Los estudiantes no sacrificaron sus principios, dejaron en alto la defensa de la educación

Los estudiantes no sacrificaron sus principios, dejaron en alto la defensa de la educación

Más vale que los esfuerzos y sacrificios sean coronados con la construcción de un escenario de unidad, en el que la frescura de los ideales se imponga a las mezquindades

Por: Edwin García Maldonado
diciembre 19, 2018
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Los estudiantes no sacrificaron sus principios, dejaron en alto la defensa de la educación
Foto: Twitter @IvanDuque

El paro universitario se resolvió con un acuerdo de estudiantes y profesores con el gobierno nacional, después de un importante proceso de movilización y generación de opinión pública. Como a veces ocurre, este hecho desde ya deja conformes e inconformes dentro del sector movilizado, al igual que en la opinión pública generada a su alrededor.

Cabe analizar a profundidad esta experiencia y extraer de ella la mayor cantidad de aprendizajes. Ojalá este ejercicio se haga en las bases estudiantiles para aclarar dudas y saldar debates. Debe ser un ejercicio pedagógico que incluso trascienda lo particular del paro y se convierta en una escuela de formación política de dirigentes requeridos por el país hoy mismo.

Precisamente, el ejercicio pedagógico y, añadiremos en seguida, de reflexión colectiva debe ser tranquilo, mesurado. De esto carecemos porque usualmente nos apresuramos a calificar sin escuchar razones ni motivos, cautivos de las pasiones y de los adjetivos, dañinos las más de las veces.

Dos meses de movilización continua y contundente, con el consabido desgaste propio de dichas jornadas, llevaron tanto a estudiantes como al gobierno a la disyuntiva de acordar o continuar el paro.

Por un lado, los estudiantes se enfrentan a un riesgo cierto: la posibilidad de desmonte del paro y la movilización por sustracción de materia al llegar las celebraciones de fin de año. Muchos estudiantes que asisten a universidades en ciudades distantes, deben trasladarse a sus sitios de origen porque el menguado presupuesto familiar no contempla los gastos de dos meses adicionales de vida estudiantil: pensión, alimentación, transporte, entre otros.

Es cierto que la movilización cuenta aún con una fuerza importante, pero esta difícilmente podría sostenerse una semana más (por la razón antes mencionada). Es impensable dejar que el paro llegue a ese punto y se acabe desgastado por esta circunstancia. Sería un final indigno para tamaño esfuerzo. Ante esto, se impone llegar a un acuerdo decoroso.

Por otra parte, niveles de popularidad muy bajos presionaban al gobierno para llegar al acuerdo. Ante tanta adversidad que enfrenta Duque, producto de su torpeza y convicciones propias, le era imprescindible mostrar algún logro para alivianar la carga. Con la ayuda de los medios de comunicación que muestran el acuerdo como resultado de la “sapientísima” estrategia de negociación del gobierno, mezclada con una cuota de “magnificencia” del Presidente, este se anota una victoria, quedando, además, como un adalid de la inversión social.

Realmente, en caso de una ruptura de la mesa sería más factible que, por ese concurso de los medios de comunicación adeptos al poder, los estudiantes fuesen mostrados como los intransigentes. La fuerza universitaria, desmontada por el fin de año, no podría mostrar la verdad del inexistente interés del Estado por la educación. Por este hecho, la opinión pública, determinante en todo ejercicio de movilización social o política, engañada pudiese inclinarse a creer la versión mediática y oficialista, la cual saldría gananciosa con alocución presidencial y cara de “yo no fui” de por medio.

Con el principio de un nuevo año se haría dispendioso volver a prender el entusiasmo de las bases estudiantiles, a esas alturas quizá también confundidas por el entramado mediático y, en todo caso, pendientes de salvar el accidentado semestre.

Los estudiantes, presionados por el fin de año, y el gobierno nacional, presionado por su torpeza (llamada impopularidad), se ven precisados al acuerdo.

En este punto, los estudiantes deben resolver con inteligencia el asunto logrando arrancar una importante partida presupuestal y, más importante aún, poner en la retina del país el problema de la educación pública, así como la siempre presente brutalidad policial.

Los estudiantes deben poner su paro en perspectiva histórica, lo que es muy importante en un país que está en proceso formación política democrática, después de salir de décadas de conflicto con la guerrilla más significativa del país. Esta movilización se suma al ascenso de la politización y la participación política favorable a un modelo alternativo al tradicional. En ese sentido, ya es un importante aporte. Hay que seguir acumulando.

¿Pudo obtener más el movimiento estudiantil? Nos darían una respuesta más exacta quienes estuvieron en la negociación y allí de primera mano pudieron coger el pulso a la actitud del gobierno. Sin embargo, esta pregunta que ciertamente inquieta mucho, contiene un albur, porque puede que sí se hubiese podido obtener más, pero también puede que no, a riesgo de quedarse sin el pan y sin el queso, lo que no sería consecuente con el momento político que vive el país y sus fuerzas de cambio, lo cual aún no amerita un todo o nada.

Todo ejercicio de reflexión y análisis debe observar celosamente la realidad del país, el momento político y el ánimo de la opinión pública, porque es esta, con su participación decidida (no solo virtual), la que puede inclinar la balanza en cualquier disputa política. Entonces, guardando prudente distancia de cualquier dilema dogmático y romántico, el objetivo ha de ser conquistar el favor de esa opinión pública. Para llevar a cabo ese esfuerzo, una vez más debemos señalar una máxima innegociable: lo único en lo que no puede cederse es en los principios.

Pues bien, con el acuerdo los estudiantes no sacrifican ninguno de sus principios, al contrario, dejan en alto las banderas de la defensa de la educación pública, con dignidad, creatividad y argumentación inteligente, dando a entender con claridad que es posible conectarse con el país nacional y obtener su simpatía, teniendo en cuenta las sensibilidades de este país signado por la barbarie, la ignorancia, la desinformación y la antidemocracia, al cual se le ha inculcado que es más importante la frivolidad que la educación.

Estos y muchos elementos más deben valorarse a la hora de la reflexión y el ejercicio pedagógico para sacar las lecciones correspondientes. No caben las valoraciones a blanco y negro, este balance debe alcanzar los matices de una riquísima realidad, por demás compleja, en el país más complejo del continente.

Por último, quiera la providencia que los esfuerzos y sacrificios de este paro sean coronados con la construcción de un escenario de unidad del movimiento estudiantil, en el que la frescura de los ideales nobles se imponga a las mezquindades y egos heredados por décadas de sectarismo. Esta sí sería la más rotunda victoria del pueblo colombiano, el cual recibiría directamente la revitalización que solo pueden proporcionarle sus jóvenes, para empezar a respirar el aire limpio y puro de la democracia.

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