Las mejores intenciones
Opinión

Las mejores intenciones

Cartas a Horacio

Por:
septiembre 27, 2013
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Santiago, 23 de septiembre de 2013

Querido Horacio,

Te cuento que tuve cinco días de pereza, ocio y vagancia, gracias a las fiestas patrias chilenas que acá se celebran con todo el despliegue que quieras imaginar, y que me han permitido estas pequeñas vacaciones fuera de temporada. El caso es que estuve leyendo mucho, ya te imaginarás, pero también viendo películas. Algunas espantosamente malas, que de lo puro malas son buenas, lo admito. El otro día, por ejemplo, pesqué recién en los créditos de apertura a Jurassic Park III y no tuve ningún reparo en verla completa. Por favor, omite en tu próxima carta cualquier comentario sobre mi mal gusto en películas y préstame atención con lo que sigue. Hay una escena en esa película que me gusta mucho: el paleontólogo, Dr. Alan Grant (Sam Neill), se entera de que su pupilo, Billy Brennan (Alessandro Nivola), ha escondido en su mochila unos huevos de dinosaurio, con el fin de sacarlos de la Isla Sorna ―en donde están atrapados en medio de cientos de dinosaurios―, y llevarlos a alguna ciudad en Estados Unidos en donde ellos trabajan, no recuerdo bien cuál es, me parece que San Diego. El doctor Grant enfrenta muy enojado a Billy y le reclama por hacer semejante tontería. Billy, en su defensa, le responde que quiere llevarse los huevos de dinosaurio porque está seguro de que puede negociarlos de tal forma que así lograrían financiar sus investigaciones paleontológicas hasta por diez años más. El doctor Grant lo sigue regañando y Billy se vuelve a defender alegando que lo hizo con las mejores intenciones. Y el doctor Grant, ya bastante irritado, le replica algo más o menos así ―cito de memoria―: «Algunas de las peores cosas imaginables se han hecho con las mejores intenciones».

Te preguntarás a cuento de qué todo esto. Bueno, verás, hace unos días, el «Centro Democrático» dio a conocer una lista cerrada de sus candidatos al Senado, encabezada por Álvaro Uribe Vélez. A pesar de que Uribe y todo lo que con él tenga que ver me aburre hasta el hartazgo, me dio curiosidad y empecé a leer aquí y allá y encontré unas declaraciones que dio en mayo el director del «Centro Democrático», Alejandro Arbeláez, quien dice que la intención es crear un partido político con un ADN 100% uribista. El domingo pasado, Daniel Coronell reveló los antecedentes turbios de algunos de los miembros de esa lista que ya de por sí pinta feo con Uribe a la cabeza y José Obdulio Gaviria de segundón. En su columna, Coronell afirma que pegados al nombre de quien encabeza el grupo, van los de personas «a las que difícilmente elegiría la gente normal, si supiera de sus andanzas». Leyendo eso, me acordé de la escena de Jurassic Park III. La gran mayoría de los uribistas más recalcitrantes ―lo que sin duda alguna es un pleonasmo― son como Billy, no les importa llevar huevos de dinosaurio escondidos por ahí, y puedo asegurarte que muchos no ven maldad en ello ―como no la vio Billy―, porque creen que están avalados por las mejores intenciones y, en el caso de un uribista, las mejores intenciones son caudillescas, altaneras y básicas: salvar a Colombia de los villanos que la quieren acabar, como si el mundo fuera un comic de Marvel. Creo que Uribe se piensa a sí mismo como una suerte de superhéroe convencido de que el ejercicio de la política es la fuente de sus superpoderes y a su vez el medio ideal para hacer alarde de ellos. Uribe se cree Batman y ve en Colombia la Ciudad Gótica en donde debe perpetuarse. A lo que dice Coronell y que te cité más arriba, yo agregaría que la gente normal debería desconfiar de todo aquel partido político que se define a sí mismo sobre el apellido de una persona, cargándolo de una ideología inexistente. El uribismo hace referencia a un hombre, a una persona, Álvaro Uribe, un tipo que grita, vapulea, pelea. Tú me dirás, con toda la razón, que a lo mejor lo que los uribistas defienden es el buen recuerdo de los logros que pudo haber tenido Uribe en sus dos gobiernos. Y está bien, nadie le va a negar lo que él haya hecho bien, lo que me molesta es esa idea del agradecimiento eterno y arrodillado, como si realmente los colombianos le debiéramos un favor a Uribe, cuando lo mucho bueno que él pudo haber hecho por el país no hizo parte de los planes de un Batman criollo, sino del proyecto que él por obligación tenía que ejecutar bien.

Lo más triste de todo es que en nombre de esas mejores intenciones que siempre tuvo el gran líder, una desconcertante cantidad de personas ―desconcertante porque son muchísimos― están hoy felices y dichosas con la vuelta de Uribe y sus buenos muchachos a la política. Desde su condición de ex, Uribe logró ser ―gracias a la estupidez de los medios de comunicación que no fueron capaces de quitar de sus contenidos el protagonismo forzado del tipo― un tema constante, un moscardón que no cesa de rondar por ahí, con su zumbido molesto. Me da asco imaginar lo que se nos avecina ahora que él vuelve a las andadas.

Pensándolo bien, no debería extrañarme todo esto, Horacio. Al fin (The End) y al cabo, la política colombiana solo se puede comparar con el guión de la peor de las películas.

Abrazos y besos,

Laura.

www.lauragarcia.cl

@LaZapaquilda

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