"Los posgrados en la Universidad Nacional funcionan como cualquier empresa privada"

"Los posgrados en la Universidad Nacional funcionan como cualquier empresa privada"

"Los criterios de equilibrio financiero, rendimientos y ponderación presupuestal están por encima de las consideraciones de orden académico o investigativo"

Por: Cristhian Lesmes Moreno
marzo 03, 2021
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Foto: Rubashkyn - CC BY-SA 3.0

Hacia finales del año 2011, culminé las asignaturas del programa curricular de Ciencia Política en la Universidad Nacional de Colombia. Para ese año había transcurrido ya un tortuoso lustro desde que comenzó la reforma académica emprendida a empellones por la nefasta rectoría de Marco Palacios. Uno de los puntos centrales de esa reforma fue la de cambiar la tesis de grado por la posibilidad de cursar un semestre en algún programa de posgrado que ofertase la facultad, entre ellos, los de maestría. Así, fui admitido al programa de maestría en Derecho con énfasis en Derecho Constitucional durante el segundo semestre de 2011. Como estudiante, hice parte del tránsito entre el sistema de materias al de créditos académicos, por lo cual terminé mi carrera con un excedente de estos, lo que me permitió concluir el primer semestre de materias de posgrado, pagar el segundo y solventar parte del tercero, con lo que, finiquité las asignaturas del programa de maestría en el primer semestre de 2013. No obstante, me fue imposible cursar el último lapso del programa.

A partir de ese año empecé a trabajar como profesional en varias entidades del Estado y en universidades privadas desempeñándome como docente de hora cátedra, siempre y en todos los casos siendo retribuido con salarios miserables e insultantes y junto con las más precarias condiciones laborales. Para el año 2016 solicité reingreso al consejo de la facultad de Derecho para terminar las actividades académicas y presentar mi tesis, reingreso que fue aprobado. Sin embargo, los nueve millones que inexorablemente debía pagar, producto de tres millones y medio de saldo, sumados a los cinco y medio del costo del último semestre, se tornaron imposibles de conseguir, máxime por el reporte que ostentaba en las centrales de riesgo a raíz de una vieja obligación con un banco de capital español, lo que bloqueó la posibilidad de crédito o financiación.

Para el año 2019 reiteré nuevamente mi solicitud de ingreso y esta vez la instancia que decidió a mi favor fue el consejo superior de la universidad, esta instancia, la más alta de la institución me readmitió para el segundo semestre de 2020, pero con la salvedad y velada amenaza de que, si no pagaba la deuda contraída, sería expulsado de manera definitiva tanto del programa como de la institución. Ante ello me vi forzado a solicitar un empréstito privado, préstamo que aún debo casi en su integridad y del cual temo ser víctima de cobro coactivo armado. Claro está, es justo reconocer que, a raíz de los sucesos de la pandemia, la cifra para reingresar se redujo de 9 a 7 millones y medio, esto y como consecuencia de un descuento hecho por la universidad ante la calamitosa coyuntura de salud pública que atravesaba el país y por la presión del movimiento estudiantil, descuento miserable e insuficiente, pero a fin de cuentas descuento.

Después de trasegar casi una década logré culminar los cuatro semestres de la maestría en Derecho, y esto, lejos de llenarme de orgullo, de convertirse en un logro personal significativo o de ser un motivo de alegría para mis familiares y conocidos, se transformó en un oneroso lastre que hoy me lleva a reflexionar sobre el alcance de la formación de posgrado y el sentido de la investigación académica universitaria. El programa de maestría en Derecho con profundización en Derecho Constitucional consistió en esencia en repetir una parte sustancial de los contenidos que cursé en mi pregrado en ciencia política, a su vez, la estructura de horarios flexibles se amoldaba de forma perfecta para que mis compañeros, todos abogados, y venidos de las más diversas universidades, pudiesen trabajar y cursar al tiempo dicha maestría sin mayores sobresaltos.

Desde el principio quedó claro que el interés de la universidad, y en particular el de la facultad es el recaudar el mayor nivel de recursos con la oferta de posgrados que hoy, igual que en una vulgar piñata, feria la facultad, oferta que se ha disparado en los últimos diez años como consecuencia de la implementación de la reforma Palacios además de la entronización del programa de Bolonia en la estructura y funcionamiento de la universidad [i]. Los posgrados en la Universidad Nacional, hoy, funcionan como cualquier empresa privada, y los criterios de equilibrio financiero, rendimientos y ponderación presupuestal están por encima de las consideraciones de orden académico, investigativo o de consolidación de un proyecto de nación, identidad institucional y construcción de comunidad académica.

Los posgrados de la Universidad Nacional hoy son un canceroso apéndice privado que tiene por propósito ser una fuente de financiación propia que subsane la ostensible merma de recursos estatales a la que ha sido sometida la universidad. Esto, como si ya no fuese en extremo grave, se hace, a costillas de sacrificar la precaria infraestructura que hoy tiene la facultad, así como empleando lo más notable, con mayor trayectoria y experiencia de la planta profesoral de la facultad y con la consabida obsecuencia y silencio cómplice de esta. En un lapso de diez años han surgido y duplicado toda laya de diplomados, consultorías, especializaciones, maestrías e incluso un doctorado sin que se haya construido un solo centímetro de nueva infraestructura, mejorado las bibliotecas y espacios de trabajo, y peor aún, sin que se haya aumentado la planta docente ni de la facultad ni de la universidad, puesto que esta se encuentra congelada desde hace varias décadas.

Todos estos problemas se suman a que la formación es cada día más precaria y genérica, incluso llegando a las sosas, planas e impotables clases virtuales que se desarrollaron durante los meses de aislamiento y por vía de las somníferas conferencias de internet. Como la universidad sigue estando vetada para que sus estudiantes entren en ella, todos los actos y ceremonias se han reducido a la estéril e impersonal interacción con la pantalla de un computador, no obstante, la universidad cobra solicita y sin falta tanto los costos completos del semestre como los derechos de grado. Cosa que en mi caso específico resulta ser mucho más infamante, no solo porque considero que las ceremonias son actos ridículos y repugnantes, sino además porque el cobro de estos derechos sería el equivalente al que se proporcionaría por la adquisición de un lacónico video de internet.

A las pocas personas a quienes les he comentado sobre la finalización del calvario que ha significado mi maestría, solo les interesa la banalidad insufrible de la ceremonia de entrega del estéril y muy caro cartón de grado, además de las tonterías con la se suelen solazar quienes asisten a estos actos despreciables. A la fecha nadie me ha preguntado sobre mi investigación, acerca de lo que encontré en el desarrollo del documento del trabajo de grado, de los problemas que aquejan al Derecho Constitucional y la política de extracción de recursos naturales no renovables, así como la estrategia de desarrollo basada en la explotación minero-energética emprendida por el Estado colombiano. Y por supuesto, no puede serse ingenuo ante esta cruda, pero evidente realidad, a nadie le importa estos cruciales asuntos, temas, que deberían ser el centro de preocupación de un maestrante, así como de la institución y la sociedad que los acoge.

Hoy el neoliberalismo más pueril y ramplón se ha apoderado de lo que otrora fue la base de un icónico programa de posgrado en el nivel de maestría, este era: la investigación, la superación de la barrera del conocimiento, la reflexión crítica e incómoda sobre asuntos de la disciplina y la necesidad de consolidar un perfil y una comunidad académica sólida y perdurable. Hoy los posgrados de la Universidad Nacional son lo que corresponde a un escenario en el que parece haber triunfado por completo el neoliberalismo y la visión empresarial y privada del manejo de los pormenores administrativos de la facultad en el plano micro y de la universidad en el terreno macro. Hoy ha triunfado el plan de Bolonia de la misma manera que el proyecto de estandarización y homogeneización del proceso de educación, en este caso en materia de posgrados, y estoy seguro de que en todos los demás ámbitos de la academia en Colombia.

Por todas estas razones reitero con estupor que el interés de una parte sustancial de quienes emprenden un programa de formación de posgrado es el obtener un pedazo de cartón, y en nuestra universidad rendirle homenaje a su ego y grandilocuencia tomándose toda suerte de fotos ridículas, colgándolas en internet e incluso cometiendo el acto pueril de lucir su vacuo diploma bajo la figura de Ernesto Guevara pintada en la cara oriental de la plaza Francisco de Paula Santander. Hoy lo que menos importa es la investigación y la controversia académica, hoy lo que interesa es el lucir un título que pueda garantizar un leve aumento en sus trabajos como funcionarios medios en las entidades del Estado. No hay nada de significativo ni lustroso en la culminación de mi maestría, y no lo es porque a nadie le importa un rábano lo que escribí o investigué, solo les merece atención una estúpida ceremonia que cuesta casi un millón de pesos y en la que quienes asisten se engañan al creer que con un cartón de posgrado ya no les birlaran sus derechos laborales ni su dignidad personal.

[i] El programa o proceso de Bolonia es una estrategia que involucra reformas curriculares de carácter neoliberal desarrolladas en una parte importante de universidades de Europa y América a partir de la Declaración de Bolonia de 1998.

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