Lo que la guerra me quitó

Lo que la guerra me quitó

El conflicto no solo dejó a Kevin sin papá, lo alejó de su familia y lo metió a la guerrilla, sino que también le quitó la vida. Relato

Por: Santiago Caicedo
febrero 10, 2021
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Lo que la guerra me quitó

“Esta historia de un muchacho y su familia fue para mí tan impactante que, cuando la cuento, siento como si me hubiera pasado a mí”: Santiago Caicedo.

¿Quieres saber cómo llegué a este centro de salud?

Todo comenzó en la Reforma, una vereda de un lejano pueblo a la que solo se puede llegar por río.

Mi nombre es Kevin Charry y tengo 13 años. Mi familia la conforman mi papá Jhony, mi madre Gilberta, mi hermana Maryuri (que ya no vive con nosotros) y mi hermanito Fabián. Yo soy el segundo de los hermanos.

Mi papá es aserrador. Cuando sale a cortar madera al monte se demora varios días en llegar a la casa, pero para poder venderla, que es con lo que sostiene los gastos de la comida, debe esperar a que suba un bote comerciante de los que compran ese material… Así como la mayoría de familias cercanas, tenemos cultivos de coca que ayudan al sustento de mi familia. Sin embargo, la coca solo se la podemos vender a los que para nosotros son la ley.

Mi madre Gilberta trabaja en la chagra y nos hace de comer.

Mi hermana Maryuri, que es la mayor, tiene 15 años y vive con su novio Wilmer, integrante de la guerrilla. Los dos están a la espera de un bebé.

Mi hermanito Fabián solo tiene 4 años, por lo cual yo vendría siendo el hombre de la casa cuando mi papá se va a pescar o aserrar. Aunque a veces lo acompaño, también estudio. Estoy en quinto de primaria y mi sueño es ser doctor y poder vivir en una ciudad con mi familia.

Para cumplir este sueño, me levanto a las 4:30 a.m. de lunes a viernes, me pongo mis botas y cargo el peque-peque de mi padre hasta la orilla del río. Este peque-peque lo manejo desde que tenía 5 años, porque es el medio de transporte más rápido que tengo para ir a la escuela. Me demoro una hora en llegar.

Éramos ocho en el salón de clase de la escuela Luis Vidales, pero ahora ya no. Hace dos meses que ya no viene Chucho, siempre me pregunto por qué no volvió, extraño hablar con él. Solo él sabía que a mí me gustaba Yuli, una niña de 15 años de la escuela... por eso últimamente vengo a estudiar con las botas nuevas.

Siempre he querido hablar con ella, pero hay un pequeño problema: tiene novio y es trabajador en unas de las fincas de don Jairo, que es un reconocido ganadero que tiene muchos amigos en la guerrilla. Mi padre siempre dice que es mejor evitar problemas con ellos porque son cosa seria.

Un día estábamos en casa aburridos con mi padre y pensando qué hacer para conseguir algo de comer, pues no había llegado plata (compradores de coca) por ningún lado. El río estaba muy seco y los botes no subían, llevaban cuatro meses sin hacerlo.

Por ende, hace rato la guerrilla no pasaba comprando, lo cual hizo que mi padre tomara una decisión que cambiaría nuestro destino para siempre.

Pasaron unos días y mi padre se había buscado la forma de hacer llegar comida a la casa.

Un año después todo iba normal, pero recuerdo el día 13 de mayo de 2014 como si hubiera sido ayer. Llegaba de la escuela a mi casa y en la entrada del rancho me esperaban unos guerrilleros. Fue ahí cuando solo vi a mi padre muerto.

Además, la casa y los cultivos estaban quemados. En medio de mi llanto recuerdo estas palabras: “Esto les pasa a los que se quieran pasar las normas y no contribuyen con la causa…. Estamos en guerra”.

Momentos después, me dieron dos opciones: para las filas o se muere. Con lágrimas en los ojos y sin saber dónde estaba mi familia, no tuve más salida que irme con ellos.

Más adelante, me di cuenta de que mi padre había estado negociando los cultivos con quien en este momento era nuestro principal enemigo… un cartel que poco a poco se venía adueñando de tierras y su principal recurso de guerra era el narcotráfico.

También, me enteré de que a mi madre y hermano les habían dicho que se perdieran de esos lados y que no podían volver… Duré tiempo preguntándome dónde estarían...

Un día en el que teníamos que recoger camaradas más abajo, después de tanto tiempo, volví a ver a Chucho, mi amigo de clases... lastimosamente, sin vida. Todo gracias a las guerras por territorios. Esto fue lo que me hizo reflexionar.

Pensando en la familia que me quedaba, opté por escaparme. Llegamos al campamento y esperé la noche… La fuga fue un desastre. No duré ni dos minutos tratando de escapar y en el segundo anillo de vigilancia me dispararon.

¡Ahora ya sabes cómo llegue aquí a este centro de salud!

Me encontraba entre la vida y la muerte. Gracias a los acuerdos de paz, que en ese momento había, los recursos que antes utilizaban para la guerra, el gobierno los mandó en dotación para los centros de salud, nuevos equipos médicos, personal médico… y me salvaron la vida…

Y tiempo después con los programas que tenía el gobierno volví a ver a mi familia, pude continuar con mis estudios y cumplir el sueño de estar con mi familia en una ciudad, aunque no esté completa, Solo me falta el de ser médico.

Quisiera haber terminado este cuento así con este final feliz… pero lo cierto fue que nunca hubo un acuerdo de paz, nunca dotaron los centros de salud de nuevos equipos y no hubo médicos que me salvaran la vida…

¡No mandaron más recursos para salud!, ¡nunca me salvé!, ¡nunca volví a ver a mi familia!, ¡nunca cumplí ninguno de mis sueños!

¡¡¡Los niños y jóvenes necesitamos de oportunidades!!!, ¡¡¡queremos menos guerra, más inversión en educación, salud y oportunidades!!!

* Joven habitante de Puerto Leguízamo, uno de los municipios con más alta presencia de grupos armados ilegales y donde el reclutamiento de menores es constante. Un hecho sacado de la vida real.

Fotos de Germán Arenas Usme

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