Mitos y olvido... si... volvieran los espantos

Mitos y olvido... si... volvieran los espantos

Los libros sobre mitos y leyendas rebosan erudición y referencias, pero nadie los lee. Una propuesta innovadora para rescatar las historias y los personajes de antes

Por: Fco. Javier Hernández Ramírez
agosto 02, 2022
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Mitos y olvido... si... volvieran los espantos

Someto a consideración esta idea-proyecto que acaricio desde hace tiempo.

Tal y como la visualizo es posible realizarla sin que implique grandes esfuerzos financieros, amén de que, si se lleva a cabo con las condiciones técnicas y de calidad que yo planteo, sería susceptible de ser comercializada, nacionalmente, a nivel interinstitucional. Retorno de gastos. Es un bosquejo. Implementarla sería tarea conjunta con asesores y medios adecuados, pues yo, no manejo el lenguaje de guion de televisión o teatral necesarios, aunque sí podría aportar lo mío en investigación y textos literarios, además de algún aporte creativo.  Por favor, léala y luego de analizarla con las instancias indicadas, me hace saber, una respuesta.

Fe es creer lo que no vemos... decía el padre Gaspar Astete.

Estas líneas, van con la esperanza de que alguien interesado en el hermoso pasado lleno de Mitos y Leyendas de nuestros campos y pueblos, las lea. La idea, que me ronda por la mente y por las ganas desde hace largo tiempo, es resucitar nuestra tradición oral más vernácula, en forma ordenada, seria y en un formato adecuado para la posteridad: en dramatizados fílmicos. Hacer que nuestro folclor mítico, se vuelva un arte digno ser mostrado. Llevarlo a documentos fílmicos que perduren y sean de fácil acceso visual, pero que además se haga con un criterio estético.   Debo aclarar que el tema de reeditar el folclor no es novedoso, ni mucho menos. Diría que lo único nuevo de mi propuesta, es el enfoque sin adornos hechizos y el modo casi natural en que se llevaría a efecto.

Una reflexión.  Este asunto del folclor en donde fantasía y realidad forman una simbiosis de difícil definición, es traído a colación cada cierto tiempo, cuando en cíclicos ataques de costumbrismo mal interpretado, y peor ejecutado, se desdibujan los personajes y leyendas de manera absurda. El asunto es que, al llenar de artificios técnicos y exuberancias escénicas muy elaboradas su representación, como generalmente ocurre, se desvirtúa y distorsiona la esencia misma de nuestros más hermosos mitos rurales. En mi modesto entender, creo que a pesar del esfuerzo de algunos pocos folcloristas dedicados, el tema está restringido a círculos escolares muy cerrados; a menos que entendamos como difusión folclórica las fotocopias que sobre La patasola, o El cura sin cabeza, sacan de afán los estudiantes cuando los mandan a las bibliotecas, en son dizque de “investigación folclórica”.

Este absurdo sistema cerrado de ver el folclor solamente como objeto de tareas, y no de conocimiento lúdico-cultural e histórico, basado en la cotidianidad vivencial de un pueblo, está propiciando que algunas de las joyas más preciadas de nuestra mitología rural, tiendan a desaparecer tras el espeso cortinaje del olvido. Los Mitos son consubstanciales al hombre, son “vivencias culturales” acurrucadas en la conciencia de sus ingenuos creyentes.

Hablo aquí, del inmenso cúmulo de ricas historias vivenciales y cotidianas de nuestro país montañero. De esa narrativa primigenia en que envolvían y revolvían realidad y ficción, fe religiosa y mito. Cuando el universo rural de Colombia estaba poblado por seres imaginarios que poblaban, a su vez, la realidad cotidiana de un pueblo crédulo e ingenuo, que usaba al Ángel de la Guarda, como escolta por trochas y cañadas.  Que usaba el Credo como talismán bendito y que resumía el Ave María, a una simple petición de auxilio urgente… ¡¡¡Ave María purísima!!!  Pero éramos otra época y otro pueblo; los campos se alumbraban con velas y los plenilunios prolongaban las noches de cuentos en que ¡había una vez…!  Fue nuestra primera literatura. Vernácula. Pura. Real. Son los monumentos monumentos inmateriales, de nuestro pasado rural, antes de que la estampida de aquellos que los contaban y creían en ellos, huyeran, asustados por el odio ajeno, a colonizar los extramuros más miserables y

olvidados de ciudades y pueblos, ajenos a su esencia montañera.

Algunas de esas expresiones de nuestra idiosincrasia nativa, hoy parecen condenadas a la extinción en las conciencias de gentes que, en los tiempos que corren, están sometidas vivencias, modas y circunstancias lejanas a lo que fue el origen rural de nuestro país. De eso es que hablo. Del folclor telúrico que se está yendo hacia el olvido, asustado por tanta historia nueva, y porque ya nadie los recuerda ni recrea. Creo que deberíamos buscar de nuevo el hilo de esas historias para tratar de hilvanar, para la gente del país de hoy -en otro lenguaje escénico- los viejos relatos, pero en las mismas fuentes, en su raíz primigenia. Son historias de vida, son el alma del pasado. Son origen de lo que somos, porque: ¡¡había una vez, una nación sin tanta hambre, sin tantos odios… y con un posible futuro, pero…!!

Yo creo, que aquella mitología ingenua y montaraz, deberían ser reeditada con elementos y en sus sitios de origen. Muy importante, de ser posible con sus mismos actores vernáculos.

Los espantos forman parte de nuestra historia patria pasada, y deben ser transferidos a las gentes que heredarán el suelo en que se contaron.

A todos, especialmente las gentes de hoy, de todas las edades, les hace falta una inyección vivificante de aquella fe ingenua y desprevenida sobre las que se yerguen las tradiciones, cuentos y leyendas de nuestra saga como pueblo. Tal vez a todos, nos haga falta un pequeño viaje, de vez en cuando, hasta el ayer ya ido, de aquellos pueblos en los que espantos y brujas tenían nicho propio en la conciencia y eran parte capital de su elemental arquitectura vivencial. Cuando brujas, espantos y aparecidos formaban parte del censo local de cada aldea o pueblo. Cuando era urgente llegar a una fonda a orilla de un camino, antes de que den las 7, y se aparezca el Ánima sola. Cuánto bien nos haría dar una vueltecita por el pasado ingenuo de las viejas creencias con las que creció la raza.

Y sería mucho mejor, si pudiéramos hacerlo bajo el embrujo simple de esa literatura no escrita por sus propios creadores, pues tuvieron que inventarla y contarla al paso, mientras viajaban a lomo de unas humildes alpargatas, en tanto iban fundando caseríos que llevaban en mula de una montaña a la otra. Una literatura oral con su propia gramática y emociones, contada bajo el silencio grande de las noches apacibles, cuando los largos corredores de las viejas casonas, se llenaban de historias que todos creían a pies juntillas, mientras que la luna y las estrellas, rielaban juguetonas en la negra superficie del último tinto. Si...cuando la paz de pueblos y campos, permitía a los cuenteros de antes, buscar en el álbum añejo de su tradición, una nueva historia para cada nueva noche, después de la comida y antecitos del descanso...luego de la dura faena. Podemos intentarlo.

Básicamente la idea que tengo es que no podemos, no debemos permitir, que agonicen en el olvido las leyendas hermosas e ingenuas que crearon los labriegos y pueblunos de antes. Esas de cuando Colombia era tierra de aldeas y pueblos, y la gente repartía parte de su sangre y de sus vidas entre ambos afectos, el campo y el pueblo. En otras palabras, cuando pueblo y vereda estaban entramados por lazos familiares fuertes y llenos de amor.

Alguien, tal vez nosotros, debe reeditar y no en libros, aquella saga literaria de tan vastos y ricos perfiles culturales y humanos. Los Mitos fueron otra forma de fe. Pero la mayoría de sus creyentes…fueron ya tragados por el tiempo. Solo que algunos románticos, remanentes añejos del pasado crédulo e ingenuo, queremos que así el tiempo se vaya, sus Mitos más relevantes y hermosos…perduren como fueron vividos.

Alguien -¿nosotros?-  debe ir al reencuentro de los cuentos y las leyendas que, aquellos que colonizaron las montañas de la patria, fueron sacando de la inagotable cantera en que nutrían su fértil imaginería cañadora, para rematar las duras jornadas al servicio del país rural de entonces, ése que sólo tenía luz en sus noches, cuando en lo alto del cielo brillaba como un sol pálido y frío el enorme farol de los plenilunios. Me preocupa mucho que para mal de nuestro futuro se nos esté quedando tan atrás, olvidado, algo de lo mejor de nuestro pasado.

Es cierto, los niños y jóvenes de hoy tienen, como corresponde a su época, otros sueños. Sí, su imaginación ronda patios ajenos a los viejos solares. Eso es perfectamente natural digo yo, y no es de por sí, malo. Y además no es su culpa. Pero si será culpa nuestra, si permitimos que ignoren la existencia de un pasado rico en folclor, en leyendas, en mitos y tradiciones que formaron parte importante de nuestra arquitectura básica como raza y como pueblo.

Somos responsables por nuestro pasado y debemos hablar de él. Los mitos son personajes de otra historia: la de gentes simples con creencias simples.  Las gentes de una época. Son el pasado con el que crecieron nuestros ancestros. Y parte importante de ese pasado, son nuestras tradiciones...orales o escritas. Debemos pasar el testigo. No solo heredarles la sangre… debemos darles parte de nuestras añejas creencias como equipaje para sus almas. Quererlas o no, que las acepten o no… será cosa de ellos.

Los jóvenes de hoy quizás no alcancen a imaginar siquiera, que aparte de los cuarenta y pico de  millones de Colombianos mal contados del censo oficial, su país ha estado habitado por legiones enteras de: Madremontes, Mohanes, Madresdeagua, Patasolas, Hojarasquines del monte, Jinetes sin cabeza, y Animasolas, etcétera, que vagan por la arrugada geografía de nuestra patria llorando su olvido y esperando anhelantes que los recuerden; tal vez pidiendo, con gritos que nadie oye, que tornen los cuenteros a contarlos, los miedosos a imaginarlos con profundo terror, y los más ingenuos a creer en ellos...para que así vuelva a tener trabajo el Ángel de la guarda, ése cuya dulce compañía permitía caminar protegido por los lugares que frecuentaban los espantos.

Habrá quien diga, con algo de lógica, ciertamente, que aquellos fueron solamente seres imaginados para un país de montañeros crédulos e ingenuos. ¡Pues claro, que fueron seres imaginados! Pero no por ellos menos reales, en las conciencias de un país recién parido, y por construir. Los espantos y parecidos, crecieron con él. Viajaron por trochas y caminos, al paso que se colonizaban montañas y se fundaban caseríos perdidos entre sus cumbres y valles. Fueron habitantes del sitio más importante que tiene un ser humano… su conciencia. Hoy deberíamos volver a creer en ellos… no se sabe del primer muerto o secuestrado por uno de aquellos “seres malignos” que acompañaron nuestra nacencia como país.

¡Pobres gentes de hoy!  ¡Sin imaginación de niño, sin fantasía en el alma! ¡¡Sin espantos!!

Es que los mitos existieron cuando éramos un país esencialmente campesino y bueno, que tenía una idea sin medios tonos sobre el bien y el mal. Fueron imaginados, pero no fueron falsos; todos adquirieron su identidad en las conciencias de un pueblo que tenía un sitio para ellos junto a los seres que más amaban: su prole, a los que se las narraban mientras iban creciendo pegados a la tierra.

Fueron creaciones hermosas, y casi reales, de la fértil imaginación de gentes que habitaban un país de pequeños pueblos perdidos en la quebrada geografía patria, y necesitaban justificar su enorme fe, dándole trabajo al numeroso grupo de Santos y Vírgenes que cuidaban a la casta, y les servían de escudo. Esos personajes fantásticos de nuestras Leyendas y Mitos, fueron seres que crecieron y vivieron pegados a la cotidianidad de nuestros ancestros, habitando su espacio vital. Formaban parte de sus creencias y ocupaban un espacio físico junto a ellos, alentando en sus conciencias al paso que crecían.

Pero hoy, ya no se oyen las mentas llenas de imaginación, que ponían a niños y a miedosos a dormir al rincón y a dejar la vela prendida “otro ratico mientras busco una pulga”. No, ya no se cuentan las historias de había una vez”. Ni se oye, malhaya sea, un: “fijate ole, que la otra noche, se oyó por el lado del aguacate, grande que piaba y piaba el pollo maligno.  Eso fue dele y dele toda la santa noche. Pa mí que hoy tenemos un muerto en la vereda...la cosa no niega, carajo!”.  Ni se escucha el amenazador aviso: “mucho cuidadito, con ir a pasar por debajo del guásimo viejo a las seis en punto. A mí, hace como tres semanas y de puro pendejo, me envolató la berraca de la Patasola. Casitico que no doy con la casa. Mucho ojo, pues. A las seis...que peligro ole, Jesús Credo, que miedo, ojo pues”.

No, esas cosas poco se oyen hoy... y también son pocos los que se preocupan por ello. Yo, soy uno de esos pocos. Hoy el folclor nuestro está circunscrito al estrecho círculo de unos estudiosos llenos de erudición y buena intención, que lo tratan académicamente., pero muy

poco interesados en untarse a fondo del asunto, o explorar una nueva narrativa. Nuevas formas de contar, difundir y conservar el folclor original.  Si no hacemos algo aquellos que aún recordamos como eran los cuentos de entonces, ya no habrá quienes vuelvan a retomar la imaginación rebuscada de aquellos campesinos ingenuos que, aunque apenas si sabían hablar, eran capaces de hilvanar con peculiar belleza, historias y cuento, usando como único saber, su imaginación. Y el inefable: “había una vez” que convocaba oyentes.

Tiempos pasados dirán algunos. Yo digo: simples raíces del árbol humano que hoy tenemos.

Los Mitos y Leyendas, con que crecimos como pueblo rural, circulaban de chagra en chagra viajando con el viento de las montañas, de un montañero a otro. Acompañaron el amanecer de una nación en agraz.  Fueron su literatura y su fe.

Ahora los viejos y los jóvenes citadinos, habitantes del país urbano, cuentan otro tipo de historias, de acuerdo con la época -supongo- pero al oírlas, no se me eriza el alma ni se me pone nostálgico el sentimiento. Me da más bien rabia, pues cuando oigo los cuentos de hoy, extraño aún más los cuentos de antes, pues era muy raro, que en diez cuentos se oyera un madrazo (ay, ahijuemadre) muy al contrario de lo que sucede ahora, que por cada cuento se oyen en promedio diez hijueputazos completos. Y algunas otras guachadas de ñapa.

Será la época, me digo. O serán mis años. Pienso, en últimas, que tal vez sean mis raíces campesinas que aún no acaban de arrancarse de la tierra. Soy un tonto sentimental...lo confieso, y estoy lleno de añoranzas anacrónicas. Estoy fuera de tiempo… en mi ocaso.

Sin embargo, a pesar de carecer de los medios y el pedigrí necesarios para realizar yo mismo la empresa, quiero dejar a un mayor número de los colombianos de hoy, la oportunidad de recobrar los viejos mitos y leyendas, en un lenguaje de hoy, para las gentes de hoy.

Propuesta

Dar a conocer nuestros sin mitos y leyendas, sin retoques. Traer los mitos, leyendas y personajes de antes, pero contados por los mismos que los trajeron hasta nosotros, y que ellos heredados como parte del entramado vital de su casta montañera. Ellos los conocen, ellos saben contarlos. Ellos serían sus actores naturales. Y aún tenemos, para buena fortuna de esta dislocada propuesta, muchos de los escenarios naturales por donde, como no, aún circulan los espantos y aparecidos que se pasean orondos por la Colombia rural.

Es que los libros sobre el tema del folclor, sobra decirlo, rebosan erudición y referencias muy bien documentadas, pero nadie los lee, como no sea por tarea. Nadie los vive. Duele. Y algo más grave: aunque se lean y se busque divulgarlas, las historias son distorsionadas de tal forma que por último pierden su esencia y autenticidad. Otras veces en beneficio de la plástica o la economía, se abrevia o se cambia el lenguaje natural y la esencia en que nacieron, diluyéndose su entorno y personajes originales. Fue lo que ocurrió con una serie sobre nuestros mitos y leyendas que hace algunos años patrocinó, con la mejor intención del mundo, una firma comercial.

La cosa me alarmó, pues, no pude asimilar tan brusco cambio en los personajes que llenaron de temores mis noches de infancia, cuando bien sabía, como sabía todo nervioso de antes, que pagaría caro el morboso placer de oír cosas que luego me desvelarían “buscando una pulga”, después de dejarme atrapar por un fatal: “había una vez”

Yo, soñador irredento, iluso de siempre, imagino que aún es posible reinsertar (para usar un término de moda) en la cultura de hoy, esos valores, creaciones y logros, de la vieja cultura que nació en trochas y caseríos añejos. Quiero traer un toque de ese ayer nostálgico, al hoy lleno de prisas y sin tiempo para oír contar nada, que padecemos. Quiero contar cosas de ayer a las gentes de hoy. Pero eso sí, con el lenguaje simple que se oyó al calor y la penumbra de las velas, esas que también lloraban lágrimas de parafina cuando el cuento era muy macabro. Debemos convertirlos en seres visibles, para todos.

Algún Canal Regional, subvencionado por el Estado, con los medios adecuados debe hacer una serie sobre el Tema. Es posible recrear todo aquello en beneficio de los habitantes del país de hoy, dándoles una oportunidad de asomarse al escenario lleno de imaginaciones, que aún persiste como remanente de nuestras costumbres montañeras ya casi olvidadas.

Y no sólo creo que sea posible, sino que pienso que quién pueda, debe de hacerlo.

El presente es duro; a realidad apabulla las conciencias con violencias de todo tipo; el futuro es incierto. Y nuestros hijos y nietos, no pueden quedarse sin las leyendas y los Mitos que crecieron con la casta y les dieron sentido colectivo, pues eran contados en familia. En el futuro de nuestros hijos y nietos, debe de haber un sitio de honor para que se asomen nuestros Mitos más hermosos. Se puede lograr sin que ello implique grandes gastos o procesos muy rebuscados. No criticaremos un sistema para terminar haciendo lo mismo. ¡No! Buscaríamos en la fuente misma en donde se generó todo aquel caudal de creaciones: en pueblos y veredas, en fondas y pesebreras a la vera del camino. Aún quedan lugares.

Buscaríamos en el archivo viviente de memorias ya ancianas, sus recuerdos más fieles sobre el tema. Esculcaríamos las remembranzas de viejos arrieros, esos hoy arrinconados en un extremo de las trochas perdidas, allí en donde se borraron las huellas de sus alpargatas y se perdió el piafar nervioso de sus recuas de mulas. Hablaríamos con viejos pueblunos que saben completas las historias, porque las oyeron como canción la cuna, y entonces oiríamos narrarnos un bello cuento con matices rurales, con sabor de montaña.

De nuevo, en el corredor de una vieja fonda caminera, mientras saboreamos un tinto o un aguardiente para hacer ambiente, oiremos cómo nos cuentan una rara historia, pero con las mismas palabras con que la tradición las fue llevando de una generación a otra: en el lenguaje coloquial de los que no solamente se las saben, sino que además creen en ellas; tal como creen en el ángelus, que rezan a la Virgen cada tarde. Y oyendo lo que cuentan aquellos que saben lo que cuentan, sin peligro de que se desvirtúe lo auténtico y lo más substancial de las sagas folclóricas, éstas perdurarían como testimonio de un pasado lleno de luchas tesoneras por formarnos como nación, al paso de un folclor rico en imaginación popular.

Metodología

Originalmente

Dramatizados con grupos actorales aficionados locales, involucrando en ello en forma simbiótica (como realmente ocurrió mientras nacíamos como país) las creaciones tangibles y reales, es decir, los logros y las hazañas que hicieron grande a la raza...una raza que hoy reclama nuevas cosas heroicas sobre las cuales se puedan volver a fundir los cimientos de ese orgullo algo lastimado que ahora tenemos los habitantes de la que hasta no hace mucho tiempo fue Antioquia la grande. Podríamos así, por ejemplo, contar las historias y cuentos de nuestras leyendas y mitos más hermosos llevados de la mano por las obras cumbres que todavía se alzan con vetusto orgullo, señalando que por mucho tiempo fuimos verdaderos pioneros, y que no había empresa que nos quedara grande. El Ferrocarril de Antioquia y la carretera al mar, por citar sólo dos obras orgullo de la casta, nacieron pisando terrenos de la Patasola y del Hojarasquín del monte.

Carreteras casi que imposibles para otros que no fuéramos nosotros fueron mordiendo las crestas de  nuestras montañas, mientras que los hombres que las abrían, todos machos de pelo en pecho y hablantinosos de reconocido valor, temblaban al tener que salir solos de noche por los lugares en donde se sabía, a ciencia cierta que salía un espanto con forma de mujer hermosa que le paraba bolas a uno, pero eso sí cuando ya lo abraza a uno, se vuelve como un guio que se le envuelve en el pescuezo, y lo ahoga”. Y así muchas cosas más se podrían citar como ejemplo para dar una idea de cuál es mi cuento.

Los escenarios de hoy serían las represas, las carreteras y otras obras que están en marcha en las diferentes regiones de Antioquia y Colombia. Material y sets no faltan. Todo se podría recrear como obras teatrales en locaciones naturales con cuenteros vernáculos y actores, luego de ajustes estrictamente técnicos (deben de ser invisibles) Se filmarían para poder hacer difusión de ellas. Pero deben, eso sí, ser de tal gusto y calidad (tan naturales) que se conviertan en verdaderos documentales dignos de mostrar, y no simples croniquitas de pseudo folclor malogrado.

Tal es la idea que me ronda por la mente y por las ganas, desde hace mucho tiempo.

Hacer una recopilación fílmica en documentales, con fidelidad y calidad, pero desde la fuente misma de nuestra saga criolla. Si alguien desea discutirla, estoy a la orden.

 

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