El 21 de abril de 2025, mientras el mundo lloraba la muerte del Papa Francisco en Roma, los noticieros colombianos tenían otra noticia que entristeció al país: Luis Alberto “Lucho” Herrera, el Jardinerito de Fusagasugá, el ciclista colombiano que conquistó la Vuelta a España en 1987, el mismo que ganó la etapa 14 del tour de Francia de 1985 ensangrentado luego de caerse y quien se volvió símbolo nacional, fue vinculado a una investigación judicial por desaparición forzada.
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La información, revelada por Noticias Uno, estremeció aún más a quienes guardan con orgullo las primeras páginas del “Jardinerito de Fusagasugá” levantando los brazos en los Alpes franceses. Según tres exparamilitares, el ciclista le habría solicitado al jefe de las Autodefensas Campesinas del Casanare, alias Martín Llanos, que desplazara —o asesinara— a unos vecinos suyos en Fusagasugá, Cundinamarca. El motivo: un terreno en disputa. La versión de los paramilitares llevó a que un juez ordenara investigar al Jardinerito de Fusagasugá.
Lucho Herrera lo niega todo. El ciclista colombiano asegura que durante muchos años él ha sido víctima de extorsiones, pero nunca ha sido victimario. Pero la Fiscalía ya inició las investigaciones y los testimonios apuntan en otra dirección. Dicen que en 2002, en plena expansión del bloque Centauros, Herrera señaló a cuatro personas como milicianos y posibles secuestradores. Que pidió “hacer algo” con ellos. Y que poco después, esas personas desaparecieron para siempre.
De campeón a empresario
Pero Lucho Herrera no solamente era el exciclista orgullo del país. También era un reconocido empresario. Luego de retirarse en 1992, el gran campeón no se dedicó al ciclismo de salón ni al comentario deportivo. Se devolvió a Fusagasugá, su tierra natal, y allí empezó a construir un emporio discreto pero rentable: moteles, restaurantes, propiedades.
Su joya era el Hotel Los Alpes, bautizado así en honor a las cumbres donde se hizo una leyenda, pero este próspero negocio no fue el único. Siguieron otros establecimientos, todos dedicados a la economía del amor fugaz y el almuerzo ejecutivo. Un negocio sin lujos, pero estable. Y, sobre todo, sin muchas preguntas.
Él siempre dijo que montar negocios en Fusa era su forma de devolverle algo al pueblo que tanto lo apoyó. Construyó también moteles donde renta habitaciones por horas. Fue un empresario pragmático, de sábanas limpias y cuentas claras. Un hombre que hablaba poco y cobraba puntual. El mismo que alguna vez trepó las montañas más duras del ciclismo europeo, ahora administraba el deseo con la misma eficacia con la que pedaleaba.
Durante muchos años, Lucho Herrera fue un personaje local, omnipresente pero reservado. Todos lo miraban con respeto. En Fusagasugá, todos lo conocían, pero pocos sabían realmente en qué andaba. Empezó a ser uno de los ricos del pueblo, pero era discreto. Su nombre sonaba poco, a diferencia de su memoria. Hasta que aparecieron los testimonios. Hasta que alguien dijo que, en medio del conflicto armado, el campeón también jugó su carta. La Fiscalía está encima de él.
La versión que investiga la justicia es tan inquietante como familiar en Colombia: que un héroe nacional usó su influencia y sus contactos para deshacerse de quienes estorbaban. Que las víctimas no eran milicianos ni criminales. Solo campesinos con una tierra deseada. Y que, en medio de la guerra, una acusación bastaba para condenar.
Si se comprueba, será una de esas historias con sabor amargo que Colombia parece saber narrar demasiado bien: la del ídolo que no era intocable, la del éxito que no garantizaba ética, la del campeón que también podría haber sido villano.
Todo está aún en los escritorios del juzgado en manos de los investigadores. Herrera no ha dado entrevistas. Pero desmintió todo a través de un comunicado. El proceso sigue su curso. La justicia investiga. El país especula. Y mientras tanto, sus moteles siguen funcionando, al igual que los hoteles y los restaurantes. En Los Alpes todavía hay reservas. Algunos clientes ignoran quién es el dueño de los lugares donde se hospedan o donde almuerzan y más aún, mucho ignoran el escándalo; otros tal vez lo comentan en voz baja al salir.
