Los amigos invisibles
Opinión

Los amigos invisibles

Por:
abril 04, 2015
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Las ciudades en las que vivimos y la tecnología que usamos han facilitado nuestras vidas de una manera increíble. ¿Pero a costa de qué? No voy a discutir en detalle los problemas que enfrentan las ciudades modernas, ya que creo que la mayoría de ciudadanos los han enfrentado en primera persona. Tampoco quiero decir que no veo las enormes ventajas que nos ha traído la capacidad de organizarnos y la centralización de tantos servicios. Mi intención en esta columna es motivar una discusión acerca de cómo le perdimos el rastro a la conexión entre la producción, el consumo y la disposición final de los productos y servicios que consumimos.

Por miles de años, los humanos fueron conscientes de su dependencia de la naturaleza y por ende de sus inevitables límites. Si necesitaban energía (e. g. para calentarse, cocinar o producir algo), debían salir a recoger leña, turba, o estiércol. Si necesitaban comida, tenían que cazarla o cultivarla ellos mismos (y acogerse a las estaciones o temporadas). Si generaban desechos, ellos mismos se tenían que deshacer de ellos. Las ciudades (y la tecnología) rompieron esa relación: un interruptor en la pared o una bomba de gasolina esconden el origen de la energía, un supermercado el origen de la comida y un sanitario el destino de los desechos. He escuchado muchos cuentos de niños que no saben de dónde viene la leche y para ser sincero, no sé si son verdad. Pero sí estoy seguro de que muchos habitantes de las ciudades no tienen ni idea de dónde (ni cómo) vienen los electrones que llegan a su pared o encienden sus bombillos, de dónde viene el gas que calienta sus ollas, el agua que calma su sed o lava su baño, o la comida que llena sus platos. Y muchos otros no saben a dónde va la basura que generan o el excremento que producen.

Vivimos en un mundo de ilusión, en donde tenemos lo que queremos, cuando lo queremos y donde lo queramos (bueno, siempre y cuando se pueda pagar por ello). Y si no queremos algo, pues lo botamos y ya, al fin y al cabo es obligación de alguien más asegurarse de que no quede por ahí tirado en la calle:

El planeta en el que vivimos, gústele al que le guste, es finito. No sólo estoy hablando de los recursos que tiene, de los materiales, de los “productos” tangibles que nos ofrece. También estoy hablando de los servicios que nos presta. La contaminación no es ocasionada solo por los humanos: volcanes, incendios forestales, deslizamientos, y otros accidentes o fenómenos naturales causan igual o más contaminación. Pero no tenemos control sobre la mayoría; pasan y ya. Así que debemos enfocarnos en lo que podemos controlar, es decir, en lo que nosotros ocasionamos. Esto, al contrario de lo que muchos piensan, no necesariamente va en contra del desarrollo. El problema es qué entendemos por desarrollo y qué y a quiénes incluimos en su definición.

Como citadino que soy, no puedo negar cuánto me he beneficiado de los grandes sistemas tecnológicos que sostienen a la ciudad y lo agradecido que estoy por haber podido contar con ellos. Sería bastante injusto desconocer los tremendos esfuerzos de aquellos que lo han hecho posible. Mi punto es que damos por hechos estos sistemas, que no solo facilitan la vida en la ciudad, sino que la hacen posible. Cada vez los enterramos más y tanto los ignoramos, que solo nos damos cuenta de que están ahí cuando fallan o colapsan: “se fue la luz”, “esta semana cortan el agua”, “la ciudad está llena de basura (y es culpa del alcalde)”, “estos trancones están insoportables”, “no le cabe un hueco más a esta calle”.

Tal vez sea momento de volver a darles la importancia que se merecen e incluso reconocer que por más “limpios” o “ambientalmente amigables” que sean, alguien o algo siempre tendrá que pagar el precio en otro lugar o en otra época. Sugiero que retrocedamos un poquito en el tiempo. No a aquellos tiempos en los cada uno debía buscar cómo solucionar sus problemas de acceso a energía y comida, y disposición de desechos. Sólo unas cuantas décadas atrás... cuando el agua no se podía desperdiciar, la luz no se debía dejar prendida si no se estaba usando, las bolsas plásticas y las botellas se lavaban para ser reusadas, las cosas se reparaban (y se podían reparar), y los humanos tenían prioridad sobreel espacio público. Cuando aún era fácil dirigir nuestras ciudades en direcciones más sostenibles y sus ciudadanos eran conscientes de los pilares que las sostienen. Cada vez se hace más difícil volver en el tiempo y tomar otro camino. Pero no es imposible.

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