Lady Popó, un reflejo de lo que somos

Lady Popó, un reflejo de lo que somos

¿Qué progreso se puede esperar en un país que aplaude estos comportamientos? El horizonte parece desalentador

Por: Yiseth Martínez
marzo 26, 2019
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Lady Popó, un reflejo de lo que somos

Los pueblos son el resultado de lo que culturalmente se ha construido y adoptado en el transcurso de los años, no solo en materia de identidad, conocimiento y tradiciones, sino también en valores que enaltecen a ese mismo pueblo y defectos que, en muchas ocasiones, lo dividen. Y no es para menos, ¿qué pensaría un buen ciudadano al ver que una joven llena de vitalidad y que aparenta ser de una “clase social alta” se niega a recoger los desechos de su mascota porque considera que dicho acto es una regla “absurda”? Seguramente, ese buen ciudadano, respetuoso de las leyes que rigen a la sociedad y comprometido con su bienestar y el de los demás, dirá que esta joven no solo es una persona desaseada, sino que rechazará rotundamente y, de cualquier manera, su acto.

Pero el caso de Lady Popó no es el único que genera malestar social, pues en ese mismo ejercicio de observación y rechazo encontramos a los colados del transporte público, a los que estacionan sus autos en lugares prohibidos aprovechando —en algunas ocasiones— la ausencia de la policía, los que arrojan basura en las calles, los que evitan transitar por los puentes peatonales arriesgando su vida, los que conducen borrachos, los que transitan con sus vehículos —no bicicletas— por las ciclorrutas, los que se saltan el turno en las filas, los “usted no sabe quién soy yo”, los que insultan y agreden a los demás por su forma de vestir, pensar y actuar y todos aquellos individuos, que consideran que su libertad no termina donde comienza la de los demás .

Todas estas acciones, que algunos intentarán justificar bajo argumentos como “que el servicio público es muy caro y malo” y que por ello es tolerable colarse, no hacen más que reafirmar la teoría de que a Colombia le falta mucho para ser un pueblo culturalmente avanzado. ¿Qué progreso se puede esperar de un país que premia o ve con buenos ojos al tramposo —avispado, dirán algunos— y no al honesto? Lo más irónico, es que parte de estos individuos son los primeros en rasgarse las vestiduras contra la corrupción, la trampa, la falta de cultura ciudadana y las mentiras de los políticos, pues al parecer prefieren mirar la paja que existe en el ojo ajeno y no la viga que hay en el propio.

Lo más preocupante de todo esto es que el mal sigue extendiéndose. Les enseñamos —me incluyo, porque formo parte de esta sociedad— a nuestros niños a aprovecharse de la debilidad y necesidad que tienen sus semejantes y les decimos que hay que ser avispados, pero ese “avispado” que a menudo usamos indica en muchas ocasiones que debemos ser más ágiles que el otro, no precisamente para defendernos o beneficiarnos positivamente, sino para hundir a los demás y sacar provecho de ello, al costo que sea.

Entonces, ante este panorama, ¿qué nos define a nosotros los colombianos? El horizonte parece desalentador.

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