La vulgarización de la fotografía

La vulgarización de la fotografía

El tener una cámara en el celular ha hecho que cualquiera se crea fotógrafo. Un profesional del oficio no esconde su malestar por la crisis el arte de congelar la imagen

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marzo 06, 2021
La  vulgarización de la fotografía

Foto: Christopher Jepperson / @fotoplaf

Hace unos años tuve un jefe de esos que creen -bobamente- que el trabajo de los demás es sencillo. Del mío, que soy fotógrafo, se le ocurrió decir “¿qué tan difícil puede ser mover el dedito sí todo lo hace la cámara?” Yo le pasé la mía y le dije “dele y me cuenta”. Algo balbuceó pero dejó de joder.

Sucede que desde el nacimiento de la fotografía la idea de la gente, artistas y público, sobre ella, es que los fotógrafos somos una especie ociosa y sin talento mayor al de tener el dinero para comprar un aparato que hace todo ( adelante les cuento del costo de ese talento), que de artistas solo tenemos la soberbia y que además cobramos demasiado porque -claro- nuestro trabajo es solo operar una cámara, mover un dedito.

Para completar el asunto, muchos colegas viven obsesionados con esos hermosos aparatos y siguen creyendo que una buena foto requiere una buena cámara, tanto, que no es raro que pregunten de tanto en tanto a algún fotógrafo famoso “¿con qué diafragma/velocidad/lente/cámara hizo ud. tal foto?”

Con la vulgarización de la fotografía (un proceso que se da desde su propio nacimiento) la cual permite que “hacer” una foto sea una cosa “tan sencilla que hasta un niño puede realizar”, tal idea se ha ido extendiendo, reduciendo cada vez más el espacio laboral para los fotógrafos de profesión.

La revolución digital, que ha fundamentado buena parte de su difusión en su capacidad de hacer cosas que hasta hace unos años eran ciencia ficción, ha pasado también por la fotografía, transformando no solo la forma de tomarla sin la incertidumbre de la espera (que le daba un toque de mago al fotógrafo), sino cambiando la manera de fotografiar y de difundir las imágenes, reiterando esa percepción de “no necesito fotógrafos”, añadiendo a la sopa arriba descrita una urgencia masturbatoria y narcisista sobre el “¿cómo quedé en la foto?” que hace que se tomen cientos -en incluso miles, según un caso del que supe- y aún así no encontrar acomodo en la imagen.

Y uno entiende, claro. Pero debo contarles algunas cosillas sobre el asunto ese tan fácil de tomar fotos, porque de veras me ofende tanto atrevimiento ignorante y banal sobre este oficio al que, aunque no lo quiera uno, le quedan pocas décadas.

En primer lugar, les cuento, para “mover el dedito” se requiere un poco lo mismo que requiere un escritor para mover su dedito sobre el teclado o el papel, es decir se requiere capacidad narrativa, sentido estético, algo de poética en los ojos, montón de vivencias propias, contexto  cultural y político, paciencia a montones, buen estado físico y anímico y muchas cositas más, con tal de poder mover ese dedito en el momento y posición adecuadas. Aunque uno hace uso de una máquina para que la fotografía se haga, no es la máquina (al menos no aún) la que decide ni el momento, ni el lugar, ni el encuadre, ni nada de lo que al final la gente termina llamando “fotico”.

No le dice nunca alguien a un escritor “hombre, es que con ese teclado...” cómo sí le dicen a uno “uy, es que con esa cámara cualquiera hace buenas fotos”. De más está decir que cada que me pasa eso los miro como a un culo sucio y les paso la cámara y les digo “tome, hágale, que no es el cuchillo, sino el cocinero el que cocina”.

Es tan fuerte la relación de autoría de uno con sus fotos que uno puede reconocer el estilo de fotografíar de alguien con solo mirar la imagen. O como nos pasa a muchos, solo conseguir fotos tristes y grises si andamos de bajón emocional, así trate uno de mover su dedito con alegría.

Otra forma de entender que hay un conocimiento específico en el acto fotográfico, es el hecho de que cada tipo de evento tiene su clase específica de fotógrafo: no es posible trastear -sin consecuencias desastrosas- a un fotero de publicidad hacia la fotografía deportiva o de conflicto armado o de política. Puedes llevar años fotografiando y si te cambian el tema, tienes que reaprender durante un buen rato para conseguir resultados apenas aceptables.

Hay que decir también que uno como fotógrafo debe hacer muchas cosas antes de tan siquiera poder sacar el aparato y “mover el dedito”: hay que entender el tema (así sea una manzana lo que vas a fotografiar), hay que esperar a que las cosas ocurran, conseguir que lo fotografiado permita, conceda , hay que caminar y moverse mucho con esa maleta repleta de vidrio y metal (que puede pesar entre 6 y 15 kilos sumando el equipo adicional) para buscar esa foto que cuente en un solo cuadro lo que ocurría en un cierto momento.

Y claro, hay que disparar mucho, ensayar, intentar, volver a los lugares, esperar y esperar, amén de tener las tripas para irse con el alma rota con las historias que se te plantan en frente.

Y bueno, luego viene la urgencia de los editores -que quieren todo ya con su característico “mándame ya alguna foto” que suele acabar con un “¿no tienes mejores fotos?” y las ganas de uno de mandarlos al carajo- o el desorden de los clientes -que no saben dónde dejaron las fotos que tú enviaste muy ordenadas hace 2 años- que te obligan a la compra constante de discos duros, computadores, planes de datos y similares con los que seleccionar, corregir, archivar y enviar las fotos adecuadas a la narrativa y en el momento justo.

Ahora bien, el fetiche que solemos llevar colgado tiene sus cosas: no solo son delicados por ser de vidrio y metal (combinación peligrosa) y pesan lo que ya dije para dolor de nuestra espalda, sino que 1) se desgastan y dañan de cuenta del uso intenso que les damos (vamos de lluvia, sol, barro, arena y resbalones) y 2) somos fruta dulce para ladrones y policías que se entretienen robando millonadas en una maleta (cuando no es que te encañonan directamente) para dejarte sin nada y a 40 millones de distancia del siguiente llamado a laborar.

No exagero: Básico en tu maleta van dos cuerpos de cámara (de entre 4,5 y 12 millones c/u; porque nadie te va a decir “te entiendo, se te dañó tu cámara en medio del trajín y no pudiste hacer las fotos”) y dos lentes: uno largo, uno corto (de entre 1 y 5 millones la unidad). Mete un flash (de entre 400 y 1 millón), pilas de repuesto (a 200 mil c/u) y tarjetas de memoria (de entre 70 y 200 mil c/u). Eso sin contar con la novedad de que ahora nos requieren fotovideoeditores (porque eso es solo “mover el dedito” y entonces mientras haces fotos ve haciendo video !ah, en horizontal y en vertical! porque, tú sabes, para redes y para Tv) y entonces agregas micrófonos (200 a 900 mil), un estabilizador o un trípode ligero (entre 400mil y 2,5 millones) y la maleta misma (que vale 400 mil).

Claro, estos precios en tanto que no se devalúe de nuevo el peso frente al dólar. No les cuento la desazón de haber ahorrado meses para reemplazar una pieza que ya llora de vieja y tome: subió el dólar...

 

“Pero yo te veo hacerlo y es fácil, te salen rápido” me dijo alguna vez alguien. “Me tardó 20 años” le respondí.

Los fotógrafos somos autores, susmercedes, que usamos esos aparatos llenos de numeritos y mecanismos para escribir con imágenes. Y al igual que saber leer y escribir no te hace escritor, tener la cámara y saber operarla no te hace fotógrafo.

Y sí, con todo y todo, la gente aún nos paga porque tenemos esa capacidad que tienen los autores todos (una modista, un peluquero, un panadero, un médico) de entender y sentir lo que hacemos de una forma única y particular, con maestría, con poderío. Tú puedes comprarte unas tijeras y cortarte el pelo y el resultado solo va a “ser” cuando trabajes y eches a perder muchos años y cabezas. Igual nosotros.

Me queda la duda de si, una vez dicho lo anterior, no hay claridad sobre el hecho de que el trabajo del fotógrafo tiene costos o si en realidad la resistencia de personas, empresas y entidades a pagar con justicia su labor se debe más a un asunto de clase social, donde algunas personas con algunos saberes específicos funcionales al sistema merecen tener un sueldo digno de su esfuerzo.

Puede que este mundo digital, tan instantáneo y tan efímero, esté llegando para instalar la comunicación abreviada de emoticones, stickers y memes y reemplazar las ideas complejas que expresan las palabras y las imágenes profundas. Puede ser también que esté sobrevalorando a la fotografía y ella siempre haya sido una banalidad solo que ya no se disfraza, no sé.

Pero aunque el algoritmo esté descifrando nuestra mente para saber qué es una buena foto, y la capacidad de la inteligencia artificial y los procesadores se puedan instalar en un aparato automático (que recién vi en las noticias que ya salió en Japón) que hasta te puede reconocer y hacerte el Photoshop que él sabe que te gusta, el fotógrafo y todas sus versiones de capturadores de imágenes, mientras existamos, somos narradores.

Respeten, si son ustedes tan amables.

Pd: arriba me quedó como que “Ladrones y policías se entretienen robándote”. No, unos te roban y los otros te rompen el equipo. No te confundas.

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