A las víctimas nos matan de muchas formas

A las víctimas nos matan de muchas formas

Una sobreviviente de la masacre de la casa de la JUCO, ocurrida en Medellín en 1987, relata su experiencia y el proceso que ha vivido después de estos fatídicos hechos

Por: Lía Hernández Muñoz
diciembre 20, 2018
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A las víctimas nos matan de muchas formas

¿Por qué solo en 2015 y no antes? Sucede que el tiempo camina más rápido que mis propios pasos, quizá por miedo a los demonios y duendes de un pasado que viví con la fuerza de un huracán. El caso fue que me armé de una buena dosis de valor y audacia y eché a andar. El 3 de febrero de 2015, decidí con eso que llamamos el yo interno, pero que pienso que no es más que esa parte del ser inconsciente de cada uno de los seres humanos, esa parte cómplice de los momentos de alegrías y de los otros menos alegres, que al caminar la vida vamos acumulando y guardando como en un cuarto oscuro que casi nunca queremos abrir para no enfrentar las realidades de aquellas heridas que añejamos a lo largo del camino. Ese día me hice una reflexión sobre cómo ahondar en la búsqueda del esclarecimiento de los hechos que rodearon la muerte de Víctor Hugo (hijo y hermano), y en esta forma continuar construyendo su memoria y también la denuncia de la persecución a la familia: las heridas físicas sufridas por la madre ese 3 de mayo de 1987, el atentado en contra del padre un año después, el desarraigo de la ciudad de origen al tener que salir una vez más en un desplazamiento esta vez interno, donde la familia tiene que abandonarlo todo.

Sabía entonces al dar este paso que desataría un monstruo —ese grande monstruo de la guerra— pero estaba consciente que había que hacerlo, había que descorrer el velo de la indiferencia que durante 28 años (hoy ya 31), ha rodeado todos estos crímenes que se han dado en contra de la familia Giraldo Hernández, izándolos en el pozo profundo y oscuro de la impunidad con la que el Estado arropa al país hasta nuestros días. Ese día 3 de febrero, haciendo uso como ciudadana colombiana de un derecho constitucional, toqué a la puerta del Ministerio Público (Defensoría del Pueblo en Bogotá), donde rendí declaración de los hechos. Entonces fue cuando el monstruo adormilado por la impunidad frente al ultraje y atentado en contra de una de las tantas familias que en Colombia han vivido y viven esta misma situación empezó a despertar, quedando en evidencia entonces que el pasado está allí y que el baúl de los recuerdos almacenados en un afán de eludir la realidad estaba presente y se manifestaba con fuerza de ciclón.

La asesora en derecho de la Defensoría pisó una tecla en su máquina de trabajo y me preguntó si yo era la misma Lía Hernández Muñoz que había sobrevivido a la masacre de la Juventud Comunista (JUCO) en Medellín en ese fatídico 24 de noviembre de 1987. Entonces se comentó el hecho irresponsable de un investigador social que había afirmado en una indagación de los hechos que Lía había muerto allí en dicha masacre y que esa noticia aún en ese momento estaba circulando en redes sociales; entonces vemos que si las balas no pudieron, lo hizo la falta de rigurosidad de un investigador social. Sí, a las víctimas directas e indirectas de los múltiples conflictos en Colombia nos matan muchas veces también con actos irresponsables, por acción u omisión.

El día 4 de febrero de 2015 toqué a una segunda puerta, esta vez fue la de la Fiscalía General de la Nación para solicitar el reinicio de investigación sobre el asesinato de Víctor Hugo Giraldo Hernández —allí rindo declaración de los hechos por segunda vez en una semana—. Así es que ese día saliendo de la Fiscalía, con la mente un poco turbada y con paso vacilante debido al esfuerzo de mi mente al desandar caminos, me sostuvo la certeza de saber que los seres humanos estamos hechos de una fortaleza tal que nos hace invencibles en los distintos trayectos por los cuales nos va conduciendo nuestra propia vida. Mientras caminaba pensaba que esta decisión tomada de descorrer el velo no podía dejarla a medias por más doloroso que fuera y que una vez más debía resistir el embate de los recuerdos, los cuales sentía que regresaban con pies de plomo martillando en mi mente cual taladro queriendo romper mi resistencia.

También en este mismo año de 2015 sucede que dentro de la dinámica que la Fiscalía General de la Nación está llevando a cabo dentro de la apertura de la investigación sobre los hechos en los cuales se produjo la masacre de los jóvenes de la Juventud Comunista en Medellín y que se hace a petición del Partido Comunista, fui citada por la Fiscalía a rendir declaración como testigo sobreviviente de esa masacre. El fiscal que está al frente de la investigación me cita para el día 3 de septiembre, allí estoy en el tenebroso búnker de la Fiscalía. Reflexionaba luego que por azar o coincidencia se seguían juntando todos los fantasmas de estas terribles vivencias como en un acuerdo y cita siniestra o aquelarre, haciéndome sentir como en las entrañas mismas del infierno de Dante. Estando ahí me siento como viviendo una película de horror, solo que es de la vida real de una mujer que hoy se detiene por la fuerza de la necesidad de hacer memoria e indagar en su propia vida. Hoy tengo que decir que la vida, mi vida, ha sido generosa al permitirme la lucidez de la esperanza para seguir en busca del horizonte y en esa construcción constante de caminos claros para una verdadera —democracia participativa y equitativa— donde se puedan hacer realidad muchos de los sueños de nuestro pueblo.

De verdad que no me imaginé que esto también se juntaría y haría parte en este recorrido de declaraciones, indagaciones, grabaciones y testimonios. Por eso tal vez, mientras iba caminando dentro del desarrollo de éste mi cronograma 2015, sentía cómo cada minuto que pasaba, el monstruo de la guerra que ha atormentado a mi pueblo y dentro de éste a la familia Giraldo Hernández, se despertaba en un intento vano por atraparme y hacerme desistir en mi decisión.

En el mes de noviembre de 2014, llamé a la puerta del Centro Nacional de Memoria Histórica (ente estatal para la reconstrucción de memoria), iniciándose así un proceso de entrega de información escrita y oral sobre los sucesos acaecidos, buscando de esta forma dejar testimonio fehaciente de todo esto y caminando el sendero de la memoria del hijo asesinado y la familia acosada, aquí debo dejar constancia que ese día me enteré por boca del señor director del Centro, Gonzalo Sánchez, que yo estaba muerta. ¡Sentí un latigazo en el alma!, fue otro hurgar en las heridas que no son más que cicatrices que sangran. Allí, se dijo por parte del Director del Centro, “que el señor tal”, encargado del proyecto Unión Patriótica, sería quien me programaría una entrevista. Así fue, estuve ahí un largo tiempo, horas que desafortunadamente no contabilicé, donde se me hicieron todo tipo de preguntas, como en un intento de espulgar y vaciar mi mente. Estaba también la persona que se suponía sería el encargado de grabar mi conversación. Sí, fue un simulacro por parte de estos dos señores (a uno de ellos el de mayor edad yo lo había conocido en mis años de militancia en las filas del Partido Comunista Colombiano).

Me vine para mi apartamento sintiendo un mal sabor, algo que me hacía pensar como se dice en el argot popular “desganada” con desasosiego, no sentí una buena vibra, no había por parte de estos señores una buena acogida, que se supone es lo mínimo que esperamos quienes nos acercamos a ese lugar, no generaron en mí ninguna confianza. Después comprendí que yo fui allí a decir la verdad y esta no solo no gustó a los señores, sino que desecharon la grabación —si fue que en realidad la hicieron—. Meses después y en vista que no sabía que había pasado con lo dicho por mí en ese momento, indagué por medio electrónico; el señor “Tal”, muy olímpicamente me dice que: “como su hijo Víctor Hugo no era de la U.P al momento de ser asesinado, no se había grabado”, y dieron su veredicto; “A él lo habían matado por ser hijo de la familia Giraldo Hernández”; de esta forma ellos, los dos, lo decidieron así y muy irresponsablemente niegan la militancia de Víctor Hugo. Entonces yo pienso desde el momento en el cual leí ese correo enviado por ese señor, que ellos, a mi hijo lo victimizaron por segunda vez; desde luego que no tendría por qué extrañarme, ya que ellos son empleados de un Estado, el cual lo que sabe hacer es perseguir y victimizar, sólo que yo no lo esperaba de dos personas que se dicen de izquierda. Hoy conservo dicho correo como prueba fehaciente de un acto grotesco en contra de una víctima directa y de las indirectas como somos su familia. Pienso que gente como esa, que maneja un alto grado de fundamentalismo todavía hoy en la segunda década del siglo XXI, no debía estar en un lugar que se supone atiende a todos y todas las víctimas del conflicto; me pregunto ¿sí esto se le hace a alguien que no calla, qué seguridad hay de que no seguirá pasando con otros? —Vivir para ver—. Después de este incidente maltratador y abusivo, me pusieron en contacto con un equipo distinto y profesional, adecuado para la ocasión.

En agosto 31 de 2015, salí abrumada de las instalaciones del Centro Nacional de Memoria Histórica; la primera pregunta era “¿quién fue Víctor Hugo Giraldo Hernández?”. Salí entonces, diciéndome: cómo pesa la palabra cuando eta se acompaña de recuerdos dolorosos, agobiantes y de una profunda tristeza que lacera el alma. Mi hijo hoy no tiene palabra, la metralla asesina se la quebró —yo que le prometí hace 28 años que sería su voz, sus ojos—; pero tengo los años amontonados que junto a tantos caminos andados y las cargas del diario vivir, le restan fuerza a mis alas para seguir volando con la pujanza que demanda el tomar la palabra para reivindicar su nombre y su memoria, pues no estoy narrando cualquier cosa, estoy hablando de su muerte. La primera narración de los hechos me dejó con un cansancio casi estepario; pienso entonces, que muy a pesar de que en estos años he llevado en lo más profundo de mi ser el dolor de su ausencia, hoy mi resistencia se reciente ante el hecho de tomar la palabra. De verdad que desenterrar las memorias del conflicto y rescatarlas del olvido es muy difícil, pero hay que hacerlo si pretendemos aportar a la memoria colectiva de un país que tal y como le cantó Pablo Neruda “Colombia nombre de paloma, es una paloma ensangrentada”.

El día 7 de septiembre de 2015, de nuevo me hago presente en el Centro Nacional de Memoria Histórica para la segunda sesión de grabación; allí estuve, no como en una cita macabra como podría pensarse, sino como un desandar caminos con la cadencia del tiempo pasado: desamarrar nudos, hablar en voz alta sin tapujos como se dice coloquialmente, llamar las cosas por su nombre, cumplirle a un joven (cierto quijote de su época), hacer y tejer memoria. La pregunta en esa segunda sesión de grabación fue sobre la vida de Lía Hernández Muñoz, madre del acribillado. Fue una turbación distinta y dolorosa sentida en una forma diferente, ¡pero vaya contradicción! fue a la vez refrescante, una narración capaz en muchos momentos de turbar la mente por lo arduo del camino andado. Me encontré de nuevo hablando de él, el hijo que estuvo en mi vientre purgando cárcel desde antes de nacer; es cuando vuelvo a pensar que las madres biológicas y sus hijas e hijos, siempre estarán ligados por toda una eternidad, sembraditos ahí como si continuara la gestación de sus cerebros y cuerpecitos ¡no cabe duda!

En el tiempo que duró ese recorrido me encontré con mi propio camino, mi caminar, mi hacer, mi compromiso con la vida, con las resistencias y con la historia de mi país y del mundo; un camino largo y tortuoso la mayoría de las veces, pero también muy productivo. Hoy no me queda ninguna duda, que he vivido y pienso que lo que he hecho durante este caminar, otros y otras con ideas diferentes y con un sentir diferente de compromiso histórico con su pueblo y consigo mismo, sólo podrían recorrerlo en esta forma en que lo hacemos nosotros los librepensadores; en unos doscientos años de vida he caminado rápido, pero con un pensamiento pausado y analítico sobre el quehacer desde la cotidianidad de la gente de mi pueblo.

Mientras narraba mi propia vida me pasó algo como en aquel dicho: “cazó al tigre y se asustó con el cuero”; verdad que sí, tomando esos años de mediados de los 60 como referente cuando una mujer apenas balbuceando las políticas sociales de participación y resistencia, se revelaba en contra de un Estado opresor, discriminador e inequitativo. Pero era desde ahí mismo, desde donde esa mujer aprende sobre el amor revolucionario y también el otro —el que une a un hombre y una mujer en este caso— y recordaba cómo hasta ahí, ella, esa joven no sabía nada de nada. Narraba y pensaba que sin duda no fue fácil ni lo uno ni lo otro, aquello de desafiar unas costumbres culturales donde el amor había que someterlo al arbitrio y bendición de una sociedad pacata y retardataria y una iglesia católica inquisidora. Pero como la vida al igual que nos quita también nos da, allí estaba yo contando en pequeños retazos, algunos de mis quehaceres desde el universo de la vida y caminos por donde he transitado y transito; porque la vida útil va hasta que tu cerebro este lúcido, ¡he ahí la mayor ironía!, ya que es justamente esa lucidez la que nos hace a los seres humanos más quebradizos, más frágiles frente a todas las peripecias. Pero la verdad es, que al encontrarme con mi propia vida pude comprobar también que la mía no ha sido vacía, sino que le he cumplido a mi pueblo, que he contribuido a abrir las alamedas en pos de la esperanza y la construcción de una verdadera Democracia con Equidad Social, por una Colombia para todos y todas.

¡Ah…! ¿Cómo sería si todos y todas en nuestra Colombia, desde siempre —porque desde siempre hemos sido oprimidos—, nos hubiéramos juntado y nos juntáramos para derrotar la opresión y el saqueo de nuestras riquezas? Pero no, mientras unos desatan las luchas de resistencias y sufren persecución, cárcel, tortura, destierro, desaparición y muerte, los demás esperan a que caiga el maná del cielo y pedalean fuerte toda la vida para llegar un día a estar adonde está el opresor. ¡Oh, qué vida tan vacía e inútil!

De nuevo estoy ahí, en el Centro Nacional de Memoria Histórica para la que sería la tercera entrevista en el ciclo de grabación. La pregunta esta vez fue ¿cómo es la familia Giraldo Hernández? Ese día al evocar el cómo se formó la familia, pensaba que en realidad no se trató del embrión de familia tradicional, de una pareja yendo a iglesias de la religión católica o cualquier otra de las iglesias pentecostales a cumplir con un ritual superpuesto y dirigido por otros. La narración fue mostrando a dos jóvenes de esa época, en la cual el mundo se disponía a continuar abriendo compuertas de libertad y liberación de las ideas políticas, filosóficas, ideológicas, en las artes plásticas, la moda y el amor libre, que se correspondían con esos años mediados de los 60. Ellos, ese hombre y esa mujer, se adentraron por esa puerta de libertad y amor desafiando todo lo establecido y por eso se pudo convertir con el tiempo en una familia diferente, librepensadora. En el momento en el cual respondía la pregunta de la entrevistadora que conduce, indaga, profundiza, analiza, y frente al camarógrafo que con su lente inquisidor más de una vez hizo sin proponérselo que me sintiera cohibida, tímida, etc., venían a mi memoria pasajes de la vida de esa familia, en los cuales muchas veces fuimos mirados —unas con admiración y otras como bichos raros—, esto según el lugar geográfico de Colombia o del mundo donde nos encontráramos.

Al paso que hablaba sobre mi familia, me iba encontrando con la ventaja y privilegio que tuvimos Mario y Lía, en el momento en el que nos conocimos —fue el hecho de que ambos caminábamos ya por ese sendero anchuroso de las ideas revolucionarias—, al unirnos como pareja tenía que arrojar indudablemente una familia diferente, donde se empezó a juntar el amor, la solidaridad, la complicidad, la camaradería, el ayudarse el uno al otro en los momentos más difíciles, el aprendizaje y desarrollo constante del quehacer cotidiano. Todo esto hizo que el amor se agigantara, creciera, se esponjara y resistiera al igual que nuestras ideas revolucionarias todos los embates en esas luchas, pero también en las dificultades que toda pareja enfrenta en la cotidianidad de la vida sin caer en el aburrimiento.

Cuarta entrevista y última pregunta, “¿la UP?” Esa niña hermosa que en los años 80 pretendió brindar un puente de democracia y libertad a un país lleno de calamidades… —tengo que reconocer que en el momento en el cual me acerqué al Centro Nacional de Memoria Histórica, no me imaginé que terminaría refrescando mi memoria, contando fragmentos de la historia política y organizativa de un movimiento que pasó a la historia universal, no sólo por el genocidio del que fue víctima, sino por lo acertado de sus planteamientos y propuestas de cambio—. Fue bonito, es la contradicción de las contradicciones y no porque la muerte tenga cosas bellas (que no las tiene), sino por lo hermoso y conmovedor de las luchas de este pueblo colombiano. Ese día narrando una mínima parte de este acontecer me sentí grandiosa por haber hecho parte de esa odisea, donde esos sectores del pueblo reunidos en la lucha, se agigantaron. Fue quijotesca su lucha desde donde pusimos un minúsculo granito de arena, buscando que este nos condujera a la posibilidad de estar un trecho más cerca del horizonte y la esperanza de redención para las mayorías de nuestro país, porque aunque siempre me he sentido desde mi quehacer una ciudadana del mundo, Colombia está en el centro de mi corazón y de mi mente.

Hoy después de haber tenido en el primer intento de grabación, una muy desagradable experiencia debido al sectarismo político de quienes se reunieron conmigo (dos hombres de distintas generaciones muy distantes en el tiempo que los separa, pero de las mismas filas de militancia y misma escuela) y a la larga me demostraron que ambos están lacrados por el fundamentalismo, el sectarismo, y la inquina política, pienso… yo llegué allí al Centro Nacional de Memoria con un propósito y un derecho —sembrar la memoria de mi hijo Víctor Hugo, para que nunca más vuelva a pasarle a otros y otras—. Entonces comprendí que no había que retroceder frente a este escollo, sabiendo que ahí deben acercarse todas y todos los que se consideren víctimas directas o indirectas de la guerra que desangra al país. Por eso continué buscando un derecho y lo encontré con Myriam Loaiza, como entrevistadora, y Darío Isaza, como camarógrafo, con quienes se grabaron los cuatro vídeos. Dos personas con sentido de responsabilidad y profesionalismo, poseedores de calidad humana tan necesaria en los seres humanos, ayer, hoy y mañana. Gracias pues por una buena experiencia, ya que es en esta forma, sembrar con responsabilidad, como se van llenando las páginas de la historia de cada quien.

El tropiezo inicial, en el primer acercamiento al Centro Nacional de Memoria Histórica, me llevó a estar más convencida de lo siguiente: “No basta con pertenecer a la especie humana para tener calidad como tal, sino que esta calidad humana hay que ganársela en franca lid al fundamentalismo, a las ideas filosóficas estrechas y contaminantes, al sectarismo ideológico. No se puede ir por el mundo creyéndose los iluminados, ultrajando y manoseando a los demás, a nombre de ¿? El caso es que por el momento aquí cierro un capítulo más en este caminar de indagar y sembrar memoria para que nunca vuelva a sucederle a nadie en Colombia”.

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