Los verdaderos vándalos

Los verdaderos vándalos

El llamado es a cuidar el lenguaje, las palabras tienen poder para bien o para mal, más allá de lo nuestras intenciones

Por: Nury Astrid Gómez Serna
mayo 06, 2021
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Los verdaderos vándalos
Foto: Las2orillas / Leonel Cordero

"El lenguaje político, como todo lenguaje, no es inocente. Intenta siempre, de alguna manera, mover al oyente en una dirección determinada, manipular nuestra conciencia" afirmaba Eugenio de Bustos, catedrático español en 1981. Murray Edelman, en sus libros Lenguaje Político, La construcción del espectáculo político y otros, consideró al lenguaje como una forma muy importante del simbolismo político. Pudo detectar en el lenguaje una propiedad constitutiva de la realidad que resultaba ser un importante recurso político de dominación, pero también apuntaba a una formulación temprana de procesos de contrapoder o de resistencia política en el público masivo. El lenguaje político es parte importante de la “política simbólica”.

La ciencia política designa a la ideología política una referencia social, de pensamiento, comportamiento e ideales humanos. No funcionan solo en un momento determinado —como el actual—, por el contrario, busca perdurar en el tiempo y nacen como respuesta, casi siempre, a otra ideología política en furor en un espacio y coyuntura determinada. Las ideologías tienen una gran carga simbólica, entre ellas el lenguaje sustantivado, objetivado, calificante y diferenciador. Conservadores y progresistas cargan lingüísticamente discursos, mensajes, y es fácil de identificar cuáles son las palabras propias de cada uno: patria, moral, terrorismo, culpa, castigo y obediencia, entre los primeros; y libertad, social, bienestar, responsabilidad y distribución, en los segundos. Aun así, cada orilla, derecha o izquierda, en cada territorio, adopta y adoctrina nuevos términos según sus objetivos.

Hoy, una palabra que puede ubicarse en un lado se ha convertido en la más usada. La palabra “vándalo – vandalo” (con y sin tilde) ha crecido en 7 días más de 100% al día en las web de Colombia. Cada minuto se publican entre 80 y 100 anuncios, noticias, comentarios que la contienen, tanto en sentido positivo, como negativo. Conversaciones entre vecinos, amigos, colegas no están exentas de ser mencionada, incluidas micro expresiones faciales de desdén, ira y preocupación, o cadencias raspadas, roncas y enfáticas en voces telefónicas y virtuales.

¿Por qué nos gusta tanto enunciarla? El origen de ella se remonta al pueblo germánico del mismo nombre que habitó en la Europa Central hasta su desaparición en el siglo VI. La historia lo describe como guerrero y conquistador, enfrentándose feroz y violentamente en múltiples batallas; la más memorable, el saqueo de Roma en el siglo V.  El término vándalo – vandalismo fue usado por primero el 31 de agosto de 1794; lo utilizó Henri Grégoire (Obispo de Blois) pronunciándolo en un discurso en la convención republicana, en plena Revolución Francesa, como crítica al saqueo de las obras y tesoros religiosos que se produjeron en las iglesias. Ese momento hasta hoy se convierte en sinónimo de “barbarie, asolación, salvajismo, devastación, gamberrismo, destrucción, pillaje”.

¿Realmente somos los colombianos vándalos?, ¿los marchantes son vándalos, como son calificados por fuerzas militares, gobiernos, medios de comunicación y algunos políticos? Nuestro ADN defensor de los derechos siempre ha estado activo entre los jóvenes —siempre— desde hace 7 décadas. Es el espíritu juvenil, apasionado, llenos de esperanza y un frenesí de vida quien moviliza, a través del arte, la palabra, el canto, la música, las muestras de reconciliación y la protección del medio ambiente, lo que nos mueven la reconstrucción de la fe en un país mejor.

Tildar de vandalismo, sí, bárbaros, desalmados, brutales, al daño a la infraestructura, al transporte público, a la misión humanitaria y a los pequeños emprendimientos. Pero también hay que llamar vandalismo al exceso de la fuerza pública contra jóvenes desarmados, al uso de armas por parte de civiles —a quienes se les ha dado el permiso de portarlas—, a los seguimientos de activistas, a las represiones con gases y piedras, a declaraciones y condenas en redes sociales solo por repetición de algunos líderes, a mensajes provocadores de todo tipo… ¿al grito de la madre que perdió su hijo? El discurso político también es el silencio, la omisión, la indiferencia, el cierre de puertas, los no titulares de prensa, la editorial intencionada, la ausencia. Con un exceso de información estamos más desinformados que antes. No diferenciamos la verdad de la mentira, las versiones son más poderosas cuando el relato político ha permeado el relato social, los referentes intelectuales son descalificados y los influenciadores triviales son más escuchados y viralizados que alguna voz sensata.

El llamado es a cuidar el lenguaje, las palabras tienen poder para bien o para mal, más allá de lo nuestras intenciones. No basta con pronunciarse, alzar la voz… es fundamental cuidar las maneras, los tonos, los públicos y los llamados a la acción. Es el momento de la protesta, de la protesta con palabra de buscar un propósito común, entre todos. Es el momento de la protesta con el silencio ante el insulto, no silenciando ni cancelando la expresión contraria. Es el momento de la protesta, de la protesta colaborativa, de la inteligencia colectiva para acompañar a nuestros hijos, hermanos, sobrinos que no se silenciarán hasta que haya un verdadero cambio.

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