La universidad también tiene la culpa de la muerte del río Cauca

La universidad también tiene la culpa de la muerte del río Cauca

¡Qué horror de capitalismo hemos construido! ¡Y la escuela enjaulada! ¡Repitiendo conceptos! ¡Preguntando cosas que poco tienen que ver con la realidad!

Por: SILVA LIEVANO
febrero 08, 2019
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La universidad también tiene la culpa de la muerte del río Cauca
Foto: Twitter @GustavoBolivar

Fue el 7 de febrero de 2019, yo acababa de tomar un seminario con Catherine Walsh, y ya había estudiado, digo eso, estudiado, hace algunos años el tema de la decolonialidad, hasta había publicado un artículo, y hasta tuvimos una electiva de teatro con enfoque decolonial en la Universidad Pedagógica Nacional. Luego, el espacio se cerró por falta de alumnos, pues el horario en el que se ofertó era imposible para muchos. Eso dijeron. En fin, esa mañana me levanté indignado y no lograba encontrar las palabras precisas para expresarlo. Durante el día anterior, nuestras redes sociales habían estallado con las “imágenes” más lamentables del ecocidio jamás cometido en el país, sí, en Colombia, un país asesino de ríos y de peces, de todo. Empresas Públicas de Medellín con toda la complicidad estatal había cerrado las compuertas de la represa Hidroituango. Río abajo el panorama era desolador, hubo lugares en los que el río quedó convertido en un arenal lleno de peces muertos; los ribereños lloraban al ver que el sustento de otrora desaparecía ante sus ojos; las canoas quedaban encalladas en el banco de arena, lo mismo que los moribundos peces. Isabel Cristina Zuleta, del movimiento Ríos Vivos Antioquia, sentada sobre la gran playa que ahora dejaba un riachuelo antes llamado río Cauca, lanzaba un mensaje desolador: “Estamos aquí asistiendo al mayor crimen ambiental que se ha visto en la historia de Colombia. Nunca habíamos visto que se mate un río con la complicidad de las instituciones. Sin que nadie haga nada, y que se crea, encima de eso, que es por beneficiar a las comunidades”. Así, esta mujer que tantas veces lo había gritado, pero que tantas veces había sido silenciada por la nefasta ideología del capitalista centrada en la extracción de los recursos naturales, lanzaba un último grito, una última bocanada de aire como la de sus peces muertos río abajo.

La clase de esa mañana era de semiótica. Ahora estaba en boga el “currículo emancipador”, un currículo que formularon cuatro académicos en el trasnocho de dos días; cuatro que nunca habían ido ni siquiera a un plantón, una marcha en defensa de nada, se ufanaban de ser los padres de un “currículo emancipador”. Así que como nos lo había explicado Catherine Walsh la palabra “decolonial” era vacía cuando venía de programas diseñados desde arriba, como cuando las políticas de los gobiernos progresistas o las de los políticas neoliberales hablan en defensa de los derechos de los de abajo. La palabra “emancipador” sonaba tan vacía como la “palabra crítica”, pues dicho currículo no nacía en la “praxis” ni tomaba en cuenta a los profesores ni a los alumnos y menos a las comunidades ni sus problemas, es decir, no era un movimiento desde abajo. Un acto pedagógico así está condenado al academicismo, a ser repetitivo, teorías que no devienen de las prácticas ni de los signos reales que hay que interpretar sino de vacas semióticas a las que hay que exprimir: Saussure, Peirce, Morris, Eco, Barthes….En la academia hay vacas sagradas para todo y de todo.

Por otra parte, el “movimiento” estudiantil acababa de ganar recursos para la educación, pero con una paradoja intrínseca, los recursos con los que nos iban a pagar o con los que ellos iban a estudiar provenían de las regalías, es decir, de lo poco que dejan las multinacionales que destruyen el país, que lo roban de paso, de la propia economía que esa mañana nos causaba tanto dolor. Colombia es hoy por hoy un territorio en ruinas, tatuado por el salvajismo capitalista (sea estatal o corporativo, de izquierda o de derecha, progresista o neoliberal, todo es lo mismo) que va inscribiendo sus signos de destrucción a su paso. Así que, ¿“currículo emancipador”? Nada, toda esa retórica discursiva no podrá ser nunca si profesores, estudiantes y comunidades no tejen juntos una polifonía de saberes, de ideas, de propósitos, de actos, de prácticas en torno al acto pedagógico y los problemas reales. Así que, esa mañana nos propusimos abrir la “jaula”, llamar el afuera, sentir lo que pasa, construir nuestro propio “currículo emancipador”, “nuestra propia semiótica de la existencia”. Una que sea capaz de tomar el lenguaje como parte íntima de la condición humana, que sirva para interpretar nuestra experiencia, pero también, que sea capaz de actuar. Finalmente, es nuestra propuesta, construir entre todos una pedagogía del (re)pensar, del (re) sentir, del (re) existir, del (re) vivir, del (des) aprender para volver a aprender, de abrir caminos nuevos. ¿De qué te sirve saber la definición de signo, si eres incapaz de actuar o de leer lo que pasa en tu lugar? Hacer memoria colectiva es parte de ese actuar, cada mañana me recordaré el día en que mataron un río en Colombia, otro río en Colombia. Los verdaderos ancestros (maestros, teóricos, intelectuales, sabios) son nuestras comunidades o nuestras organizaciones sociales con su práctica, su resistencia, su lucha, su teoría. Es allí donde está la emancipación. Así la retórica rimbombante que se filtra por los grandes canales de comunicación (radio, prensa y televisión) para vender la luminaria del progreso, hoy solo un desastre, jamás de los jamases, dejen escuchar su voz. ¡Qué dolor tan grande es que a uno le maten el río! ¡Qué horror de capitalismo hemos construido! ¡Y la escuela enjaulada! ¡Repitiendo conceptos! ¡Preguntando cuándo aparecía la nube de mariposas amarillas en Cien años de soledad! ¡Acaban de aparecer sobre los cadáveres que deja la muerte del río!

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