Las intervenciones corporales insalubres de las trans en Bogotá

Las intervenciones corporales insalubres de las trans en Bogotá

Un proyecto que busca construir un diagnóstico de los lugares clandestinos en donde se operan las trans del barrio Santa Fe

Por: Sebastián Lánz Sánchez
agosto 04, 2015
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Las intervenciones corporales insalubres de las trans en Bogotá
Foto: tomada de culturarecreacionydeporte.gov.co

El otro día me encontraba en una reunión familiar cuando, de repente, mis primas Manuela, Sofía e Isabella me contaron que querían hacerse un piercing. Más que el hecho de que ya estén en edad de pedir piercing, me impresionó la reacción de los papás. Duramos casi toda la fiesta planeando cuándo hacérnoslo, cómo, en dónde, si les daban permiso, si no, etc. Cuando la visita se estaba yendo, intentamos concretar la cosa, pero los papás no se mostraban muy seguros y yo, a modo de chiste, les dije a mis primas: “Eso no se pregunta, uno llega con el piercing a la casa y ya-”. En esas, y como en coreografía, mis tíos saltaron a desaprobar mi comentario. Nos despedimos, se fueron, y desde ese lunes, después de cerrar la puerta de la casa, no he parado de darle vueltas al asunto del piercing. Y es que el tema da de qué hablar, no solo a nivel familiar –porque eso sí, todos opinan sobre si sí tienen edad o no para piercings–, sino porque en él se esconde toda una estructura de dominación parental sobre los cuerpos de los niños y las niñas.

Todavía recuerdo cuando le pedí permiso a mi mamá para hacerme uno de esos piercings: la respuesta, automatizada, fue un no tajante. Al final no sé qué cosas hice pero logré abrirme el hueco. Mi argumento para convencer a mi mamá era que si yo hubiera nacido con vagina ella me hubiera llevado, semanas después de nacer, a hacerme los huequitos en las orejas.

Desde el momento en el que nacemos nuestros padres intervienen nuestras corporalidades a través de un montón de prácticas de control. Lo anterior es visible, como dice el ejemplo ya trillado, en la ropa con la que nos visten, en los juguetes que nos dan para jugar, en los colores que nos asignan –notorios en la ropa y en los juguetes–, con orificios en las orejas, etc., y dichas intervenciones corporales, en sí mismas, pueden entenderse como un ejercicio de autoridad parental o, ¿a cuántas les preguntaron si querían huecos en sus orejas o no? A muy pocas, me atrevería a decir. Y ¿por qué cuándo ellas o ellos quieren intervenir su cuerpo de manera autónoma les niegan esa posibilidad?, ¿acaso no es cada persona dueña de su cuerpo? Ahora imagínese que su hijo cisgénero le dice que se quiere cambiar el nombre, que se quiere poner tetas y que quiere empezar a tomar hormonas.

Ustedes se preguntarán a dónde voy con toda esta verborrea. Cuando me encontraba conversando con mis primas sobre sus piercings me fue imposible no acordarme de dos mujeres trans que conocí hace un poco menos de dos meses en la ciudad de Nueva York. Cuando ellas decidieron iniciar su tránsito y les informaron a sus padres sobre su intención de comenzar un proceso de hormonización y de intervención quirúrgica para configurar su identidad corporal a su gusto, no solo fueron expulsadas de sus casas, también de sus seguros médicos familiares. Lo anterior resultó en dos procesos de intervención corporal llevados a cabo en una clínica insalubre, en manos de personas sin los conocimientos médicos necesarios para llevar a cabo una práctica como esas, con materiales de baja calidad y peores de inseguros que la clínica que hoy tienen a una de ellas asistiendo semanalmente a que le realicen diálisis porque sus riñones se encuentran atrofiados.

En Colombia el panorama no es muy distinto. Desde el año 2014 empecé a trabajar en PARCES ONG en un proyecto de justicia social para mujeres trans. En La Cachesuda –así se llama el proyecto– hemos trabajado colaborativamente con la población trans del barrio Santafe para construir un diagnóstico participativo sobre la situación de salud de esta comunidad. ¿El tema? Las intervenciones corporales artesanales; es decir, los procesos de transformación corporal llevados a cabo en clínicas clandestinas e insalubres. Muchas de las mujeres trans que conforman el equipo de investigación no contaron con el apoyo de sus padres en el momento de hacer su tránsito, otras fueron expulsadas de sus casas, y, la gran mayoría, intentaron acceder a los servicios de salud por medio de la E.P.S. para intervenir su cuerpo y estos les fueron negados de forma directa o por medio de trabas administrativas que generaron que desistieran en el proceso. Las malas prácticas de intervención corporal, como mencioné anteriormente, acarrean consecuencias bárbaras sobre la salud de las personas; las que sobreviven y no mueren en el intento, como suele suceder, sabrán de qué hablo.

Una mala transformación no tiene vuelta atrás: sustraer el silicón fluido del cuerpo es un proceso de alto riesgo y costoso y los resultados no son sorprendentes. Sin embargo, hay tratamientos de reducción del riesgo que permiten a las personas convivir con una mala transformación, controlar el dolor y reducir la hinchazón del silicón asentado. Es obligación de las entidades prestadoras de salud dar el tratamiento adecuado a las personas que viven estas consecuencias: es obligación del Estado proteger los derechos de las personas que lo componemos. Yo me pregunto, ¿no le saldría al Estado más económico incluir dentro del Plan Obligatorio de Salud los procedimientos de intervención corporal que tratar las consecuencias de las prácticas insalubres? Ya es hora de que el Estado empiece a asumir los procesos de intervención corporal en personas trans como lo que son: un problema de salud pública que merece una pronta y eficaz solución. Ya es hora de que los padres dejen a sus hijos e hijas decidir sobre cuándo, cómo y qué parte de su cuerpo intervenir.

Ojalá este artículo no sólo les sirva a mis tíos para entender que mis primas son seres autónomos, en facultad de decidir sobre sus cuerpos, sino a todos los padres y madres para que asuman un rol que implique apoyar a sus hijos en los procesos de construcción de su identidad. Un país que quiere construir la paz debe empezar por dejar de imponer barreras entre las personas y sus derechos, por materializar la igualdad en los derechos de salud; por ejemplo, por no imponer aretes y después negar piercings: por no echar de la casa a su hija(o) cuando le dice que se quiere poner tetas.

Sebastián Lánz Sánchez.
Parces ONG.

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