Los niños merecen vivir como lo que son

Los niños merecen vivir como lo que son

"A muchos, como los que murieron en el bombardeo, el conflicto les ha arrebatado los sueños, la esperanza y las oportunidades de cambiar su destino y el de sus familias"

Por: María Alejandra Villamizar Sarmiento
noviembre 13, 2019
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Los niños merecen vivir como lo que son
Foto: Pixabay

En la ciudad, los reinados, la farándula, la fantasía y la banalidad; en el monte, los restos de carne humana del conflicto desfilando en un suelo manchado de sangre y plomo. Y ahí están una vez más las voces de esos territorios recónditos y olvidados, que se realimentan con la palabra, el dolor y la realidad de un conflicto no cesado, a quienes no les queda más que llorar a sus muertos y conformarse con la sentencia de su destino, sobrevivir.

Cobrar la cabeza de Gildardo Cucho tuvo como efecto colateral no la muerte de ocho menores como inicialmente se dijo, sino la de diez más, según relataron habitantes de esa zona del Caguán, quienes afirman que algunos de ellos intentaron salir vivos del bombardeo militar pero que despiadadamente mientras corrían para ponerse a salvo, fueron perseguidos y acorralados por una jauría de perros y rematados a bala. Dos meses pasaron para que los colombianos fuéramos notificados sobre el macabro desenlace de esta operación. Según el informe presentado por Noticias Uno, y de acuerdo con los análisis de Medicina Legal, el cadáver del objetivo principal de este atentado no coincide con las características de la edad real del mismo, sino con uno de aproximadamente veinte años. En ese orden de ideas cabe preguntarse: ¿vivo o muerto?

Steven marmolejo de nueve años, además de ser una de las víctimas fatales de este atentado, fue testigo ocular tiempo atrás de la muerte de su abuelo cuando tan solo tenía siete años. Qué tan buenos recuerdos o vivencias podría haber en la mente de un niño al que el miserable destino que le tocó vivir lo prepara para ver morir a sus seres queridos y no para disfrutar alegremente de su compañía. El miedo, la angustia y la incertidumbre son de lo que se alimentan estos niños, a quienes el conflicto armado colombiano les ha arrebatado los sueños, la esperanza y las oportunidades de cambiar su destino y el de sus familias.

Sería importante hacer el ejercicio de recordar cómo fue nuestra infancia y sin duda encontraríamos  momentos que nos enorgullecen, y otros que desearíamos suprimir, porque dolieron en ese entonces y ahora quizá marcan nuestro presente. En mis recuerdos está la imagen de una niña de cuatro años, alegre, extrovertida, risueña y consentida también. Recuerdo cuánto me gustaban mis clases de pintura, natación y música y lo mucho que disfrutaba de ellas; también recuerdo que nada me preocupaba, porque todo lo tenía y era feliz. Y recuerdo, aquella mañana en la que mi mamá, sin saber cómo decirme, me dijo: “tu papito se fue al cielo hija”. En ese momento no supe la dimensión de sus palabras y lo que eso pesaría en mi vida. Hoy, diecinueve años después sé que también, al igual que millones de colombianos, soy víctima de una guerra infame que no ha hecho más que destrozar familias, y con ellas sueños e ilusiones, una guerra que me arrebató a mi héroe, mi papá. Hoy sé que su único delito fue ser bueno, ayudar al pueblo y pensar diferente, esa fue su condena.

Sé que ante la muerte no podemos hacer nada, pero quienes aún permanecemos tenemos el deber moral y social de construir a través de la historia un nuevo capítulo, que dignifique, respete y garantice la integridad y tranquilidad de aquellos que aún se despiertan con la zozobra de no saber si el nuevo día trae consigo una nueva tragedia. Todos hemos sido niños y sabemos que parte del éxito de un ser humano lo garantiza esa etapa, donde la alegría, inocencia, pureza y dulzura no deben ser opacadas por el temor de ser usados como escudos humanos.

Los niños merecen vivir como lo que son.

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