pues la verdad, creo que Honduras es una joya que aún no ha sido “explotada” turísticamente hablando, o bueno, hasta mejor, porque en los sitios a en los que estuvimos realmente pudimos disfrutar y maravillarnos de su autenticidad.

Ya habíamos reservado con anterioridad una cabaña en la isla de Roatán, en West End para ser precisa, llegar hasta ahí nos tomó más de un día de camino, entre hacer emigración, el cambio de buses (Managua – Tegucigalpa – La Ceiba), pernoctar en esta última y tomar el ferri que nos llevó por fin a Roatán se nos fueron 24 horas más o menos. Mi mamá rendida y yo también, pero de eso se trataba, de hacer Centroamérica por tierra.

Los siguientes días en la isla, fueron un encanto, aunque en la época que fuimos era temporada de lluvias, eso no fue impedimento para disfrutarla. El caribe hondureño tiene la segunda barrera de coral más grande del mundo después de la australiana, así que aprovechamos, buceamos e hicimos snorkel, sin ir tan lejos de la playa, es impresionante toda la fauna marina que se puede observar, es un espectáculo que merece la pena vivir.

Fue genial haber disfrutado en un sólo viaje del océano pacífico y atlántico, las aguas del primero tan frías y profundas y las del segundo tan cálidas y cristalinas, la sensación de los pies en la arena, una gruesa y oscura y otra tan delgada y blanca, hasta el sabor de ambos mares es diferente, y ni hablar del “mar de agua dulce” como fue llamado por los conquistadores a los lagos de Nicaragua, de agua densa, pesada, con arena de río y con olas altas, parecía marea, en fin, qué difícil es describir percepciones, apelar a la memoria tratando de argumentar las experiencias vividas.

Continuamos nuestro viaje a Copán, este destino no estaba en nuestros planes, pero ante la insistencia de lugareños, diciéndonos que después de Roatán, las Ruinas Mayas de Copán eran el segundo destino turístico más importante de Honduras, no podíamos dejar pasar esta oportunidad, además de que quedaban cerca de la frontera con Guatemala, que sería nuestro último destino. Así que sin más ni más, fuimos a parar a Copán.

Que dicha que es la vida y que bueno fue ir a Copán, nuestras primeras ruinas mayas, porque nuestro viaje terminaría en Tikal. Es deslumbrante saber y conocer lo que hicieron los mayas hace tantos miles de años (2.000 a.C. hasta 250 d.C.), que se expandieron a lo largo de Honduras, Guatemala, Belice, El Salvador y México, y hoy podemos apreciar los restos de esa civilización.

Nuestro último destino sería Guatemala, y que mejor que cerrar con broche de oro nuestra aventura que haber llegado a Antigua, una hermosa ciudad colonial de Guatemala, llena de mercados, colores, café, volcanes y cultura. Disfrutamos de su sabrosa gastronomía, su sonoro acento y sus hermosas artesanías. El clima allí es más fresco, se hace necesario llevar un suéter en las noches. Alrededor de Antigua hay varios sitios turísticos para conocer.

Los guatemaltecos son atentos, educados y serviciales. El transporte público es moderno, se puede viajar de noche y todo lo tienen muy bien calculado. Mayor flujo de turistas, ciudades más organizadas y limpias.

Hay muchos lugares para conocer, pero como el tiempo no era mucho, nuestro objetivo siempre fue las Ruinas Mayas de Tikal – Petén. Muchas cosas me asombran, pero pocas me deslumbran y sin lugar a dudas Tikal es una de ellas. Es imponente, mágico y frondoso, a diferencia de otras ruinas, este parque sólo ha sido explorado en una mínima parte, es un bosque el cual los arqueólogos no quieren destruir para mostrar; sino preservar para concientizar. Es extenso pero a los turistas sólo nos dejan andar por un único sendero. El Templo del Gran Jaguar es majestuoso e imponente, así como la Acrópolis donde se celebran los solsticios de invierno y verano, todo tan milimétricamente perfecto, es fabuloso.

Regresamos a Colombia felices, cansadas pero felices. Creo que hacemos un buen equipo, nos aguantamos mutuamente y tanto ella como yo disfrutamos nuestro caos. Me regañó unas cuantas veces, igual que yo a ella, y muchas otras me dio serenidad cuando lo necesitaba. En resumidas cuentas, nos soportamos recíprocamente, porque aunque es un privilegio viajar con la mamá, puede resultar un poco agobiante, creo que hasta más para ella que para mí.

La verdad que fue un viaje estupendo, no hay coincidencia mala, todas están hechas para crear expectativas, para divagar y poner a maquinar la mente. Nada más curioso que un viaje inesperado, sin haber sido tan planeado, así casual, por eso digo que siempre es bueno, porque tenía que pasar, porque era el momento justo, los lugares indicados. ¿Uno por qué tiende a comparar ante lo desconocido? Dejarse sorprender, ese es quid del asunto.

Una vez le escuché decir a un amigo que se escribía para olvidar, yo pienso todo lo contrario, que se escribe es para no olvidar, para poder recordar, para que los recuerdos no nos traicionen, para acordarnos de esos detalles muchas veces imperceptibles y sonreír de alegría, para dejar plasmadas aquellas percepciones de lugares, cosas y personas, porque… el recuerdo, el olor, la gente, ¡¿esas vainas cómo se guardan?! Los viajes sin duda alguna no tienen caducidad.

Y sí, tanto la belleza como el disfrute son subjetivos.

Si Dios lo permite seguiré viajando, seguiré disfrutando y seguiré gozando, y si es con mi mamá, mucho mejor.

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