La vida en Cartagena, un eterno episodio de 'Los Caquitos'

La vida en Cartagena, un eterno episodio de 'Los Caquitos'

Infortunadamente, la cotidianidad política, académica e institucional de la capital de Bolívar recuerda una de las populares comedias de Roberto Gómez Bolaños

Por: Álvaro González
mayo 20, 2019
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La vida en Cartagena, un eterno episodio de 'Los Caquitos'

Después de más de una década de vivir en el exterior, por cosas del destino, volví a vivir, por un poco más de dos años, en mi ciudad natal, Cartagena. Qué alegría, tenía la oportunidad de estar cerca a mi madre. Con escepticismo, pero siempre positivo y con ganas de aportar a la ciudad algo de lo poco que aprendí como profesional en el exterior, emprendí una carrera en la docencia universitaria y en la consultoría. Con el correr del tiempo comencé a entender, a palos, la dinámica de mi país y de mi ciudad: la mediocridad institucionalizada en todos los niveles de la sociedad, la decadencia de la decencia, el desdén por el conocimiento e innovación y la cultura de apabullar y catalogar de sapo al que reclama, quien, en un intento desesperado, rebelde, intenta romper el statu quo y no ser parte de esa "realidad paralela" creada por todos y que los mantiene sumidos en una constante desesperanza.

Día a día, vemos noticias donde personajes como Donald Trump (en EE. UU.), Narendra Modi (en la India), Benjamín Netanyahu (en Israel) y Nicolás Maduro (en Venezuela) son el hazmerreír del mundo. A nivel nacional, famosas son las ya innumerables declaraciones de Ma. Fda. Cabral, Paloma Valencia, Enrique Peñalosa, Ernesto Macías, Iván Duque y Marta Lucía Ramírez, solo por mencionar algunos. A nivel local (en Cartagena), hay también para escoger: Manolo Duque (la filosofía no sirve para nada), Yolanda Wong (nuestra pobreza es solo mental), Quinto Guerra (yo no sé ni cuántos saqué, yo lo único que sé es que gané), Silvio Carrasquilla (el que cambió la Constitución por la Biblia para legislar y, de ñapa, le regaló un burro a Obama), el subdirector del área técnica del EPA-Cartagena (el de la alta probabilidad de la incidencia del cambio climático en la mortandad de peces) y concejales a los que les pagan con libros. La academia cartagenera tampoco se salva. A pesar que conocí docentes y profesionales brillantes que están al nivel de cualquier otro a nivel mundial, también es cierto que no son mayoría y que están rodeados de una caterva de mediocres que dañan no solo su trabajo, sino también la continuidad de los conocimientos que imparten, ya que (los mediocres) no permiten llevar a los alumnos a un nivel de excelencia donde logren potenciarse.

La cotidianidad cartagenera (política, académica e institucional) es un eterno episodio de Los Caquitos (de Roberto Gómez Bolaños). Infortunadamente, el sistema actual premia a esos mediocres: la kakistocracia. Es un sistema perverso, un círculo vicioso basado en la necesidad de mantener al otro oprimido, necesitado e ignorante. El político corrupto y mediocre que compra el voto del que no tiene para comer. La justicia que tiene precio y/o deja libre a los bandidos por vencimiento de términos. El titular de cualquier despacho público o empresa privada que no sabe dónde está parado, pero que manda, aunque mande mal, ya que fue nombrado por ese político corrupto o a través de la palanca de un conocido. El contratista y funcionarios que piden el CVY (cómo voy yo). Los rectores, coordinadores, directores de programa, decanos de instituciones educativas que no solo traen a bordo a docentes mediocres como ellos, sino que son perpetuados en sus posiciones, ya que entre todos se tapan su falta de competencia. Igual pasa en las dependencias gubernamentales (secretarías y demás agencias/instituciones públicas).

Al leer las columnas de Diana Martínez Berrocal (Ciudadano Virtual y Cultura Puya Ojo), todo tiene más sentido: en las pasadas elecciones a la alcaldía la abstinencia fue del 77.4%, del cual el 70% fueron votantes de sectores con escasos recursos. Tristemente, la desesperanza es tal que los buenos prefieren mantener un perfil bajo. Algunos ya no tienen la estamina porque perdieron la esperanza de un mejor panorama al ver que nada cambia, o miran hacia otro lado porque tienen que llevar el pan de comer a casa, o temen por su vida y la de sus seres queridos; otros, como yo, optan por regresarse donde estaban y contribuir desde la distancia. Mi invitación es a que no nos quedemos callados, ya que eso es lo que precisamente estos personajes quieren. El ruido les estorba, les deja sin piso sus pobres argumentos y les desnuda sus falencias. Pensemos en nuestros familiares no desde la perspectiva del miedo de lo que podría pasarles, si no desde el legado que queremos dejarles. Para eso, es necesario que se vote bien, para que, así, sin eufemismos, nos deshagamos de esa manada de ineptos. Que en estas elecciones a la alcaldía que están por venir se recuerde más que nunca la frase de Carlos Gaviria: el que paga para llegar, llega a robar. Con el voto, no permitir que los mediocres y corruptos mantengan a los competentes y honestos arrodillados y recibiendo migajas. Viene a mi mente la frase del muro de Facebook un primo mío (un tipazo probo al que quiero mucho): el filósofo Aristipo le dice al filósofo Diógenes, el cínico: “si trabajaras para el rey, no tendrías que comer lentejas”, a lo cual inteligentemente Diógenes contestó: “si hubieras aprendido a comer lentejas, no tendrías que trabajar para el rey”.

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