Qué crimen más insólito —y por esto no deja de ser execrable el magnicidio de Álvaro Gómez— que ya a punto de esclarecerse y cerrarse el caso por confesión de sus autores han salido muchos descreídos a reclamar que no y que todavía se necesitan más pistas, esto contra toda lógica procedimental.
Si el problema es la falta de pistas y no de pruebas, por ahí en una sátira del manual de investigación criminal se leía que como no hay crimen perfecto para llegar al asesino, la primera pista la daba la rubia, la que era mandada a buscar de inmediato. Pero como acá tampoco les sirve una primera pista, sino la última, tocaría entonces mandar buscar a Pastrana, ¿o a quién otro si con Gómez vivo Pastrana no hubiera sido presidente?
Igual que con la rubia, no se buscaría a Pastrana para incriminarlo de algo en lo que nada tuvo que ver, sino para que nos ilumine con una pista de gancho ciego que nos ponga ante la evidencia de que las Farc sí asesinaron a Álvaro Gómez, como en efecto sí lo hicieron ellos. ¿O será que a la gente no hay que creerle?
Ni más faltaba que Pastrana tuviera que comparecer, puesto que solo bastó encontrar en los archivos cómo después de haber perdido en primera vuelta con Serpa sería llamado por el secretariado de las Farc, que le tenía la fórmula ganadora y él enviaría al escudero Víctor G. Ricardo a verla.
A los ocho días de elegido y un mes antes de posesionarse, Pastrana ya se encontraría sentado a manteles con Tirofijo y el Mono Jojoy en Casa Verde haciendo el respectivo intercambio de regalos. Víctor G. sería nombrado Alto Comisionado de Paz. Las Farc dispondrían por tres años de una zona de distensión en el Caguán. Los militares darían ultimátum al presidente. Víctor G. sería enviado a una embajada y reemplazado por el comodín Camilo Gómez y de colofón aparecería un oscuro exgobernador dizque “emputado” a cobrar de contado. Aún estamos en el uribato siglo XXI.
Ahora las Farc nos han sorprendido al abrir por segunda vez sobre la faz de la Tierra la caja de Pandora, la misma sobre la que el poeta griego Hesíodo nos había echado el cuento de la imprudente Pandora, que la abrió liberando todas las desgracias y que asustada la cerró de súbito, dejando prisionera para la eternidad a la gracia de la Esperanza; mostrándonos con dicho gesto que, además de la Esperanza, también junto a esta había quedado encarcelada la gracia de la Verdad. Con razón la Esperanza y la Verdad no aparecen por ningún lado.
Y para qué Pastrana, si con la verdad empiezan a quedarse sin oficio tontos y listos, ya que una Verdad de tan demasiado interés general no podrá ser alterada ni por un rasguño. La esperanza es la verdad.
