Los términos izquierda y derecha política tuvieron su origen en el siglo XVIII. Concretamente en Francia, cuando el parlamento decidía sobre el veto al rey en lo concerniente a las decisiones de la asamblea. Como en aquel entonces el voto era a mano alzada, los partidarios del rey se pusieron a la derecha del presidente de la asamblea y los que pretendían el veto, a la izquierda. Algunos indecisos se ubicaron en el centro.
Ahora bien, en términos generales, la izquierda podría definirse como el conjunto de postulados, doctrinas, corrientes e ideologías que predican o procuran la materialización de la igualdad. En Colombia, muchos políticos han decidido ubicarse en esa posición, arguyendo, entre otras cosas, la búsqueda de esa igualdad y la redistribución de la riqueza. Y teniendo en cuenta que somos uno de los países más desiguales del mundo, podría ser un discurso que cala en el ideario popular.
A pesar de lo anterior, la izquierda de la patria no ha podido unificar un criterio sobre sus reales propósitos, ni tampoco ha podido visibilizar un liderazgo consistente que genere confianza en las mayorías. Para la muestra, Petro, Robledo, Fajardo y Marulanda se muestran y autoproclaman como una especie de semidioses; solo yo puedo, solo soy yo, solo si es así. El país no es de ustedes, señores. Propongan un movimiento y un modelo para la patria, no para la izquierda ni la derecha.
La ciencia política no se reduce a Uribe, Petro o Santos. Ustedes tienen al país hastiado con sus posiciones radicales y con sus egos. Somos una de las naciones más corruptas de América Latina, una de las más desiguales, tal vez la más violenta. Además, hemos puesto a las guerrillas como el epicentro de la política. Así pues, es momento de que se ofrezca un modelo y programa de gobierno para Colombia, no para cierto sector político o para alguna clase social, sino para los casi cincuenta millones de colombianos.
La izquierda debería por lo menos ser ejemplo de unidad antes de pretender ser gobierno. En efecto, podemos estar en las antípodas de alguna posición ideológica, pero ello no puede hacer olvidar los intereses de la patria. Dejemos de etiquetarnos como uribistas y petristas de acuerdo a lo que decimos y pensamos. Debería ser ese el primer paso que de cuenta de nuestra racionalidad. No comamos cuento de aquellos que prometen volvernos como Suiza o cualquier país europeo que nos lleva 500 años de ventaja, tampoco de esos que nos dicen que la paz negociada no es posible.
No seamos más combustible de urna, sino actores políticos que deciden con fundamento en la razón eligiendo entre las opciones que más convengan en el inmediato porvenir, advirtiendo el progreso económico, el desarrollo sustentable o sostenible y garantizando los derechos humanos y fundamentales de cada ciudadano que haya nacido en este suelo.
