Los supremacistas blancos de América Latina

Los supremacistas blancos de América Latina

Están enquistados en alguna parte de los gobiernos haciendo silencio sepulcral ante la intentona de Estados Unidos de separar nuestro territorio ancestral americano

Por: Carlos Roberto Támara Gómez
enero 15, 2019
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Los supremacistas blancos de América Latina
Foto: Pixabay

El presidente Trump está poco menos que invocando el interés nacional, una figura jurídica de la constitución norteamericana, y la seguridad nacional para fundar su pedido de autorización presupuestal y fondos para la construcción de un muro que separe sus fronteras con los mexicanos, que es la misma de los pueblos latinoamericanos todos.

Al parecer esa frontera era más porosa antes cuando pertenecía a los indígenas latinoamericanos. Según dataciones, salvo que hayan sido corregidas, los indígenas norteamericanos están en nuestro continente desde hace 15.000 años. Si la especie humana nacida en África —dónde más— tiene 50.000 años quiere decir que esos indígenas se habrían demorado 35.000 años en venir hasta acá en el supuesto que hubieran arrancado a recorrer el mundo desde su origen. Ese tiempo no queda mal corregirlo y decir que se necesitaron unos 20.000 años, es decir, que se demoraron unos 15.000 empacando las cosas, y dominando el territorio africano hasta que, digamos se aburrieron de aguantar tanto calor, entre otras cosas. Ya para esa época debió ser visible que tenían labios carnosos y nalgas protuberantes como forma de defenderse y almacenar agua para las grandes travesías. Ese tiempo parece suficiente para que la piel se tornara en cobriza y se perdieran en el camino otros atributos. Todavía, podemos admitir, funcionaba lo que más tarde Darwin consideró la ley de conservación natural de las especies. Ojo, fue Darwin quien inventó ese cuento, no fuimos nosotros.

Luego de llegar a América del Norte se supone que siguieron dando pata, hasta el punto que las dataciones de los indígenas zenúes indican que están por estos lares desde hace 5.000 años, lo cual implicaría que caminaron América durante 10.000 años. Mientras tanto, según el antropólogo Marvin Harris lo que hacía era consumir la gran fauna salvaje, entre ellos los caballos. Harris sostiene ante la tesis de que nuestros indígenas confundieran a los españoles que los montaban con seres extraterrestres, que tales equinos estaban lejanamente extinguidos y ya las generaciones no tenían memoria de ellos, pero que los caballos si existieron en nuestra América. Nadie sabe hasta ahora si los utilizaron para andar América. No existe huella alguna pero es plausible.

Si alguna clasificación indeclinable e identidad correspondiente le cabe al indígena americano es decir para sí que son la única raza que ha recorrido el mundo a pie y a pata, lo cual es un mérito y debió ser una virtud respetada por los colonialistas que le siguieron. El asunto es que si los indígenas americanos utilizaron los caballos, nadie quita que hubieran ido y venido muchas veces por todo el territorio que para entonces ni siquiera había albergado la idea, siquiera psicológica, de lugar, ni de sitio, debido a su naturaleza nómade. Y es que después de andar durante centurias algún sabor debe quedarles en la pata pelada para seguir andando.

La tabla que precede este documento da la idea de la composición “racial” de las poblaciones americanas.

Y dónde están los supremacistas blancos de América Latina. Pues están enquistados en alguna parte de los gobiernos haciendo silencio sepulcral ante la intentona ampliamente imperialista, supremacista blanca y ultraretrógrada de los Estados Unidos de separar nuestro territorio ancestral americano.

Los supremacistas blancos de América Latina son una raza sufrida, pobrecitos, no se atreven a mostrarse: nadie les creería, cualquier leve color cetrino los desmoronaría como aquellas célebres estatuas con pies de barro de que habla la Biblia; les toca callarse pues no les darían tetero. El tetero de dólar americano ahora está carísimo y ya casi ni ofreciendo coca se puede conseguir pues los gringos con la marihuana legalizada y las químicas que fabrican podrían tener suficiente. Siempre se ha dicho que a quien no llora no le dan teta, acá es el revés. Algunos, de quienes tienen una lengua más larga alcanzan a enroscársela y taparse otros sitios por donde puedan hacer ruidos.

Según datos del señor Google existen algo así como 522 pueblos indígenas supérstites en América Latina.

Según datos del mismo señor, comerciantes ingleses, franceses, holandeses, portugueses y españoles trajeron negros esclavos africanos a América Latina y se supone que en la misma proporción habrán juntado sus sangres, lo cual está por demás explícito en el cuadro de arriba. ir

Cuántas mujeres españolas vinieron luego en los barcos. Muy pocas, y eso que ya para la época habían tomado sangre árabe y egipcia que según sostiene Jacques Bergier en Los Libros Condenados, habrían sido negros.

Si el origen del ser humano y del homo sapiens sapiens se gestó una sola vez como parece haber demostrado la antropología, debió ser africano y de piel negra debido a la ubicación geográfica de ese magno continente. Entonces, ¿de dónde devendría el origen supremacista blanco de nuestros latinoamericanos y americanos vergonzantes? La única explicación plausible que pueden sonsacar es que tienen origen divino, es decir devienen en línea directa de alguna rama distinta de Cristo que, según su propia Biblia, es el único hijo de Dios de sucesión directa hasta ahora.

El siguiente mapa pinta con colores varios del arco iris, esos sí precisamente raciales, la composición genética de América Latina. Puede decirse a boca llena y libres de cualquier necesidad de demostración empírica que del arco iris si venimos todos y no solo por la radiación solar más cercana si no por el amplio y mayor espectro de la luz invisible. ¿O será que los supremacistas también niegan nuestra evolución cósmica y se enfrentarán a nuestro origen solar, galáctico y, aun, extragaláctico?

Y entonces ahora estamos abocados a cerrar la jeta pues el señor Trump basado en una supuesta supremacía blanca, que no puede demostrarse ni genética ni genómicamente, quiere separarnos del resto de nuestros hermanos indígenas americanos pues supone que existe peligro de nuestra invasión ¿extraterrestre?

¡Pero si ya está invadido de las mismas sangres de las que provenimos! Por favor, publiquen un mapa. Pero para qué lo publicarían si este señor no leyó ni las cartas de la novia.

Ahora bien, qué armas atómicas se están produciendo en América Latina. Nuestro atraso científico, que proviene en gran parte por la esquilmación consuetudinaria de sus supremacistas y de nuestros propios supremacistas colados, no nos da ni para producir bombas atómicas hechizas. Apurado producimos pedos que casi alcanzarían a tener el aroma de las mariposas. En nuestras tierras, lo ha demostrado García Márquez hasta la saciedad, hay más brujos que científicos. Nuestra concepción científica del mundo todavía no alcanza a separarnos del paisaje proindiviso y confundimos la realidad con la fantasía.

Y, a juzgar por los últimos logros macondianos del presidente de Colombia ni siquiera nuestra historia patria escapa de ser mirada y difundida graciosamente como un mito literario modificable a voluntad, a la voluntad del imperio. Nuestra historia todavía sería trivial y meliflua que cualquier cosa podría decirse de ella. ¡Manes del supremacismo blanco latinoamericano que sirven a los intereses del supremacismo blanco norteamericano!

El silencio ante el muro en México de los gobiernos latinoamericanos es tan angustioso y tan desproporcionado, tan horripilante, tan políticamente siniestro, que podría estar clasificando como un récord olímpico insuperable por siglos. Nos gustaría saber si cuando se erigió la Muralla China algún pueblo chistó; aunque de antemano aceptamos la hipótesis de que es imposible.

Si hubiera algún momento de nuestra exangüe historia en que el silencio pudiera medirse en toneladas de explosión atómica de hidrógeno sería éste. Solo si esto fuera convertible en bombas de verdad, Trump tendría razón para temernos. Solo si nuestro viejo y olvidado líder Jorge Eliécer Gaitán suscitara una Marcha del Silencio, tendrían razones para temernos.

Hace algún tiempo Henri Bergson sostuvo en Investigación sobre los datos inmediatos de la conciencia que la libertad funcionaba distinto que el amor pues aquella sería medible y cuantificable. Cuando alguien dice que ama más que otro es imposible de saberse. Con la libertad es distinto.

Bueno, ahora se sabe que el silencio también es cuantificable. Y a pesar de reconocernos como libres preferimos mantenernos silenciosos. ¡Manes del poder supremacista blanco en América Latina!

¡Qué horror!

¡Cuánta ignominia!

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