Los frutos robados
Opinión

Los frutos robados

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agosto 14, 2013
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“Los ‘indignados’ sacuden el árbol. Los frutos los recogen los grupos organizados políticamente”, afirmaba en Twitter el profesor Wasserman, exrector de la Universidad Nacional. Esta sentencia resume muy bien el trágico destino de las revoluciones, el otoño que sigue a las primaveras.

Buen ejemplo de ello es lo que ocurrió con el movimiento estudiantil. Tras las contundentes movilizaciones de 2011 que sacudieron al establecimiento y pusieron por primera vez a la educación en la agenda nacional, ¿qué quedó? Un interesante experimento de participación social y autogestión bautizado como Mane, que prometía recoger la heterogénea voz del estudiantado colombiano y renovar las aguas turbias de la política nacional.

Pero muy pronto el movimiento empezó a mostrar sus fisuras, sus incongruencias, sus vulnerabilidades. Y no precisamente por su juventud que, al contrario, lo llenaba de riesgo y vitalidad, sino porque los rancios intereses de algunos políticos, las viejas mañas de ciertos sindicatos y las pretensiones egocéntricas de uno que otro líder, comenzaban a sofocar su novedad.

Los resultados de este trabajo de marchitamiento empezaron a mostrar sus resultados apenas unos meses después de conformada la Mane. La riqueza regional de sus participantes derivó en una concentración de sus vocerías en Bogotá y Medellín; la variedad ideológica pasó por un tamiz homogeneizador que dio dignidad solo a las voces de izquierda; la diversidad de orígenes, colores y deseos, pronto se convirtió en sumisión a lo que se dictase desde la Universidad Nacional; la pluralidad de voces quedó reducida al sonsonete de cinco voceros.

Y es que precisamente el reto de estos movimientos de autogestión es idear prácticas que le permitan sostener su autonomía y conjurar la seducción de las burocracias, el acecho de las jerarquías, la servidumbre ideológica. La mayor dificultad a la hora de crear en política es mantenerse siempre crítico y vigilante de los propios deseos de negociar con el poder.

Y la Mane no pudo con su propia novedad. Y no porque una conspiración propia de la Guerra Fría pusiera a los medios de comunicación en su contra como algunos de sus miembros afirman. La ponzoña que envenenó a la Mane surgió de su interior.

El mejor ejemplo de esta corrupción interna es Sergio Fernández. Como dirigente de la OCE, él nunca ha ocultado su pertenencia al Polo Democrático. Y eso no tiene nada de malo, todos tenemos derecho a militar en lo que se nos venga en gana. Lo que sí resulta cuestionable es el modo en que ha usado a la Mane para trepar escaños dentro del partido, cómo ha usado los espacios de vocería que generosamente le cedieron los estudiantes para hacer campaña a favor de una agenda ajena a los intereses estudiantiles, cómo de manera oportunista ha copado los espacios mediáticos que debía utilizar para amplificar el movimiento para posicionar los temas que le dicta su patrono Jorge Robledo.

Como Mini-Mede Robledo, Fernández se dedica a propagar por donde puede su semilla de odio. Cuando un sector de la Mane propuso participar en abril de las marchas por la paz, Fernández los acusó de marchar por la reelección de Santos; cuando otro sector propuso participar críticamente de los diálogos con el Consejo Nacional de Educación Superior, los acusó de vendidos; pero cuando algunos vándalos destruyeron y saquearon estaciones de Transmilenio aseguró que era una muestra legítima de desazón social. Porque para Fernández solo es genuina la visión de mundo que le dictan sus patronos políticos, porque para él cualquier diálogo —incluso los diálogos de paz de La Habana— resultan indignantes.

Hace unos días Fernández publicó en Twitter que el gobierno de Santos había logrado aumentar como nunca en la historia las cifras de deserción en educación superior. Respetuosamente, le solicité darme la referencia de los datos en los que basaba esa afirmación. Nunca me los dio. Él, que contesta y retuitea cada mención que lo ensalza, no fue capaz de responderme. Porque el dato no existe. Porque lo inventó. Porque para él la mentira, la verdad parcial y la hipérbole son los modos de enfrentar cualquier discusión.

La intransigencia de Fernández terminó corrompiendo a la Mane. Él le ha cerrado espacios a sus contradictores en el movimiento y ha sellado alianzas con las que los estudiantes no están de acuerdo. Ni siquiera se sonrojó cuando Juan Lozano le abrió espacios en el Congreso y no sería raro que termine formando parte de alguna lista al próximo Congreso. La duda es si lo hará como parte del Polo o, gracias a Lozano, como director de juventudes del Centro Democrático, pero es evidente que su programa ya no es estudiantil sino electoral.

Que se entienda bien: no estoy en contra de que los líderes estudiantiles hagan política. De hecho, Jairo Rivera, también vocero de la Mane, no oculta su trabajo político en la Marcha Patriótica. Pero mientras Rivera fomenta una política del diálogo y la diversidad, Fernández solo hiede a división y radicalismo.

Qué destino trágico el de la indignación política. Siempre hay alguien que recoge sus frutos. Y los pudre.

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