Cuando somos tan desiguales en términos de riqueza material, debemos avanzar hacia la igualdad en términos de oportunidades. Así, la balanza de la distribución de riqueza tiende a equilibrarse en el futuro. Ese futuro que no le promete nada a los que no han recibido una buena educación.
Educar es multiplicar la esperanza. Un joven estudiando se constituye en la esperanza más grande para su familia y para su nación. Cuando la educación no se puede pagar, no solamente disminuye la esperanza sino que además se aumenta la frustración y el sentimiento de impotencia para esos jóvenes con talento que abundan en nuestras ciudades. Y así reemplazamos la esperanza de una nación por la frustración de una nación.
Educar no solo mejora la economía sino que también eleva el nivel cultural de una sociedad, su capacidad de comprenderse, de autocriticarse y de intervenirse a sí misma para transformarse. Sabiendo que la educación es la mayor de las oportunidades y la estrategia más efectiva para que familias y naciones salgan del círculo de la pobreza, deberíamos pensar con grandeza cuando de educar se trata.
A los jóvenes los necesitamos educados. Ellos quieren más, tienen potencial para progresar y aportar. Merecen que se les dé el empujón de la educación. Hay que invertir en ellos. A muchos no les parece bien que el estado regale nada. Consideran que cada ciudadano debe autogestionar su desarrollo. Si todos partiéramos del mismo punto, yo estaría de acuerdo, pero con los niveles de desigualdad en los que vivimos es prácticamente imposible para un joven de una comuna de estratos bajos o para su familia reunir los recursos necesarios para educarse cuando con dificultades sobrevive y consigue para sus necesidades básicas.
Hay una desigualdad que no es natural, no viene dada por la naturaleza. La hemos creado los humanos con nuestro sistema de impuestos, con el desplazamiento, con las decisiones de los gobiernos que casi siempre favorecen a los mismos grupos, con la corrupción. Por lo tanto, es de mera justicia tratar de equilibrar la balanza.
Por eso aplaudo la decisión del alcalde de Medellín de no cobrar la matrícula a los 24.000 jóvenes de las universidades públicas del orden municipal de la ciudad. Esos jóvenes no vivirán sin esperanza.