Las virtudes de Monroy Cabra

Las virtudes de Monroy Cabra

El exmagistrado demostró con su vida que el respeto hacia quienes tienen diferentes puntos de vista es lo que nos permite avanzar como sociedad

Por: Andrés Molina Ochoa
enero 09, 2020
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Las virtudes de Monroy Cabra
Foto: Academia Colombiana de Jurisprudencia

Fotocopia era la palabra que usaba para describir a las facultades de derecho en Colombia al comienzo de la década de los noventa. En los cuadernos copiábamos lo que los profesores decían, luego memorizábamos lo escrito y lo reproducíamos en exámenes orales y escritos. La nota dependía de la fidelidad de la copia, no de la adquisición del conocimiento, ni de la investigación o el análisis. Recuerdo muy pocos (dos o tres) profesores que nos pusieron a escribir algo diferente a la repetición de sus ideas o que enseñaran fuentes distintas a los códigos y una que otra jurisprudencia, en tanto que recuerdo muchos que nos obligaron a memorizar cosas tan absurdas como el monto del impuesto a la renta en Colombia en ese año.

No solo eran las ideas las que se copiaban, también los currículos y el cuerpo docente. Se estudiaba por años, todos veíamos las mismas once o doce materias por período académico y seguíamos el orden del Código Civil como estructura básica del pénsum: Personas en el primer año, Bienes en el segundo, Obligaciones en el tercero y cuarto, Sucesiones en el último. Los profesores eran casi todos de cátedra y enseñaban las mismas materias en todas partes. Vladimiro Naranjo enseñaba en El Rosario, en la Javeriana y en los Andes, Antonio José Cancino en el Externado y El Rosario, por solo mencionar dos ejemplos.

La investigación brillaba por su ausencia. No existían revistas académicas y los profesores de planta dedicados a la investigación eran una especie exótica. Los libros de derecho publicados eran más el resultado de obstinados empeños individuales que el de proyectos de investigación institucionales.

A mediados de los noventa, impulsados por el nuevo aire doctrinario que trajo la constitución del 91, así como por los cambios tecnológicos que revolucionaban al mundo, las facultades de derecho colombianas comenzaron a modernizar sus currículos, a fomentar la investigación y a invertir en la capacitación de profesores de planta. Las directivas de la Universidad del Rosario eligieron entonces a Marco Gerardo Monroy Cabra para que liderara ese proceso de aggiornamento académico.

Quienes conocían de lejos a Monroy Cabra con seguridad pensaron que él no era la persona adecuada para tan importantes cambios. Monroy era un tradicionalista, uno de esos abogados que usa siempre el mismo nudo de corbata y el mismo estilo de vestido: traje oscuro con chaleco. Era también tímido en exceso, a pesar de tener muchos amigos, almorzaba casi siempre a solas y le costaba entablar conversación con extraños. Quienes lo conocían de cerca, sabían que no había mejor candidato posible para transformar a una institución anclada en el pasado.

En una institución medieval, como era el Rosario, los profesores defendían sus clases como a sus propios feudos. Hablar de reforma curricular, de rediseño del programa, a muchos parecía como la peor de las blasfemias, la estocada final que se necesitaba para acabar con el prestigio académico que siempre ha tenido el Rosario. Muchos profesores y estudiantes repetían día tras día frases como: ¿Ahora obligaciones se va a enseñar en solo un año? ¿Cómo es eso que Títulos Valores no será obligatoria? Los abogados rosaristas saldrán sin saber hacer un cheque. Se discutía sobre qué contenido enseñarse y no sobre qué habilidades desarrollar, como si los estudiantes fueran tabulas rasas, hojas en blanco para que los sabios profesores depositaran un saber sempiterno, como si las leyes no cambiaran, como si la memoria no modificara nuestros recuerdos.

Un mundo en llamas necesita las virtudes que Monroy Cabra ejercitaba día a día. Siempre con una sonrisa y jamás con un gesto de desaprobación, Monroy escuchó cada una de las críticas a la reforma y, sin transigir en los pilares fundamentales, fue capaz de reconocer los errores y calmar los ánimos. A pesar de las injustas y en ocasiones malintencionadas críticas que se le hicieron, Monroy nunca tomó una represalia, nunca usó su poder para perseguir a quienes se le oponían, siempre trató a todos con una cordialidad que invitaba a la conciliación y al diálogo.

En pocos años, Monroy logró lo que muchos quizás pensaron imposible. Creó un sistema de créditos flexible, que no solo respetaba los elementos básicos del derecho, sino que permitía a los estudiantes desarrollar sus propias habilidades según sus intereses y objetivos de vida. Impulsó a un grupo de investigaciones jóvenes, junto con otras universidades, creó el primer doctorado de derecho del Rosario, fundó la Revista de Estudios Socio Jurídicos. Monroy recibió una facultad en la que primaba la cátedra y dejó una institución que crecía en torno a la investigación y en la que los estudiantes no eran pasivos entes esperando a ser iluminados por sus maestros, sino personas libres, responsables de su propia educación y destino.

Vivimos una época en la que los líderes aumentan su popularidad fomentando el tribalismo. Hoy en día, pareciera que solo se puede hablar sobre quienes piensan distinto con una pulla certera o una ironía hiriente. Al contrario, Monroy Cabra demostró con su vida que es el respeto hacia quienes tienen diferentes puntos de vista lo que nos permite avanzar como sociedad, a pesar de nuestras diferencias y conflictos. Haber podido trabajar con él es uno de los grandes regalos que me ha dado la vida, así como su decanatura fue uno de los grandes momentos que vivió la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario. Lamento mucho su muerte, pero espero que el legado de sus virtudes florezca en mi alma máter, así como en las generaciones de abogados venideras.

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