Me descubro ante Santos
Opinión

Me descubro ante Santos

Parece irreversible el resultado esperado en La Habana. Pero es bueno dejar constancia que lo real será lo que venga en el posconflicto y los cambios que ahí se aporten

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febrero 03, 2016
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Sin ninguna ironía y con mi admiración y agradecimiento me quito el sombrero ante Santos porque parece que es irreversible el resultado esperado en La Habana.

Creo que debemos respaldar y aplaudir la gestión adelantada, ya que, aunque sea lo único, es muchísimo lograr que se desmonte y se desarme, se le quite el rótulo y se cierre esa empresa que, porque consideraba válido buscar buenos propósito con perversos medios, ha representado el principal conflicto armado de los 50 años en Colombia.

No necesariamente porque se haya alcanzado lo deseable pero sí lo indispensable para que exista esa posibilidad.

Críticas planteamos quienes con un criterio de pensamiento político consideramos que es insatisfactorio, si, como lo dicen los voceros del Gobierno, no se toca el modelo económico, ni el modelo político, ni la estructura de poderes, ni los sistemas y funciones de la organización de las Fuerzas Armadas; es decir, de quienes compartimos la idea de que tenemos un Estado mal estructurado alrededor de un modelo de Sociedad que debe modificarse.

También hay críticas del sector que considera más importante que el resultado que se logre, es que haya un castigo, bajo el principio de que hubo una victoria. Y de los que inspirados en intereses de la competencia política, usan las deficiencias o ‘sapos’ que toca asumir, para cuestionar que no se alcance lo imposible respecto al pasado, menospreciando lo que puede llegar a permitir como futuro.

Es bueno sin embargo dejar constancia que contrariamente a quienes de un lado o del otro consideran un triunfo de la guerrilla lo acordado en las conversaciones, lo real solo será lo que venga en el llamado ‘posconflicto’ y los cambios que ahí se aporten.

Porque el éxito dependió de la habilidad para manejar con la prensa y las relaciones con el exterior una imagen o realidad virtual que acabó imponiéndose como una verdad de la cual no parece que pueda ya haber retroceso. Pero al respecto la salida de lo virtual a lo real pareciera llena de confusiones.

No se entiende que presenten como un tema de debate —o de éxito— que las Farc se comprometan a no seguir traficando droga. ¿Acaso si no lo expresan así, sí podrían continuar haciéndolo? ¿O el hecho que suscriban ese compromiso cambia en algo la posibilidad que lo sigan haciendo o el tipo de castigo que de ello derivaría? ¿O, para ponerlo en términos más generales: si el acuerdo es que las Farc dejarán de existir, quién responderá por su eventual incumplimiento y cómo?

Algo similar sucede con la calificación de terroristas que tanto los EE. UU. como Europa manifiestan que solo la levantarán una vez firmado el acuerdo: ¿a quién se la retiran si ya no existe ese grupo?

Lo que se entiende es que el Acuerdo implica
la desaparición de las Farc,
luego qué sentido tiene redactar puntos con un ente
que dejará de existir en el mismo momento en que éste se firma

Lo que se entiende es que el Acuerdo implica su desaparición, luego qué sentido tiene redactar puntos con un ente que dejará de existir en el mismo momento en que éste se firma. Sucede en esto algo como la sociedad conyugal que solo existe en el momento que se acaba: se le está reconociendo personería política y hasta cierto punto jurídica (en la medida en que es ella la contraparte ante la cual firma el Estado) a esa insurgencia en el momento en que desaparece.

Porque, tanto por los delitos de las nuevas bacrimes que aparecerán, como por las acciones individuales, ya no serán las Farc las que deberán responder… a menos que se las instituyera como una fuerza del Estado con esa responsabilidad.

Pero parece que quedaron con el gusto de crear realidades virtuales. Es lo que sucede con lo que presentan hoy como el éxito del Plan Colombia. Se le atribuye ahora una victoria en la lucha contra el narcotráfico y el mérito de haber sentado a las Farc a negociar en La Habana.

La verdad es totalmente la contraria. ¿Qué fracaso puede ser más grande que el de la lucha contra el tráfico de estupefacientes? ¿Cómo puede calificarse de éxito un programa que previsto para dos años (El Tiempo, 31, enero, 2015) no muestra quince años después ningún resultado sustancial — y menos, definitivo—  en cuanto al propósito buscado? Se celebrarán, sí, 15 años de colaboración  alrededor de la política diseñada en los Estados Unidos para defender sus intereses, pero no será alrededor del resultado; o ¿qué significado tiene o por qué se escoge esta fecha? Se presenta es para que coincida con la cuasi concreción de la paz y se diga que la ‘ayuda’ fue para derrotar al ‘enemigo interno’.

Aquí es donde hay que saber qué sigue: si, además de no haber ningún cambio interno en el país, lo que aparece detrás de esta presentación del éxito del Plan Colombia es la ratificación de la continuidad de la misma política respecto a las drogas y de la sumisión a las directrices de las autoridades americanas, nada cambiará. Y mientras nada cambie, no habrá Paz ni se acabará la violencia en Colombia.

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