Las caras del racismo en Colombia

Las caras del racismo en Colombia

La experiencia corpórea de “los negros” ha sido un estereotipo que impone la subyugación colonialista

Por: Angela Yesenia Olaya Requene
noviembre 03, 2015
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Las caras del racismo en Colombia
Foto: tomada de Facebook

Existe una construcción blanca llamada “los negros” vinculada históricamente al contenido racista proveniente de la esclavitud y la trata negrera trasatlántica. Dicha construcción obliga a “los negros” a conocerse a sí mismos a través de un esquema epidérmico-histórico-racial que prefigura sus corporalidades como si se tratase de un defecto que debe remediarse, limpiarse en aras de “satisfacer” la mirada de los <<blancos>>. La experiencia corpórea de “los negros” ha estado determinada cultural y, por lo tanto, políticamente por el estereotipo que impone la subyugación colonialista. En nuestro presente esta construcción continúa operando como dispositivo racial que sitúa las subjetividades de las poblaciones afrodescendientes como personas inferiores, de limitada inteligencia, sin un punto de vista crítico, vulgares y salvajes. De acuerdo con Alicia Castellanos (2003) “La raíz colonial del racismo latinoamericano hacia los pueblos indios y afrodescendientes es indiscutible, ya que las categorías sociorraciales siguen vigentes, instrumentadas desde las nuevas formas de dominación” (p.26).

En Colombia las prácticas y discursos racistas, sus relaciones con la otredad, los espacios, tiempos y situaciones en la que tienen lugar, y las repercusiones en la identidad y representación de la corporalidad de las personas afrodescendientes se manifiestan fenoménicamente a través de los mecanismos de control, vigilancia, estigmatización, deportación, exclusión y exterminio que junto con la inferiorización fomentan la marginación y desvalorización cultural de los afrocolombianos. Así mismo las bases ideológicas, sociales y culturales del racismo confluyen en la convicción de que existe  incompatibilidad entre la diferencia étnico-cultural  y el progreso, la cultura civilizada, el desarrollo y  la educación (Castellanos, 2003). Esta supuesta incompatibilidad ha tenido dos repercusiones fundamentales para la población afrocolombiana, en primer lugar los territorios con mayor población afrodescendiente, específicamente el departamento del Chocó y los municipios de Tumaco, Guapi, Timbiqui, Barbacoas y Buenaventura han permanecido en la invisibilidad de los relatos, espacios y temporalidades nacionales y regionales,  hecho que ha cimentado la pobreza y las desigualdades socio-económicas de estos territorios en comparación con otras regiones del país. Sin embargo, los territorios afrocolombianos, ricos en recursos naturales, desde mediados de los 80, han sido codiciados por el capital nacional y transnacional, constituyéndose en  el principal eje político-economico de la embestida neoliberal y los megaproyectos de desarrollo que operan a través de la articulación entre la económica y la violencia armada, particularmente el prominente papel de las guerrillas y paramilitares por el control del territorio, la gente y los recursos naturales (Escobar, 2010), situación que ha traído como consecuencias masivas oleadas de desplazamientos forzados internos y transfronterizos, el despojo y la pérdida paulatina de territorios originarios y tierras ancestrales.

En este orden de ideas, el racismo se asienta en una serie de fenómenos que no solamente excluyen y marginan por la condición étnico-cultural y de fenotipo, sino que también hace parte de una economía global que involucra un principio fundamental: la separación de la relación entre la naturaleza y la cultura, con fin a privilegiar el desarrollo económico y la explotación de los recursos naturales.

En segundo lugar, el racismo se ha instaurado como un “comportamiento colectivo” en el que las relaciones interétnicas a partir de la identidad/alteridad construyen jerarquías raciales en las que las personas afrodescendientes son víctimas de prejuicios, discriminación, violencia y segregación.  Las jerarquías raciales se asientan en la creencia acerca de la superioridad/inferioridad cultural y social de unos grupos humanos sobre otros, aludiendo a sus diferencias lingüísticas, política, social y de cosmovisión. En estas jerarquías el color y fenotipo de los afrodescendientes se asocia a la inferioridad y subalternidad racial, cultural y epistémica, promoviendo una serie de términos denigrantes que vinculan sus subjetividades y cuerpos como "seres salvajes y de escaso intelecto”, produciendo en las personas afrodescendientes una experiencia conflictiva y dolorosa en la forma de asumir sus identidades históricas y corporalidades.

En este contexto las representaciones racistas en los medios de comunicación colombiana, como el personaje “soldado Micolta”, representación de un black face, a través de la exotización  del fenotipo y la particularidad de acentos lingüísticos de los afrocolombianos, como atributos caricaturescos y burlones, estructuran prejuicios y estereotipos anómalos del ser y el cuerpo de las personas afrodescendientes. Este personaje asigna una noción de “comportarse como un negro” esto es la imposición de que las personas afrocolombianas, principalmente las niñas y los niños, se construyan así mismos a través de conceptos específicos de un  punto de vista particular/externo y de una fenomenología visual determinada. En otras palabras, no como las personas afrodescendientes son, sino como deben ser de acuerdo con las premisas particulares de los sujetos <<blancos>>, desde cuyo punto de vista el color, el fenotipo y acentos lingüísticos de los afrocolombianos deben considerarse como algo negativo.  Premisas particulares que homogenizan y reducen a la persona afrodescendiente a rasgos que distorsionan, niegan y exterminan su identidad.

Esta situación generó que las personas, colectivos y organizaciones afrocolombianas se situaran políticamente frente al lenguaje y los estereotipos impuestos por el personaje “soldado Micolta”. Las manifestaciones realizadas en contra del señor Roberto Lozano, el humorista creador del “Soldado Micolta”, no son, como lo han señalado muchos colombianos, el producto de una falta de sentido del humor, un atentado para acabar su carrera o el producto de los “complejos” y/o “resentimientos de los afrocolombianos. Decir esto, en un país donde la policía requisa a las personas afrodescendientes por el hecho de tener la piel oscura al asociar el color con un delincuente potencial, es deslegitimar la lucha de la población afrocolombiana contra el racismo.  No atentemos contra la dignidad de la población afrocolombiana al guardar silencio frente al racismo; el silencio “aunque no habla, también significa”.

 

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