Los 'boque diablo', un endulzante para el corazón

Los 'boque diablo', un endulzante para el corazón

Estos dulces de panela, oriundos de El Carmen de Viboral, Antioquia llevan más de 50 años en el mercado

Por: Danilo Betancur Giraldo
agosto 17, 2016
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Los 'boque diablo', un endulzante para el corazón

 

El Carmen de Viboral es un pequeño pueblo ubicado en el Oriente antioqueño, rodeado de montañas que engalanan sus paisajes y, a su vez, es un libro con miles de hojas por leer, que van narrando, paso a paso, la historia y vida de sus habitantes. Narra historias marcadas al compás de la tradición ceramista: alfareros de sueños  y decoradoras, que con cada pincelada dan vida y tono a la identidad carmelitana.

Entre paredes agrietadas, adobes rojizos, una y otra tienda pueblerina, resalta el dulce y llamativo negocio de Don Luis Eduardo, un señor de 48 años de edad, cabello blanco, sonrisa adormecida, camisa de cuadros y pantalón elegante, de esos que se suelen usar para ocasiones especiales. Ofrece con alegría sus dulces a todo aquel que se atreva a probarlos cada domingo en la popular placita de mercados, allí en el parque principal.

Al ritmo del gigantesco reloj central de este pueblo se teje, día tras día, una leyenda llena de dulce con panela viva, que deleita cada paladar que choca con tan apacible sabor. Cuando se entra a esta plaza de mercado, el ambiente se torna alegre, humilde y repleto de esperanza en cada quiosco. Sus vendedores reciben a cada visitante con una sonrisa en el rostro, ofrecen verduras, frutas, sombreros, ropa, y ahí está él, Don Luis Eduardo, endulzando la visita de cada persona que llegua a este rinconcito colmado de gozo, con una de sus famosas panelitas.

Justo en la entrada está ubicada su mesa. Madera vieja y resquebrajada. Un radio en la esquina, donde sintoniza la misa o su música de preferencia. Sobre la mesa una cantidad de tarros antiguos repletos de sus delicias, de esos donde las abuelas guardan sus hilos. En una silla pequeña se encuentra él, que muy amablemente recibe cada visitante.

Hace 57 años nació la idea, cuando Don José de Jesús García Narváez, padre de Don Luis Eduardo, fue testigo de un forastero, que todos los viernes obsequiaba unos pequeños confites y panelitas a los niños del barrio donde vivían. Fue así como Don José García se inquietó por la receta de aquellas golosinas, aprendiendo rápidamente su “secretico” y de inmediato, puso en marcha su elaboración, tanto así que día tras día han mejorado la receta, volviéndola más propia y autentica. Pese a su trabajo albañil, Don José dedicaba gran parte de su tiempo a la producción de las mismas, con ayuda de su señora esposa Rosa Emilia García Merchán, logrando buen reconocimiento por parte de los carmelitanos. Desde entonces, es él quien se encargaba de llevar ese toque extraordinario a la vida de los habitantes de tan acogedor pueblo. Sin embargo, por cuestiones de salud, la tradición ahora está en manos de su hijo Don Luis Eduardo, quien la sigue llevando con honores y amor, que al final es lo que más cuenta.

“Recuerdo que yo era el que hacia las cuentas y así aprendí matemáticas. A mí me iba muy mal en el colegio y ahí fue donde aprendí bien, en la escuela de la calle. Luego mi papá me enseñó a hacer las panelitas y mírenme ahora, yo estoy aquí con esto”

Las panelitas no solo quedaron en su barrio, poco a poco fueron ampliando su horizonte, hasta el punto de llegar al lugar donde se encuentran ahora. Su mesita es visualizada cada domingo en la plaza de mercados o Placita, como muchos prefieren llamarle. Ahí, la familia ha estado presente cada domingo por  más de 50 años, de los cuales solo han fallado dos veces, por implicaciones familiares, como la muerte de su madre y la enfermedad de su padre, según cuenta Don Luis.

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Sobre la madera se observan colores, texturas y sabores, que son el resultado del provocador coco asado, coco molido, piña, arequipe, leche y chocolate. Variedad en dulces, que hoy por hoy es perfeccionado por Don Luis y sus dos hermanas, quienes de 19 hijos fueron los que tomaron y apropiaron tan distinguida tradición; sin embargo, en semana Don Luis se convierte en un obrero de la construcción, a lo que él señala las panelitas como un oficio realizado por diversión y esparcimiento, continuando con el legado de su querido padre.

También, cuenta que cada panelita tiene un proceso diferente y, no tienen una receta secreta como muchos podrían pensar, pues realmente para ellos el secreto es hacerlo con amor.

“Cada panelita tiene un proceso diferente. La de coco asado, por ejemplo, para realizarla, se asa primero el coco y se funde con la panela, la otra se muele el coco y ya se funde y así cada una tiene su proceso diferente de elaboración, lo que tienen igual es que son a base de coco y ya la de piña se licua la piña y ya. No tenemos receta secreta, solo que hacemos las panelitas con amor”.

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 Los famosos boque diablos

En el humilde quiosco venden también boque diablos, confites que, según ellos, son los más complicados de hacer, pues llevan más panela que cualquier otro producto y durante su elaboración, se debe amasar por horas, para lograr la consistencia perfecta y el sabor particular de los mismos.

“Nos conocen como los boque diablos porque mi padre bautizó a los confites boca de diablo, por el color rojo que los caracteriza y por ser lo más difícil en hacer” dice Don Luis Eduardo.

Todos los domingos el negocio se llena de clientes, que por solo trecientos y quinientos pesos pueden comprar este hábito comestible, disfrutando del amor hecho panelita que les entrega la familia boque diablos.

Don Luis dice que aunque el negocio ya no se mueva tanto como antes van a seguir ahí: “En el día no hay consistencia de plata porque sobra mucho, uno hace así bastante por la clientela que tiene. Y además hay gente que hoy en día detesta el dulce, prefieren un conito o un tintico que una panelita. Antes se vendía más, porque antes se tenían menos enfermedades, ahora la gente se queja mucho”.

Este humilde señor, señala que la tradición va a perdurar por el tiempo que Dios quiera, deseando que ojalá los siga bendiciendo por muchos años más. La familia ahora enseña la receta a los nietos y sobrinos, para que sean ellos quienes en un futuro  continúen con el legado, y también, los que más adelante den la cara por los populares boque diablos que los identifica; porque aunque  no haya el mismo auge de panelitas como antes, perdurarán muchísimo más tiempo, envolviendo de dulzura cada paladar que por su mesita pase. Una historia que revela lo gratificante que es hacer feliz a los demás, mientras se disfruta y ama la labor.

 

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