Los políticos roban
Opinión

Los políticos roban

La peor tragedia es la enfermedad que nos priva de la capacidad de castigar en las urnas y en el recuerdo, al político que roba, roba y sigue robando

Por:
junio 13, 2017
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Dos niños contemplan el cielo azul de Kabul, Afganistán. Uno sostiene en sus manos –con asombro- un carrete, mientras el otro hala -con destreza y truco- una fina cuerda que dirige el movimiento de una colorida cometa; el poético artefacto se desliza con armonía en la calma marea del firmamento. No son niños cualquiera: el niño que sostiene el carrete, proviene de una clase acomodada y satisfecha, el otro -el diestro estratega de cometas- es su sirviente, y proviene de una etnia inferior vista con repudio.

En una breve conversación con su abundante y exigente padre, el niño que sostenía el carrete –y que desde siempre supo de su fascinación por hacerse escritor-  aprende una valiosa lección: el único pecado es el robo. Cuando se mata, se roba una vida; cuando se miente, se roba la verdad; cuando se calumnia, se roba el honor, y así para todos los demás pecados.  Al pasar de los años, la amistad de los dos niños, se resiste al tiempo, a la desgracia de la ocupación extranjera y religiosa y también al único pecado verdadero: el robo.

 

El único pecado es el robo: cuando se mata, se roba una vida;
cuando se miente, se roba la verdad;
cuando se calumnia, se roba el honor

 

Aparte de la anterior, otra de las lecciones que nos deja la emotiva película Cometas en el cielo (2007), basada en el libro homónimo del autor afgano Khaled Hoseino, es que mucho –posiblemente todo- se puede saber de las personas con la consideración de sus acciones. Es más, de acuerdo a la filosofía clásica griega hasta podríamos hacer de cierta manera predecible su actuar en el futuro: el que cultiva y practica la virtud, será virtuoso, el que hace lo propio con el vicio, será vicioso. Como en el caso de un músculo entre más seamos viciosos o virtuosos más fácil nos quedará serlo en el porvenir. Cobra sentido el saber popular  que reza: el que la hace una, la hace mil. Como nuestros políticos. Casi sin excepción.

Entonces ¿qué podemos predecir del servidor-político que golpea con desenfado a su guardaespaldas que no es otra que la persona que está dispuesta –y obligada- a dar la vida por él? ¿Cómo nos tratará al resto de colombianos, que por supuesto, no estamos dispuestos a arriesgarnos por la integridad física de ese político? Parecen obvias las respuestas. Hoy lidera las encuestas presidenciales.

¿Qué podemos esperar de un presidente que siendo candidato prometió no subir los impuestos y ahora asfixia a la economía con nuevas y desiguales cargas tributarias? Sencillo, podemos esperar más mentiras, más robos a la verdad. Más del único pecado. Y a pesar de eso saldrá en hombros por la puerta de la historia. Nosotros lo cargaremos.

 

¿Qué podemos predecir del servidor-político que golpea
con desenfado a su guardaespaldas?
¿Qué podemos esperar de un presidente prometió no subir los impuestos y ahora impone nuevas y desiguales cargas tributarias?

 

Por eso la peor tragedia que acontece es nuestra irresponsable y cínica forma de evitar ver esas –solo en apariencia- pequeñas faltas y delitos. La enfermedad que nos priva de la capacidad de castigar en las urnas y en el recuerdo, al político que roba, roba y sigue robando: el que inventa que un periodista lo golpeó para eludir una pregunta; el que dice ser quien no es y dice saber lo que no sabe; el que habla vorazmente de quien no se acomoda a sus intereses. Nos roban la verdad, como parte de una cotidianidad sinvergüenza y no hacemos nada. Escribía –y predecía- Gabo en Cien años de soledad: “…lo más espantoso de aquella guerra infinita: que no pasaba nada”. Eso somos.

A Afganistán lo sumieron en la miseria –humana y social- los robos por parte primero de los soviéticos, luego de los talibanes y finalmente de la supuesta guerra contra el terror de los Estados Unidos. La cometas dejaron de surcar el cielo, las familias se destazaron por la mitad, y la sangre trazó arroyos entre el polvo de las calles, y  todo porque llegado el momento la mayoría tuvo temor de  gritar ante la primera mentira, ante al primer mentiroso: ¡No nos robe!. El grito que pondría todo en su lugar.

Seguimos estando a tiempo.

@CamiloFidel

 

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