Siempre he dicho que los mexicanos tienen un gran parecido a los colombianos en cuanto a sus expresiones culturales y sociales. Tantas han sido nuestras posibles semejanzas que hasta le apostaron en conjunto y paralelamente a producir y exportar cocaína a nivel mundial, a la vez que también supuestamente luchan por enfrentar ese corrompido y enfermo mal que carcome por igual y sin discriminación alguna a sus sociedades, ya que por un lado no solo afecta al potencial y acostumbrado consumidor, sino también desangra la estabilidad económica, administrativa y política de un Estado. Eso sin contar los efectos nocivos que ese mal genera a largo plazo, consagrando a sus pueblos a la deshonra, la violencia, la vida fácil, la estigmatización y los rótulos, eso que narconovelas supieron publicitar muy bien.
Se podría decir que México y Colombia tienen más cosas que las unen que las separen. Sin embargo, y pesar de que estos pueblos tienen una historia en común por la cual luchar, más allá de sus distancias geográficas, políticas y legales, últimamente hemos tenido que ver atónitos cómo las autoridades del país manito niegan la entrada, vituperan y humillan a los colombianos que pisan su territorio. No sé si estaré exagerando; si los argumentos que daré se refieren a pequeños casos aislados del procedimiento que históricamente realiza ese país a los turistas procedentes de Colombia y que hasta el momento la opinión pública no había mirado de manera detallada; si es una de esas prácticas humillantes a las que los colombianos hemos tenido que someternos a lo largo de la historia, gracias a ese pasado criminal que la memoria histórica dejó metido en la mollera y que se transformó en un estigma, ese que hace que en un aeropuerto al ciudadano con pasaporte colombiano se le pregunte más de la cuenta, se le desorganice abruptamente su maleta y se le niegue sin argumento alguno la entrada al país que se visita.
Es precisamente eso último lo que he venido escuchando con frecuencia por parte de colombianos que visitaron el país del mariachi, el taco y Chespirito, pero que infortunadamente terminaron metidos en las celdas de los aeropuertos de ese país, sufriendo la inhumanidad y los maltratos que han contado algunos compatriotas. Compatriotas respetables que estaban ejerciendo su derecho a la libre circulación (como Laura Archbold, Gina Calderón, entre otros) y que fueron deportados hacia el país sin causa alguna y bajo una serie de maltratos que pasaron por encima de su integridad (digo respetables porque ninguna de las personas que anteriormente mencioné fue encontrada con alguna tacha a su buena honra). Pues bien, todo esto deja entrever que a la hora de deportar o no a un colombiano las autoridades de ese país están basándose en meras interpretaciones y estigmas, que están afectando a muchos colombianos honestos y trabajadores.
En entrevista para el diario La Jornada, Luis Oswaldo Parada, cónsul general de Colombia en México, argumentaba que desde que el 2012, cuando se eliminó el visado para los colombianos, el número de deportados y no admitidos ha venido en aumento, llegando a más de 16.000 compatriotas a los que se les ha negado y cerrado sin claras explicaciones la puerta al territorio mexicano.
Finalmente, vale la pena recordar unas palabras del desaparecido escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien con elocuencia mencionaba: ‘’Un latinoamericano que niegue otro latinoamericano, no vale la pena que la historia le permita reconocer su pasado, su presente y su futuro’’. Cabe decir que si queremos acabar con los flagelos en común que tienen nuestros pueblos, lo más lógico, humano y responsable es lograr en conjunto dignificar a las personas honestas y trabajadoras que más que estigmas merecen una oportunidad para superar, transformar y mejorar sus problemáticas... y qué mejor que no cerrando la puerta en la cara.
