Adiós al capo de Roma

Adiós al capo de Roma

El clan Casamonica que controla el negocio de la droga en Roma despidió con un extravagante cortejo fúnebre protegido por la policía a su gran jefe Vittorio

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agosto 23, 2015
Adiós al capo de Roma

Tenía 31 años cuando la policía masacró a su hermano Henry Casamonica mientras intentaba drenar los canales de la droga en el barrio Tuscolano de Roma en donde su familia había construido un imperio. Fiel a su raza, Vittorio, que en esa época pasaba por ser un simple vendedor de autos sin reseña judicial alguna, se paseó por los sucios callejones de la ciudad eterna y les informó a los gitanos de la zona que el rey había muerto y que había que despedirlo con la grandeza que se merecía. Agradecidos por las dádivas que constantemente recibían del capo, los gitanos romanos sacaron sus carruajes arrastrados por famélicos caballos y paralizaron el tráfico. Por orden de los Casamonica lo único que podía pasearse por las calles era el ataúd blanco de Henry. La gente que atestaba las aceras, en un gesto espontáneo, empezó a tirarle pétalos rojos al féretro. La policía, resignada, tan sólo se limitaba a cuidar que las hordas de seguidores no se abalanzaran sobre el ataúd, intentando llevarse a casa un pedacito de carne del capo inmolado. Ese día, a pesar del desorden, ningún helicóptero sobre voló Roma.

Treinta y cinco años después Vittorio descansa en un ataúd de cedro avaluado en 20 mil euros. En las tres décadas en las que reemplazó a su hermano como el rey de Roma encumbró a su familia en lo más alto de la camorra italiana. El método para hacerlo fue sobornar, intimidar, o, en una situación extrema, secuestrar y torturar a todo aquel que se le interpusiera en su camino. En las calles romanas los Casamonica tienen la exclusividad del tráfico de drogas. Pero el narcotráfico no es la principal fuente de ingresos que tienen los Casamonica. Se rumora que un grupo considerable de empresarios italianos tocan sus puertas, cada tanto, para que los ayuden a blanquear millones de euros. Con esas operaciones esta familia de gitanos que partieron de Abruzzo, una pequeña ciudad en el centro de Italia hace medio siglo en busca del sueño romano, han logrado comprar 35 villas, todas con piscinas, esparcidas por toda la bota itálica, 18 Rolls Roys, 9 Ferraris, montar una industria del crimen en la que participan más de mil empleados y cooptar lo más profundo del poder.

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Gianni Alemanno, político de tendencia fascista, promotor de leyes antimigración, llegó a la alcaldía de Roma en el 2008 gracias a los aportes de los Casamonica. En esta foto, tomada en el 2010 después de una cena, se ve la cercanía que tenía con Luciano, el sobrino preferido de Vittorio, su probable sucesor y organizador del estrambótico funeral que ha desatado una tormenta política en Italia.

Con el suntuoso carruaje arrastrado por seis caballos con penachos negros, las doce limusinas llevando a sus seres más queridos, el helicóptero inundando de pétalos las calles romanas, los afiches en donde Vittorio aparecía vestido de Papa acompañado de la leyenda “Conquistaste Roma, ahora conquistarás el paraíso” y una banda tocando la melodía que compuso Nino Rota para El padrino, Luciano sólo quería cumplir el último deseo de su tío.

Al capo le gustaban las fiestas y cuando se pasaba de vinos le arrebataba el micrófono al cantante de turno para cantar esas baladas de Lucio Battisti o Domenico Modugno que tanto le gustaban. Por eso Luciano le dijo a la prensa que quería que el último adiós de su tío fuera celebrado y no llorado porque al fin y al cabo Vittorio lo único que le había llevado a los más pobres de Roma era la alegría y la prosperidad que el estado siempre les negó.

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Es por eso que frente a la iglesia de San Juan Bosco, la misma en la que en el 2006 el párroco de entonces se negó a celebrar el funeral de Piergiogio Welby, un hombre que decidió aplicarse a la eutanasia, cientos de mujeres vestidas de negro y pertenecientes a Tuscolano, Campino y otros barrios deprimidos del sureste de Roma, se reunieron para despedir al “Benefactor” como lo llamaban entre lágrimas, para agradecerle por el mercado, la beca, o la silla de ruedas que alguna vez les dio. Incluso, entre la multitud, se dejó escuchar alguna maldición contra el gobierno de la ciudad que había decidido estrechar el cerco contra los Casamonica. El próximo cinco de noviembre Vittorio tendría que comparecer ante la justicia, con otras 59 personas más, por el delito de lavado de activos, extorción y tráfico de drogas. La inminencia del juicio había exacerbado su ya habitual compulsión hacia la comida. El infarto lo sorprendió mientras dormía.

Mientras el ataúd bajaba lentamente ante la mirada de sus hijos Antonio y Loretta, ambos con permiso especial para asistir al sepelio ya que se encuentran bajo detención domiciliaria, y los acordes del Asi hablaba Zaratustra, el monumental poema sinfónico compuesto por Richard Strauss y usado por Stanley Kubrick en 2001 odisea del espacio, Vittorio Casamonica se despidió de este mundo con la solemnidad de un jefe de estado. Al fin y al cabo, tal y como lo decían los afiches que cubrían los muros del sureste de la ciudad, había muerto el Rey de Roma.

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