Mario Vargas Llosa, ¿un genio o un cínico de las letras?
Opinión

Mario Vargas Llosa, ¿un genio o un cínico de las letras?

Puede estarse en desacuerdo con las opiniones económicas y políticas del escritor peruano, el asunto es cómo tratar esa diferencia, sin ultrajar a quienes no gustan de él

Por:
enero 29, 2021
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Escribió Iván Gallo en Las2Orillas una columna de exaltación a Mario Vargas Llosa, el escritor peruano, premio nobel y obrero infatigable de las letras, de quien sin duda hay mucho que aprender por sus habilidades con la pluma. Y por su manera de investigar de manera minuciosa los temas históricos, para luego novelarlos con suficiente maestría como para dejarnos a todos la convicción de que así efectivamente y no de otro modo ocurrieron las cosas.

Recuerdo haber comentado en alguna columna su novela Tiempos recios, una obra maestra sobre la intervención norteamericana en Centroamérica, que desnuda la simbiosis entre los intereses del gran capital y las políticas del gobierno de los Estados Unidos. Para quienes ubican al escritor dentro de los innombrables a quienes jamás se debería leer por neoliberal y reaccionario, debe ser muy difícil asimilar que alguien así escriba semejante pieza histórica.

Pero hay algo que no me convence de Iván Gallo, su reiterada pasión por condenar los mamertos, a quienes suele identificar con la absoluta intolerancia, algo así como el equivalente en la izquierda del fanatismo de la derecha. Cuando se critica a alguien por su extremismo es necesario cuidar no parecer extremista. Si nos vamos a los hechos reales, los denominados mamertos, esto es los comunistas, siempre fueron los más sensatos y analíticos.

Es más, esa denominación les fue restregada por las demás corrientes de izquierda que consideraron siempre a los comunistas como los conciliadores, revisionistas y reformistas, los menos dispuestos a trabajar por la revolución. Un poco reproduciendo todo aquello que en el escenario internacional le fue atribuido a la Unión Soviética por sus adversarios comunistas de otros países y corrientes, que la condenaban como traidora al marxismo leninismo.

Que una gran potencia, la URSS, hablara de coexistencia pacífica en lugar de predicar la guerra total contra su adversario imperialista de occidente les resultaba imperdonable. Que comprara cereales a la Argentina en plena dictadura militar constituía una traición. Igual aquí, un partido que acudiera a las elecciones como mecanismo de lucha, estaba ni más ni menos que legitimando al régimen político fascista y proyanqui que imperaba.

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Lo menos parecido al fanatismo extremista en la izquierda fueron los comunistas.  Paradójicamente, desde los sectores de la política tradicional, se les quiso convertir en objeto de burla con el mote de mamertos

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Así que lo menos parecido al fanatismo extremista en la izquierda fueron siempre los comunistas. Pese a ello, de manera paradójica, se los quiso desde los sectores de la política tradicional, me refiero a los conservadores y liberales, convertir en objeto de burla con el mote de mamertos. Quizás porque fueron los primeros en atreverse a disputarles los escenarios que consideraban propiedad exclusiva. En ese sentido, si se mira bien, los comunistas fueron una vanguardia.

No resulta por tanto acertado atribuir el mote de mamertos a los fanáticos que desde la izquierda desprecian el genio artístico, literario o cultural de Vargas Llosa o de Jorge Luis Borges. Todavía más, no me parece que un crítico de los extremos deba colgar epítetos ofensivos a quienes no comparten sus opiniones. Aquello de no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti puede ser evangélico, pero vale incluso para los más declarados ateos.

A veces repetimos y empleamos palabras que perdieron hace mucho tiempo su sentido, lo hace la senadora María Fernanda Cabal y lo hacen también sus críticos. El mundo cambia y se transforma aceleradamente, pero no siempre se mueven al mismo ritmo las ideas y el lenguaje. Hay cosas que no pueden explicarse apelando solamente a parámetros del pasado, repitiendo sentencias y negándose a ver la transformación de la realidad que nos rodea.

Nadie puede poner en discusión que Mario Vargas Llosa transitó en materia política de un extremo a otro a lo largo de los años. Y desde luego que puede estarse en completo desacuerdo con sus opiniones económicas y políticas. De hecho, media humanidad está en desacuerdo con lo que piensa la otra mitad. El asunto es cómo tratar esa diferencia sin trenzarnos en un conflicto encarnizado. No hay razón para ultrajar a quienes no gustan de Vargas Llosa.

Están en todo su derecho. Al fin y al cabo el planeta se encuentra cercano a una debacle por cuenta del radicalismo neoliberal de extracción minera y fósil. Los grandes conglomerados económicos acumulan mayores riquezas diariamente, a costa de la pobreza y la pauperización de miles de millones de seres humanos. Un intelectual que defienda de manera entusiasta ese orden de cosas tiene que generar antipatías en un sector importante de la población.

Así jamás lo exprese en sus trabajos literarios. Puede emplear su oficio solo para vender y enriquecerse, escribiendo sobre temas que gusten a los otros, de quienes puede reírse incluso. Algunos podrán afirmar que es cínico, develando las injusticias de un episodio y ocultando su vívida vigencia en el mundo que defiende. Y seguramente les asiste una justa razón. No por defender lo nuestro, tenemos que salir a pisotear lo ajeno.

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