Lo que diga su mamá

Lo que diga su mamá

Varias medidas decretadas por el gobierno nacional han sido atenuadas o contradichas por mandatarios locales, dejando a los ciudadanos en el medio y sin saber qué hacer

Por: MAYCOL RODRIGUEZ DIAZ
mayo 05, 2020
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Lo que diga su mamá

Bogotá es el ejemplo perfecto de este símil por tener una alcaldesa y un presidente. Sin embargo, este también es predicable en cualquier entidad territorial cuyo líder (gobernador o alcalde) no comparta íntegramente las políticas nacionales dictadas para afrontar la emergencia COVID-19.

En la niñez, y con toda seguridad en la adolescencia, quienes vivíamos con nuestros dos padres frecuentemente enfrentábamos un penoso proceso al momento de solicitar un permiso para salir con los amigos, por ejemplo. El ritual era exactamente el mismo: identificar cuál padre era más proclive a resolver favorablemente nuestra súplica y atacar (es decir, hacer la petición formal). Pero este padre (o madre) sabía que en el fondo no mandaba solo, así que respondía con una fórmula tan diplomática como inútil para nuestros fines: “lo que diga su mamá" (o su papá, según fuera el caso). Así que luego del despliegue de toda una estrategia logística para obtener el permiso, finalmente debíamos tramitarlo ante el más duro e inflexible de nuestros padres, cuya decisión era definitiva y a todas luces inapelable.

Similar situación se vive en distintas latitudes de nuestro país. Aunque el gobierno nacional señaló que el 27 de abril de 2020 debían reiniciarse labores de manufactura y construcción, mandatarios locales han tomado decisiones diferentes o, al menos, han atenuado la directriz nacional. Y es que contrario a lo que puede salir de un plumazo desde la Casa de Nariño, los mandatarios locales conocen más que nadie su propia casa: la capacidad de sus centros médicos y hospitalarios, las necesidades de su población, la forma en que operan sus sistemas de transporte, etcétera. Por eso pueden emitir un juicio más aterrizado sobre la viabilidad de trabajar bajo verdaderas medidas que permitan impedir que el virus se propague, o que en medio de su propagación se lleve consigo las vidas de quienes no tienen un boleto ganador en la lotería de los servicios médicos, como se ha visto en otros países.

Se espera que grandes capitales puedan superar la emergencia con relativo éxito, entendido este como un bajo registro de fallecidos. Sin embargo, a propósito de pequeños municipios, ¿qué pasará con Don José? Ese amable tendero que surte todo el barrio o la vereda y quien convive con un nutrido grupo familiar, compuesto entre otros por su hijo albañil. Don José, o al menos su hijo, como muchos otros colombianos, nunca ha entrado ni entrará en ninguna consideración macro, pues, según sostiene el Dane, la construcción genera 1,6 millones de empleos y esa actividad tiene un peso aproximado de 9% en el Producto Interno Bruto de nuestro país. Desde luego que una óptica macro considera 1.6 millones de empleos, y no al hijo de Don José, que por cierto, si no guarda todas las medidas de precaución, terminará contagiándose y convirtiéndose en foco de infección para su núcleo familiar, entre ellos, el amable tendero y su comunidad.

De cara a esa argumentación, algunos mandatarios locales se preguntan para qué manufactura y para qué construcción si en estos momentos no parece que haya mucha gente ávida de estrenar ropa o comprar finca raíz. De otra parte, ese mandatario local, alejado del enorme presupuesto central, debe considerar que en la mayoría de los casos estos trabajadores subsisten con un salario mínimo y, por ende, carecen de los recursos económicos necesarios para asearse frecuentemente con gel antibacterial, sustituir a diario sus tapabocas, sus guantes y los elementos de protección que, al menos en teoría, deberían llevar consigo.

Es bastante probable que al momento de aconsejar o tomar las decisiones gubernamentales que ahora todos juzgamos, pocos se hayan detenido a pensar: ¿cuántos baños (unidades sanitarias) hay disponibles por cada 100 personas que trabajan en una bodega fabricando ropa?, ¿cuántos baños (normalmente portátiles) hay disponibles para los obreros que están trabajando en la construcción de ese hermoso complejo empresarial cuyo metro cuadrado a la venta supera el ingreso anual de un puñado de obreros? Desde luego que se trata de circunstancias que han existido siempre, pero que solo se visibilizan en estos momentos, cuando guardar distancia social y maximizar las prácticas de higiene personal se han vuelto el común denominador entre aquellos que sí pueden hacerlo.

La tesis del gobierno nacional es que la economía no puede detenerse y eso es absolutamente cierto. Sin embargo, al otro lado de la balanza se encuentra la salud y la vida de aquellas personas que deben ser atendidas por el ente territorial a través de su ya bastante golpeado sistema de salud. A diferencia de la capital y de contadas ciudades intermedias, muchos municipios cuentan con apenas un centro de salud que parece haber sido la fuente de inspiración de Juan Luis Guerra cuando compuso El Niágara en bicicleta. Por lo mismo, es entendible que tales mandatarios quieran posponer al máximo la exigencia límite a sus escasos servicios hospitalarios. Eso sin contar con la crisis propia de la salud, que hace que incluso en ciudades intermedias, los trabajadores del sector trabajen “al fiao”, financiando al Estado, quien resulta pagando sus sueldos con seis meses o más de retraso.

Por años ha sido costumbre que desde una óptica muy universal el gobierno nacional decrete medidas a diestra y siniestra, sin que considere las cargas que estas imponen para los entes territoriales, quienes en la práctica y sin inyección adicional de recursos resultan siendo los directos obligados a atender las necesidades de su población, entre ellos, el hijo de Don José. Por eso, resulta fundamental que papá y mamá fortalezcan su dialogo y lleguen a acuerdos en procura del bienestar de todos los miembros de la familia, pues aunque individualmente considerados sus puntos de vista son perfectamente válidos; lo cierto es que la satisfacción de las necesidades familiares no puede implicar el sacrificio de uno o varios de sus miembros, cuando un buen dialogo permitiría confeccionar una solución que los beneficie a todos.

Por eso hoy, cuando nos acercamos con vertiginosa velocidad a los 8.000 contagios y hemos superado los 300 muertos tras solo una semana de “reactivación económica”, el sentido común nos impone acatar juiciosamente medidas de aislamiento social, mientras papá y mamá (presidente y gobernantes locales) dialogan en procura de definir la ruta y la estrategia que todos debemos seguir para afrontar lo peor de la pandemia. Esperemos que luego de ello, y en consideración a nuestro buen comportamiento previo, tengamos el permiso para salir a reencontrarnos con los nuestros…

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