Los reportajes, crónicas, columnas y artículos imparciales, veraces e inteligentes parecen haber quedado en el olvido de los medios informativos de nuestro país. Eso es evidente, a pesar de unos cuantos que aún mantienen un periodismo de calidad pero que lastimosamente se ven eclipsados por el alcance y tradición de aquellos que han convertido el arte de comunicar en un repudiable negocio.
Basta encender el televisor o la radio para deleitarse con el más degradante y bajo de los espectáculos, empresas “informativas” que se venden a lineamientos de X o Y políticos o adinerados con tal de llenar sus arcas, manipulando datos y restándole relevancia al argumento, a la prueba, a la discusión. Adheridos a sus conveniencias, exprimen cada nota o suceso hasta el punto de informar el más mínimo e improcedente detalle, mientras que el país se derrumba en una súplica de atención, mientras la corrupción, la pobreza, la trampa y el engaño se consume a los habitantes del olvido en aquellos lugares donde las cámaras y los micrófonos parecen no funcionar.
Los noticieros se han convertido en una comedia de esas que no generan sonrisas, utilizando la muerte, la guerra y la desesperanza como su estandarte, sumiendo a la población al miedo, el odio y la confrontación, logran que sus cifras se vayan a tope, sin escatimar en la exageración y las suposiciones, alientan al pueblo a tragarse sus informes como verdades absolutas invalidando cualquier posición crítica, con investigaciones sesgadas a favor de aquello que les sube el rating, desvaneciendo el derecho al debate y a la verdad.
Y así transcurre el día a día informativo de nuestro país, entre amarillismo, politiquería y la mitad de un noticiero dedicado a la vida de las “celebridades”, marcando tendencias tan vacías como sus titulares, de función en función convirtiéndose en el único circo que no quiero mostrarles a mis hijos, el show infame y bochornoso de los noticieros de nuestro país.
