Maldita guerra, que haya muerto, que nunca vuelva
Opinión

Maldita guerra, que haya muerto, que nunca vuelva

No pude evitar preguntarme en qué momento de nuestras vidas el torrente político y social desencadenado en Colombia nos arrastró irresistiblemente a la confrontación

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mayo 10, 2019
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El miércoles recibí una grata sorpresa. Mi amiga Katherine del Pilar me llamó para decirme que se encontraba en Bogotá y quería verme. Los dos pertenecimos a las Farc y ahora somos reincorporados. Nos conocemos de 35 años atrás, cuando ella terminaba su carrera de administración de empresas en la Universidad Popular del Cesar, y yo ejercía como abogado litigante en la ciudad de Valledupar.

Fuimos fundadores de Causa Común, el movimiento cívico popular creado por un grupo de jóvenes profesionales inquietos por la suerte del país, del que hicieron parte personajes como Ricardo Palmera e Imelda Daza. En tal condición, un tiempo después, participamos en la creación de la Unión Patriótica, en cuya primera campaña trabajamos emocionados. Cuando comenzó el exterminio de esta, no vimos otra alternativa que sumarnos a las Farc.

Acudí al hotel donde Katherine se hospedaba, Eco Boutique, en Teusaquillo. Allí en lugar de números las habitaciones llevan el nombre de flores. Venía de Caño Indio, en Tibú, uno de los ETCR con mayores dificultades. Allá los antiguos guerrilleros han sido preavisados de que en agosto se los trasladará a Cúcuta, al sector de Los Patios, cosa que los tiene profundamente alarmados. Tras el abrazo fraternal de reencuentro, me dijo que quería conocer dos cosas.

El contra monumento a la paz de Doris Salcedo y la exposición fotográfica de Jesús Abad Colorado. Había venido a la capital a rendir un informe relacionado con el trabajo de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad. Ahora, un poco más liberada, quería aprovechar su breve estadía en la ciudad. Los dos lugares se encuentran en los alrededores del Palacio de Nariño, uno cerca del otro, así que sin vacilar le propuse salir enseguida hacia allá.

Solo teníamos la idea vaga de que el contra monumento estaba en la carrera 7ª con calle 6ª, así que tuvimos que preguntar a los policías ubicados en tal esquina por su localización exacta. Fueron muy amables al indicarnos. Al ingresar a la vieja casona remodelada, no pude evitar pensar en el significado de lo que hacíamos. Dos exguerrilleros, siguiendo las indicaciones de los policías, pisábamos las placas metálicas esculpidas tras la fundición de las armas que dejamos.

 

“Pisábamos lo que fueron los fusiles, los morteros, las ametralladoras, las pistolas, las municiones”

El lugar es hermoso, ampliamente iluminado y de paredes blancas que se turnan con vidrios enormes tras lo que se encuentran las ruinas de la antigua casa. Pisábamos lo que fueron los fusiles, los morteros, las ametralladoras, las pistolas, las municiones. Había varios visitantes a nuestro alrededor. Indudablemente las cosas habían cambiado mucho en nuestro país. Las armas eran ahora una obra de arte, ya no podían inspirar miedo, sólo un sentimiento de recogimiento.

Nadie podía imaginar allí que éramos exguerrilleros de las Farc. Al entrar al salón de proyecciones, no pude evitar asociar lo que hacíamos con el texto de una novela o el guion de una película. Por alguna razón, un grupo numeroso de oficiales de la policía conformaba la mayoría de los espectadores. Vi insignias de teniente coronel, mayor, capitán. El documental explicaba cómo se había elaborado el contra monumento y lo sentido por las mujeres que participaron.

 

 “El documental explicaba cómo se había elaborado el contra monumento y lo sentido por las mujeres que participaron

Todas víctimas de violencia sexual por parte de grupos armados, aunque jamás dicen cuáles. Eso ofende un  poco. Katherine reconoce a una de las protagonistas, una mujer de Norte de Santander. En su caso, como en el de la mayoría, las Farc no tuvieron nada que ver. Concluimos que finalmente lo que cuenta es la posibilidad de reconstruir la memoria del conflicto en aquel espacio. Hay muchas verdades para contar, y hay que aprovechar ese escenario.

Lo realmente estremecedor es la exposición de fotografías del conflicto de Jesús Abad Colorado. El sufrimiento de las víctimas de aquella violencia desenfrenada en que se sumió el país. Solo quien carezca por completo de sentimientos, puede evitar que afloren las lágrimas a sus ojos. Los horrores del conflicto se presentan ante el espectador en silencio, acompañados de textos poéticos de profundo contenido. Guerra, maldita guerra, que hayas muerto, que nunca vuelvas.

 

“Los horrores del conflicto se presentan ante el espectador en silencio”

 

No pude evitar preguntarme en qué momento de nuestras vidas el torrente político y social desencadenado en Colombia nos arrastró irresistiblemente a la confrontación. Pienso ahora que ni siquiera fueron las ideas de revolución y cambio las que nos guiaron a aquel destino, pues muchos que pensaban igual no lo siguieron. La inmensa mayoría de quienes tomaron las armas no lo hicieron movidos por ideas, sino absorbidos por fuerzas irrefrenables desarrolladas en su entorno.

Intereses que deben revelarse con el relato de la verdad, que puja por aflorar pese a tanto enemigo empeñado en impedirlo. Los colombianos logramos poner fin a un conflicto y queremos que se abra su caja de Pandora. Hay que ser demasiado perverso o demasiado estúpido, para insistir en que el conflicto continúe o se repita. Había que decirlo y se dijo.

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