Marco Aurelio Álvarez, el Señor Bolero, anhela su regreso a la radio

Marco Aurelio Álvarez, el Señor Bolero, anhela su regreso a la radio

Una visita al museo musical de la leyenda viva de los micrófonos, que está llena de acetatos, grabaciones con figuras estelares del género, anécdotas y reminiscencias

Por: Ricardo Rondón Chamorro
noviembre 06, 2018
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Marco Aurelio Álvarez, el Señor Bolero, anhela su regreso a la radio
Foto: La Pluma & La Herida

Marco Aurelio Álvarez Camargo abre de par en par la puerta de su apartamento al norte de Bogotá, despliega su sonrisa bonachona y saluda con un ¡holaaaa! cantado que estira su voz radiofónica de locutor de época. Al fondo se oye el rumor señorial de una tonada de don Pedro Vargas.

El refugio de Álvarez está hecho a la medida de sus más hondos afectos: el vínculo conyugal que lo une de hace más de cincuenta años con doña Rosalba Arenas, madre de su única hija Mónica, y su amor enquistado como un germen por la música.

En todos los espacios de la vivienda, en el pasillo que comunica con la sala de estar, el estudio, las habitaciones, el cuarto de huéspedes, la alcoba principal, hay música. Música en todos los formatos: vinilo (cantidad de acetatos), casetes, discompactos, películas, infinidad de grabaciones perfectamente clasificadas de los programas y entrevistas que ha realizado a lo largo de tantos años, algunas que le han conferido reconocimientos y congratulaciones, de los más satisfactorios para él, el Premio Simón Bolívar al Mejor Reportaje en Radio con Gabriel García Márquez, hablando de boleros.

Difícil controvertir, por lo menos en Colombia, que alguien ostente una colección de boleros de distintas épocas como la de Marco Aurelio. Y agregado, que al borde de sus ochenta años, exista una memoria tan precisa y actualizada de letras, compositores, intérpretes, discografía, fechas, y cientos de anécdotas alrededor del género romántico por excelencia. No en vano, por su palmarés, se ha ganado el título de Señor Bolero.

Desde que se pensionó de RCN en 2007, y con un dinero embolatado que tenía de cesantías, compró el apartamento que hoy habita con su esposa. Marco Aurelio, en su domicilio, en sudadera o en pijama, no ha cesado de cumplir a un horario laboral como si continuara devengando.

Bien de mañana se ocupa rescatando voces y redactando crónicas de letristas, cantantes, tríos, duetos y orquestas —a la fecha tiene más de 300, que están reclamando editor para un libro— o publicando notas breves en su cuenta de Facebook —estimulantes cápsulas que refrescan la memoria de aquellos puntuales oyentes que por años lo siguieron en el dial—.

Tiene material suficiente como para 1000 programas de boleros con un título sugestivo —Plácido Domingo— en la gran audiencia de quienes cultivan y atesoran el gusto especial por esas letras memoriosas que durante varias generaciones han flechado corazones y promovido el amor, la conciliación y la esperanza, eso que añoramos por estos días.

Porque Marco Aurelio, en la suma de sus almanaques y su trajinar, se siente lúcido y en activo. Desde que se levanta hasta que anochece está botando corriente, bien con lo suyo, la música, o con las encomiendas personales y de casa: pagar los servicios, ir de compras al supermercado, cumplir a una cita médica, pasear por el parque con su pequeño nieto, o visitar a su amigo Élkin Giraldo en el almacén de calzado Cosmos, del centro capitalino, a donde llega a menudo a esculcar, consultar y tomar notas entre los más de 100.000 acetatos con músicas del mundo que acuña en sus bodegas.

Por estas fechas, recuerda, cuando las cabinas de radio comenzaban a retomar los jingles de fin de año, ya tenía listo y en su orden  las veinticuatro horas de programación, desde las doce del mediodía del 24 de diciembre, hasta la madrugada del 25, la fiesta guapachosa con la que aquí en Colombia o en Estados Unidos, desde el master de RCN Nueva York, colombianos en la diáspora y latinos en aras del sueño americano, encalambrados por el azote invernal, celebraban la navidad.

No había necesidad de interrumpir el bailoteo para disponer vinilos en la radiola o casetes en la grabadora. La programación del maestro bumangués de los micrófonos y las consolas era tan efectiva y pegajosa, además de sus amenos comentarios, que familias y amigos reunidos no cesaban en el ejercicio de lubricar articulaciones con los clásicos de Guillermo Buitrago, Bovea y sus Vallenatos, Los Hispanos, Los Graduados, el furor que evocaban las voces de Guillermo El Loco Quintero y Rodolfo Aicardi, Pastor López, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, La Billo’s, Los Melódicos, Los Blanco, y cuantos intérpretes y agrupaciones salen a rebrillar sus éxitos de toda la vida en esta temporada del año.

Foto: La Pluma & La Herida

La radio, para Marco Aurelio Álvarez Camargo, ha sido su razón de ser como profesional. El motivo de sus quimeras y nostalgias, del nutrido grupo de colegas con quienes ha compartido desde cuando debutó a los diecisiete años como control en Voz Panamericana, de Floridablanca, pasando por Radio Santander y Radio Atalaya, en Bucaramanga; comentarista deportivo de Todelar; voz comercial en Radio Pipatón de la Costa, al lado del legendario narrador de béisbol Marcos Pérez Caicedo; hasta el pase de honor que en Barranquilla, donde estuvo radicado veinte años, le hizo Álvaro Cepeda Samudio en la naciente cadena de emisoras Olímpica, donde terminó siendo hincha del Junior, y su paso por Radio Universal, de los hermanos Navarro.

La Puerta de Oro de Colombia lo sedujo a componer dos de las melodías más emblemáticas de la próspera y acogedora capital del Caribe: Puente Pumarejo y Barranquilla es tu ciudad, ambas con Los Melódicos, en la voz de Víctor Piñero. Lo que muchos no saben es que él nunca llegó a cobrar por ventanilla las regalías de esas letras, porque con toda la frescura del mundo, como suele suceder en estos casos, Álvarez asegura que se las apropió Óscar García, pianista de Los Melódicos, y con ese nombre están registradas en Disco Moda, de Caracas, Venezuela.

En La Arenosa, justamente por donde ingresó la radio, sinónimo de civilización, y la aviación, pasaporte al progreso, Álvarez se dejó envolver de la magia caribe y la bohemia del bolero derivada de los rutilantes cantantes y las grandes orquestas de salón que llegaban de Cuba, Puerto Rico, República Dominicana y México para carnavales y festividades decembrinas, comenzando por la Sonora Matancera y sus figuras estelares: Celia Cruz, Bienvenido Granda, Celio González, o Daniel Santos, entre otros. De todos ellos atesora entrevistas de antología.

Por ejemplo, 24 historias de boleros es un vivo testimonio, como aparece impreso en la presentación de este doble compilado, con agradecimiento a Norberto Traslaviña, hacedor y promotor del mismo, de cuarenta años de voces de letristas e intérpretes, entrevistas, grabaciones espontáneas, anécdotas, datos curiosos de cómo nacieron sus melodías, en distintas épocas y escenarios:

Claudia de Colombia cantando en vivo Nosotros, con Los Panchos, en una gala del Salón Rojo del Hotel Tequendama. René Cabel y Celia Cruz, también en el Tequendama, interpretando a capela Quiéreme mucho; el destacado compositor mexicano Adolfo Salas compartiendo el origen de su Señora bonita, bolerazo que le dio la vuelta al mundo y que en este trabajo cantan a dúo Nelson Pinedo y Leo Marini; Agustín Lara y el Bachiller Gálvez desgranando reminiscencias de Noche de ronda; y entre otras, la premiada entrevista a Gabriel García Márquez hablando de Bienvenido Granda, dos días después de la muerte del genio y figura de la Sonora Matancera.

Cuenta Álvarez que esa conversación no estuvo pactada con anterioridad, sino que se dio de pura casualidad. El 11 de julio de 1983, él estaba preparando en RCN su programa de boleros, cuando sintió en pasillos una algarabía para nada habitual en el trasegar de la torre sonora, salvo la presencia de un rock star, una actriz de moda, o el Premio Nobel de Literatura colombiano, que ese día era el invitado central a la mesa de trabajo de Juan Gossaín.

Antes de que el escritor ingresara a la cabina, Marco Aurelio le pidió el favor a Gossaín que le permitiera conversar con Gabo una vez terminada la entrevista. La idea era hacerle una nota para su especial  dedicado al recién fallecido Bienvenido Granda, de quien Álvarez sabía que, al igual que Daniel Santos, era uno de los cantantes de los grandes afectos del autor de Cien años de soledad.

El resultado, una exquisita entrevista con el genial narrador de Aracataca, que bien sabido es, se tomaba el micrófono por su cuenta cuando un tema le agradaba.

Como la noticia luctuosa del fallecimiento del ídolo mayor de la Sonora Matancera estaba fresquita, García Márquez se explayó en un honroso homenaje a quien consideró el digno sucesor de Daniel Santos, el mismo que despertó a temprana edad su gusto por el bolero antillano, en la época dorada del Cuarteto Flores.

“Cuando descubrí a Granda —dice el Nobel en la grabación— la magia de su voz, y mi admiración por él fueron motivos suficientes para que me dejara el bigote, que fue para toda la vida. No en vano Bienvenido se ganó el remoquete del bigote que canta, y muchos años después, en mi trasegar por las letras, ya radicado en México, donde escribí Cien años de Soledad, me reconocían como el bigote que escribe. Quiero profundamente el acervo de la música popular latinoamericana, siempre presente en mi obra. Ojalá algún día se me recuerde como el Premio Nobel al que le gustaba Bienvenido Granda”.

Foto: La Pluma & La Herida

Esas entrevistas de antología con celebridades que se transmitían en la recordada estación Amor Estéreo bajo el nombre de Domingo Bolero, de 5:00 p.m. a 7:00 p.m. —por iniciativa del doctor Ricardo Londoño, directivo de RCN, con el pretexto de que al ejecutivo se le hacía más plácido el retorno de su finca a Bogotá, los fines de semana, disfrutando de boleros—, le abrió la puerta grande de la televisión para producir y presentar Nostalgia.

Al caballero de la noche romántica, como también se le conoce al bolero, Marco Aurelio le debe que por orden expresa del presidente Belisario Betancur, asiduo televidente de Nostalgia, se le hiciera el encargo oficial, por primera vez, de cubrir el Carnaval de Barranquilla, en vivo y en directo desde el Country Club, misión que gracias a su portentosa voz, su elegancia y versatilidad como maestro de ceremonias ante cámaras, marcara un hito en el estilo de presentación en televisión.

A la par de ese éxito, tanto en radio como en televisión, los cerebros de la publicidad aprovecharon el derroche de talento y simpatía de Álvarez para programar maratones de bolero, de veinticuatro horas, a lo largo y ancho del país, con transmisión en cadena por las estaciones regionales, estrategia que no solo amplió sintonía en capitales y provincias hasta ese momento dormidas, sino que redundó en la facturación y en jugosos dividendos para la compañía por tratarse de algo inédito y revolucionario, un punto y aparte en los esquemas convencionales establecidos: diez años de una estimulante travesía.

Marco Aurelio Álvarez Camargo hizo grande y galante el bolero en Colombia, y a su vez el bolero, en réciprocité, le dio la altura y el prestigio para contarlo con su particular verbo y personalidad, y ampliar el espectro a otros géneros como la ranchera, la balada, la música popular latinoamericana, la salsa y el merengue, como testimonian sus grabaciones estelares para los grandes especiales de Caracol y RCN con figuras como Sandro de América, Julio Jaramillo, el Gran Combo de Puerto Rico, José Alfredo Jiménez, Daniel Santos, Alfredo Sadel, Carlos Argentino, Celia Cruz, Celio González, Leo Marini, Rolando Laserie, Miguel Aceves Mejía, Javier Solís, Pedro Infante, Pedro Vargas y Juan Legido —a quien entrevistó la misma noche de su repentina muerte en un hotel del centro de Bogotá—, entre más de doscientas celebridades que hacen parte de su envidiable fonoteca.

"Pero por el bolero, la vida, porque la vida con todos sus descubrimientos, quimeras y nostalgias, es una cadena de boleros", dice un Marco Aurelio que el 31 de agosto de 2019 completará ochenta almanaques bien vividos y narrados en tiempo de bolero, y de las músicas del mundo que paladean el corazón de los enamorados.

“El bolero nació en Cuba, pero hay más compositores de bolero mexicanos y puertorriqueños que cubanos. El bolero nació con José Antonio Méndez, creador del bolero feeling”, interpela Álvarez como si estuviera ante micrófonos, como si la vida continuara entre consolas, y el aviso en rojo de Al aire jamás se hubiera apagado. Y agrega:

—Te voy a poner el bolero con el que hace más de cincuenta años conquisté a Rosalba, mi mujer: se llama Imágenes, de Frank Domínguez, enorme compositor cubano, el mismo de Tú me acostumbraste. Una de tantas versiones, esta en la voz de Guadalupe Pineda.

Lo extrae de su discoteca de vinilos como si fuera su más preciado tesoro, lo mira por ambos lados y lo instala en el tornamesa Technics 1200 de manufactura japonesa. “Este tornamesa me lo regaló don Élkin Giraldo, un ser humano excepcional que yo estimo mucho, y al que visito con frecuencia porque tiene joyas de todos los géneros, cantidad de música clásica, discos raros, boleros, por supuesto, que es lo que más me gusta, y música tropical, de fin de año, lo que quieras. Difícil de conseguir este aparato. Con solo decirte que el juego de agujas Ortofon, de la mejor calidad, se consigue en Estados Unidos por 2.400 dólares. Te lo confirmará el sonido”.

Primero el infalible scratch que da paso a la flauta de Reinaldo Pérez Cruz, y el piano de Daniel Herrera, compases en parsimonia para un bolero de luna llena con traje carmesí en la voz sin par de la Pineda:

Como en un sueño sin yo esperarlo / te me acercaste / y aquella noche / maravillosa, / ya, me besaste. / En el hechizo de tu sonrisa había ternura / y en esa entrega de tus caricias tibia dulzura. / Pero el destino marca un camino que nos tortura / y entre mis brazos quedó el espacio de tu figura. / Y desde entonces te estoy buscando para decirte / que como un niño, cuando te fuiste, / me quedé llorando.

El estudio, contiguo a la sala comedor, donde Marco Aurelio pasa gran parte de su jornada, está decorado con acetatos de varios colores que también le ha obsequiado don Élkin Giraldo, de viejos micrófonos de la RCA Víctor, de su unidad de sonido Denon, de afiches de The Beatles, Frank Sinatra, de algunos retablos de sus programas de televisión, de sus postales familiares y de un grato recuerdo de sus travesías por el mundo, como una de sus fotos entrañables en París, él con los brazos abiertos y la Torre Eiffel a sus espaldas, recuerdo del Mundial de Francia 1998, en el que lo embarcó Juan Gossaín; otras en el colegaje con Fernando González Pacheco y Jota Mario Valencia.

Por ese tornamesa que Álvarez Camargo cuida como si fuera la más preciada y celosa pieza de su museo musical —en realidad lo es—, han pasado cientos de larga duración y discos en 45 RPM, de una colección de aproximadamente 6.000 que ostenta en diferentes espacios y recovecos de su apartamento, sin descontar sus 1.500 discompactos. “Hace años llegué a tener 4.000 vinilos, pero para un trasteo tuve que salir de ellos. Se los obsequié a un amigo banquero. Ya pensionado, me ha quedado tiempo para recuperarlos. Y en esta labor ha sido imprescindible el entusiasmo y la generosidad de don Élkin”.

Discos de antología, exóticos, difíciles para coleccionistas, como uno de don Pedro Vargas, 45 años de mi vida artística que le obsequió en México, interpretando la Guabina Chiquinquireña en el Radio Teatro de emisoras Nueva Granada, con la Orquesta de José María Tena. Uno de Gonzalo Rodríguez Gacha El Mexicano, cantando sus géneros preferidos: corridos y rancheras. Discos de Los Panchos y Los Tres Diamantes en Japón. La primera grabación que se conoce del Himno Nacional de la República de Colombia en la voz de Tito Squipa. 40 años con Billo’s: doce vinilos de su época de oro. Uno del maestro Manuel Fuentes, que tantos éxitos le dio a Marco Antonio Muñiz. Los primeros de Agustín Lara, voz y piano. Grabaciones de Frank Sinatra cantando resfriado. La magistral voz declamadora de su amigo y colega John Gres. El álbum del 65 aniversario de la Sonora Matancera, grabación en vivo en el Carnegie Hall. Todo María Dolores Pradera, a quien tuvo el privilegio de presentar en Bucaramanga. El homenaje al Gran Rafael Hernández y sus mejores intérpretes, colección del Banco Popular de Puerto Rico. Uno requetedifícil, según él: Edith Piaf, en el Carnegie Hall, january 13/57, que adquirió por 50 dólares en un almacén de Nueva Jersey. En fin…

Han pasado decenas de calendarios de aquel entonces cuando un adolescente soñador que en su debut como locutor en una emisora de provincia de su natal Bucaramanga presentó a Los Hermanos Oropeza, tres jóvenes bolivianos que hacían sus pinitos en la música típica de su país, y que muchos años después, ya consolidado como uno de las grandes leyendas de la radio, los volvía a presentar con el éxito de fin de año, Faltan cinco pa’ las doce, en la voz inconfundible y melancólica de Néstor Zavarce.

Franco y directo como buen santandereano, serio, metódico y disciplinado, con la voz y la memoria intactas, su fino sentido del humor, la vida otoñal de Marco Aurelio Álvarez Camargo transcurre, como en sus mejores épocas de radio, con un concierto diario, y ese esbozo de sonrisa, que es su marca registrada.

“Yo amo profundamente la vida. Tenía la idea de que cuando se acabara el mundo, apareciera en un firmamento despejado el letrero a todas luces de The End, como en las películas, como en el final de Lo que el viento se llevó. Amo la radio, lo hice todo en la radio, y me gustaría volver a hacer radio. Estoy en mis plenas facultades y con el ánimo dispuesto a recuperar grandes sintonías”.

Ya en el momento de la despedida, de regreso a la puerta de entrada, pasamos por su alcoba matrimonial donde están clasificadas por repisas las 150 mejores películas del oeste en  formato DVD, el radio transistor Sony que se encontró en un basurero en Nueva York; las fotos y los afiches que decoran las paredes del living: Clark Gabel, en Lo que el viento se llevó, el poster con dedicatoria de Julio Iglesias cuando lanzó su álbum Crazy;  un óleo en sepia de John Wayne, el icónico perro de la RCA Víctor, el retrato de su padre Marco Aurelio Álvarez Ángel, pintor de caballete y pintor de brocha gorda, autodidácta; los paisajes de la comarca santandereana pintados al óleo por su hermano Mario Álvarez Camargo, y la colección de sus caricaturas firmadas por Al Donado, Turcios y Alexander Orrego.

Próximo al umbral, justo en el rincón de las nostalgias donde reposan algunos de sus vinilos más preciados, le pido a doña Rosalba Arenas, su señora, que pose para una foto con Marco Aurelio. La negativa es diplomática: “Yo le agradezco su buena intención, pero el protagonista es él”.

Reparo con una pregunta:

—¿Qué han significado 50 años de matrimonio con él?

Una sola palabra:

—¡Todo!

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