A Mayerlis la quieren matar

A Mayerlis la quieren matar

La defensora de las víctimas de Montes de María tiene al Grupo Antirestitución de Tierras respirándole en la nuca. ¿Quién la puede cuidar?

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junio 25, 2013
A Mayerlis la quieren matar

Ella corre. Grita. Salta. Cae. Llora. Tiembla. Atrás suenan cinco disparos. Era la noche del miércoles 28 de agosto de 2012 y la principal defensora de Derechos Humanos sobre las víctimas de Los Montes de María, iba camino hacia su casa por las calles del municipio de San Juan de Nepomuceno. Mayerlis Angarita Robles, acababa de llegar de San Jacinto después de hacer un acompañamiento a campesinos despojados de sus tierras. Como de costumbre junto al escolta de turno, dejaron la camioneta en el parqueadero y se dispusieron a caminar las cinco cuadras que los separaban de su destino. Al cruzar la última calle, el escolta Luis Manuel Jinete vio a dos hombres extraños esperando a alguien frente a la casa de Mayerlis. Uno de los forasteros al verlos desenfundó un arma.

—¡Corra seño Maye, la van a matar! —gritó Jinete.

Mayerlis escuchó el primer disparo y se echó a correr calle abajo. El corazón se le quería salir, pero no pensaba en ella, de inmediato comenzó a llorar por sus tres hijos que tal vez ya se habían dormido pero no sabían que afuera estaban dos sicarios. “¡Mis hijos, mis hijos!” le gritó la mujer a su escolta. Al finalizar la calle sintió un empujón y un vacío. Para salvarla de cualquier bala, Jinete la había empujado sobre un caño de tres metros de altura donde finalizaba la calle. El hombre también saltó y le dijo que corrieran río arriba que estaba más oscuro.

—Tranquila seño Maye, creo que le pegué un tiro al que nos disparaba y creo que se devolvió. Pero al que asome la cabeza allá arriba, me lo bajo —con vos agitada advirtió el valiente.

—Mis hijos Jinete. Mis hijos, vaya por ellos. Mis hijos, mis hijos… —sollozaba la joven mujer de 33 años.

Mayerlis aprovechó el encuentro de víctimas en Carmen de Bolívar para decirle al Presidente que la quieren matar.

Mayerlis aprovechó el encuentro de víctimas en Carmen de Bolívar para decirle al Presidente que la quieren matar.

Arriba ya no se escuchaban ruidos, solo el eco que dejaba una moto de alto cilindraje. Ocultos en matorrales, Jinete sacó el celular y llamó a su compañero y a las autoridades. Les indicó que gritaran cuando fueran a bajar por ellos, porque si no les pegaba un tiro. Entonces le pidió permiso a su protegida para revisar si la habían herido. Ella le dijo que solo le dolía una costilla, pero que estaba bien. Le preocupaban sus hijos. Le pidió que salieran hacia la casa que qué importaba si estaba herida, quería saber cómo estaban ellos.

Al día siguiente sin falta se pronunciaron las entidades que conocen de la gallarda labor de Mayerlis. La Organización de Naciones Unidas (ONU), el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Defensoría del Pueblo, Redepaz, más otra docena de entidades, organizaciones y fundaciones hicieron un llamado al gobierno y a las autoridades para velar por la vida de esta mujer. Aquella mañana Andrés Villamizar, Director General de la Unidad Nacional de Protección, se comunicó con la víctima para poner a su servicio toda la seguridad necesaria. Sin escatimar en medidas le pidió que le dejara aumentar el esquema de seguridad, ya que muchos de los protegidos no gustan de andar con un ejército de salvavidas. Por esos días a la mujer le pusieron dos escoltas más y le dijeron que saliera de la zona, pero ella se negó.

Todo indica que la defensora de Derechos Humanos, se ha vuelto una piedra en el zapato para un nuevo cartel criminal denominado ‘Grupo Antirestitución de Tierras’. Una suerte de alianza entre bandas criminales (Bacrim) y oscuros empresarios que adquirieron en épocas de paramilitares y guerrilla las tierras despojadas a humildes campesinos. “Los sicarios hacen parte de las Bacrim, pero estos son pagados por poderosos cachacos de Medellín y Bogotá, que tienen intereses en las tierras que hace tiempo se robaron”, dice Mayerlis con una voz tan firme que le infla de sangre sus venas del cuello.

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Desde el año 2009, Mayerlis inició un acompañamiento y asesoría a las víctimas del conflicto en los 15 municipios que comprenden Los Montes de María. Su tarea se resumía en instruir a los campesinos analfabetas que estaban retornando a su terruño, respecto de una ley que por esos días se estaba cocinando pero que el ex presidente Álvaro Uribe Vélez, no había querido sancionar. Se trataba de la ley 1448 (Ley de Víctimas y Restitución de Tierras), la cual finalmente sancionó el presidente Juan Manuel Santos, el 10 de junio de 2011. Dicha actividad le cambió la vida.

Mayerlis Angarita estudió tanto el tema y lo siguió tan de cerca —guiada por los ponentes de la ley—, que la Secretaría de la Presidencia de la República la invitó como  testigo de excepción junto al secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, y la candidata al Premio Nobel de Paz, Yolandé Mukagasana. Desde entonces, con ese compromiso a su espalda, teniendo en cuenta que las víctimas la reverenciaban como su delegada, se dio a la tarea de enseñarles a conocer la ruta jurídica y de formalizaciones a campesinos que ni siquiera saben firmar. “Hay abogados que dicen ser expertos en el tema pero cuando uno les pregunta por conceptos como la macro y micro focalización, no saben ni un carajo. Ahora ¿se imaginan ustedes a un campesino que se ha formado solo en labrar la tierra?”, se le escucha decir a la imperante mujer en un vídeo.

La activista no comenzó su camino porque un día amaneció con ganas de ayudar al desprotegido. Su pasado fue el detonante. Mayerlis nació del amor de Gloria Robles y Antonio Angarita. Él un comerciante y ella heredera de una familia ganadera. Después que Mayerlis nació en San Juan de Nepomuceno, sus padres decidieron regresar a Aguachica (Cesar) donde el hombre de la casa montó un almacén de cacharro frente a la plaza central. Los años transcurrieron de manera normal, hasta que forasteros se interesaron por la finca familiar que habían heredado Gloria Robles y sus hermanos. Ellos no quisieron vender, entonces sucedió lo anunciado: a principios del año 1994, José Dolores Robles –tío de Mayerlis-, apareció asesinado en la hacienda Agua Clara.

El tema estaba tan candente que Antonio le recomendó a su esposa viajar a Valledupar para pasar unos meses allá mientras llegaba la calma. Un día de octubre de ese mismo año, la madre de Mayerlis salió a la calle y según los vecinos fue interceptada por un camión en el que la subieron. Su familia no volvió a saber nada más de ella. Desapareció. A sus 14 años, Mayerlis no entendía la situación. Incluso llegó a pensar que su madre los había abandonado porque su padre solo tenía tiempo para trabajar. Muchos años después ataría cabos y entendería el nacimiento del paramilitarismo patrocinado por terratenientes.

Mayerlis con la comunidad.

Mayerlis con la comunidad.

Frente a ese hecho, su padre decide subir en un carro a sus tres hijos y dejar todo tirado. Llegaron solo con lo que llevaban puesto al Carmen de Bolívar. Allá se instalaron en casa de unos amigos, durmieron varios meses en unas colchonetas, hasta que su padre pudo obtener una carreta para salir  a vender cacharro por las calles de aquel municipio. El cambio en la personalidad de Mayerlis comenzó a salir a flote de manera inconsciente. Peleaba constantemente con sus hermanos, se salía del colegio donde los pudo matricular su papá y un día apareció con el pelo corto. Su papá, impotente, ante la rebeldía de su hija, le pidió el favor a un cura para que la recibiera en el internado José Domingo, cerca al municipio.

El retiro aplacó sustantivamente sus modales y su padre le propuso que terminara su bachillerato en el colegio Promoción Social del Carmen de Bolívar. Así lo hizo. De entrada se inscribió en el equipo de microfútbol femenino y como arquera se convirtió en la capitana. Entonces le propusieron que se lanzara a la personería del colegio. Fue elegida con 602 votos de 700. No había profesor que le ganara recitando de principio a fin la cartilla de gobierno escolar, si había un problema con algún estudiante, Mayerlis debía estar presente en la veeduría de castigos o expulsiones.

En 1997, una compañera del colegio la invita a hacer parte de las juventudes de Redepaz. Desde aquella época su actividad por los derechos de las mujeres nunca ha parado. Pero el episodio que le cambiaría la manera de valorar la vida llegaría dos días después de la masacre en El Salado. El 21 de febrero del año 2000 el padre Rafael Castillo, la buscó para hacer parte de una comisión ciudadana que se dirigiría a aquel corregimiento aun humeante donde habían caído asesinadas 66 personas bajo las manos de los paramilitares del Bloque Norte.

Cuando Mayerlis recuerda aquel día, sus ojos se comienzan a aguar. Yendo al Salado, los caminantes encontraron el pedazo de un gran espejo enterrado en la mitad de la polvorosa carretera. La premonición de encontrarse con la muerte de frente, pensó Mayerlis. No se equivocó. Justo antes de la entrada al pueblo, Mayerlis tuvo ganas de orinar, entonces se salió del camino buscando un árbol que le sirviera de baño. Cuando procedía a sentarse un olor putrefacto casi la pone a vomitar, al pararse asustada y mirar hacia los lados, encontró el tronco de un cuerpo desmembrado por los despiadados. Gritó. Corrió. Lloró.

El pueblo olía a muerte. En la plaza todavía estaba la mesa donde, en una suerte de rifa, anunciaban los nombres de las personas que pasaban al paredón donde se desorejaba y decapitaba. Por todos los rincones había botellas de ron, cerveza y colillas de cigarrillo, parecía más bien el final de una feliz corraleja que la brutal carnicería de campesinos, madres, adolescentes y niños. Mayerlis no aguantó el nudo en la garganta y desconsolada se sentó a llorar por varios minutos en un costado de la cancha donde había un lago de sangre seca con una bandera del Junior. El padre Castillo sacó fuerza del estómago e invitó a la gente a la entrada de la iglesia para hacer una plegaria por los que ya  no estaban. Mayerlis jamás se volvió a quejar de la vida que lleva y ha llevado.

La masacre del Salado.

La masacre del Salado.

Con aquellas escenas en los sueños, al año siguiente vio la necesidad de crear clandestinamente —pues los paramilitares seguían en su reinado— la Fundación Narrar para vivir. En casas de algunas mujeres víctimas de los vejámenes de la guerra entre paras, guerrilla y sectores armados, comenzaron a reunirse para tratar de hacer catarsis y llenar con un poco de amor fraternal el vacío que dejaron sus seres queridos. De manera empírica nació una metodología que año tras año se fue formalizando:  Narrar para vivir se instauró como un proyecto se desarrolló por medio del uso de la palabra, el diálogo y la memoria. Los corazones de decenas de mujeres en todo los Montes de María, comenzaron parcialmente a sanarse. La líder buscaba cualquier manera para formarse en las dinámicas de género, las políticas para mujeres y el conocimiento de sus derechos.

Así pasaron un par de años sin la ayuda estatal. Con lo que Mayerlis tenía, hacía lo que podía, transmitía sin recelo todo cuanto aprendía en los talleres que Redepaz hacía cerca de la zona. Por esos días era tan precaria su situación que su primer hijo solo recibía teteros de agua y azúcar, pero ella no daba el brazo a torcer y trabajaba hasta gritando bingos. Su mayor hazaña en tanta escasez fue la de embarcarse hasta Bogotá dentro de una tracto mula durante cuatro días, para llegar a la reunión nacional de mujeres. De entrada vieron semejante esfuerzo, pero cuando habló por las mujeres víctimas de la guerra, dejó en silencio el recinto y comenzó a capturar las miradas de las autoridades estatales.

La formación no ha parado. Mayerlis junto a sus compañeras comenzaron a ser llamadas por entidades como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), embajadas y organizaciones de mujeres para recibir diplomados y cursos sobre las leyes que las cobijan. Entonces entendió que no quería que las llamaran “Víctimas” sino ‘Mujeres Sujetas de Derecho’. Ahora saben al dedillo qué significan las leyes 1257, 9323, 9912 y 0805, que tienen que ver con todo cuanto les afecta. La incidencia de Mayerlis fue tal, que el trabajo de las mujeres de Narrar para vivir aportó valiosos documentos sobre reparación y justicia transicional, tierras y derechos de las víctimas, los cuales fueron presentados ante el Congreso de la República y que finalmente ayudaron a sancionar la Ley de Víctimas.

El segundo atentado en contra de Mayerlis Angarita ocurrió el pasado 8 de noviembre de 2012. Al finalizar una reunión con campesinos despojados de Córdoba Tetón (Bolívar), ella y sus dos escoltas se enrrutaron hacia El Carmen de Bolívar. Pasados unos  kilómetros, una moto salió de la nada al paso de la camioneta blindada. El chofer hizo la única maniobra que tenía por opción: girar la dirección hacia la derecha. Entonces el vehículo se salió de la carretera y tomó el barranco. El carro de inmediato se volteó y comenzó a rodar cuesta abajo. Gritos. Llanto. Miedo. Un arbusto los detuvo pero el vidrio panorámico se había salido. En medio de la polvareda el otro escolta trató de sacar su arma pero se había fracturado la clavícula. Ellos preguntaban angustiados a Mayerlis si se encontraba bien, a lo que ella respondió afirmativamente y quiso salir del carro.

—¡No salga, no salga, creo que nos van a matar, no salgamos! —gritaba de nuevo Jinete, su fiel guardián.

Tal vez, cavila Mayerlis, al quedar el carro hecho pedazos, los bandidos pensaron que no era necesario rematarlos y qué mejor que “pareciera un accidente”. La moto desapareció. A Mayerlis la salvó tener puesto el cinturón de seguridad; JInete sufrió una contusión en el pecho con uno de los parales que casi lo atraviesa, pero milagrosamente lo salvó el chaleco antibalas; mientras que López –el otro escolta- salió con la clavícula fracturada. El estruendo alarmó a los vecinos de una de las arroceras quienes hicieron el llamado a las autoridades. Como se demoraron tanto, los ayudaron a sacar más de 30 campesinos que bajaban a pie después de la reunión. Sin tardar, de nuevo el director de la Unidad de Protección se puso en contacto con Mayerlis.

—Andrés Villamizar, es el funcionario más eficiente que tiene el Estado, porque si fuera por la Fiscalía de El Carmen de Bolívar ya me habían matado. Allá hay es un nido de ratas.— dice Mayerlis sin vacilar y se le empiezan a secar las comisuras de la boca.

Aquel atentado por haber ocurrido en inmediaciones de Córdoba Tetón, según investigadores, tiene un ingrediente más: existe una familia ya identificada que reclama como suyas las tierras que Mayerlis les está ayudando a recuperar a los campesinos despojados. “Aquella familia está incómoda con el trabajo de ésta mujer y son personas bastante delicadas”, afirma uno de los investigadores del caso, quien pide no mencionar su nombre y no preguntar por el apellido de la familia para no poner más en riesgo a Mayerlis y mucho menos entorpecer las investigaciones.

Dentro de las mujeres que acuden a Narrar para vivir se ha logrado identificar 57 casos de despojo. Mayerlis comenzó a acompañar a 36 familias empoderándolas en el tema. Ha iniciado jornadas de divulgación sobre todo cuanto les garantiza la ley y lo que está por fuera de ella. No cabe duda que su tarea es un alacrán en el bolsillo de los despojadores. Una de las señoras que acuden a Narrar para vivir le advirtió que  a uno de sus hijos le habían ofrecido cincuenta millones de pesos por matarla, pero que él se había negado por toda la ayuda que su madre había recibido de ‘la seño Maye’, como cariñosamente la conocen.

Hoy Mayerlis está en segundo año de Derecho. Sin embargo su horario es diferente al de los demás: no puede asistir a clases de manera normal como el resto de sus compañeros, entonces los profesores le envían el plan de aprendizaje de cada materia, ella asiste en días claves a algunas jornadas de profundización y presenta exámenes que comprueben que se ha leído los materiales que la convertirán en abogada. Es su meta. Por lo pronto representa a las mujeres y víctimas de su región en foros nacionales e internacionales como al que asistió en la sede de la ONU en Nueva York, donde fue una de las cinco invitadas de todo el mundo para hablar sobre violencia contra la mujer.

Las persecuciones no han parado. A mitad de mayo de 2013, llegaron personas a su nueva residencia, lugar que, incluso, no conoce ni su papá. Los hombres se presentaron como agentes del CTI y preguntaron por otra persona. Eso la angustia. Estar con Mayerlis por más de una hora lo contagia a uno de un cierto síndrome de persecución. Cada que suena el timbre de aquella casa con pocos muebles, ella se alarma y se empieza  a respirar un halo de fatalidad. Cuando la encontré, su teléfono no paraba de sonar por la organización de la marcha por la paz que tenía por delante. Está preparada para hablarle de frente al presidente por los suyos y así lo hizo.

Aprovechó también para advertirle a Santos que la van a matar. Pero dice que le ruega a Dios que no le ocurra lo que sucedió a Tito Díaz, aquel alcalde de El Roble (Sucre) que el 1 de febrero de 2003 le dijo sin tapujos y de manera valiente a entonces presidente Álvaro Uribe Vélez en uno de sus Consejos Comunitarios en Sincelejo: “Señor presidente, a mi me van a matar”.

Por @PachoEscobar

Y lo mataron.

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