El periodista Juan Gossain decía en una entrevista que el amor es demasiado cómodo y tranquilo; pues para él, estar enamorado era como caminar por una planicie o llanura sin sobresalto alguno. En cambio, señalaba que el desamor es como cuando a uno lo ponen a subir por la Sierra Nevada de Santa Marta sin haber comido 15 días antes: duro, angustiante y enfermizo.
Sin embargo, el desamor es profundamente literario e inspirador. El poeta romano Ovidio decía que ese gordo y fastidioso niño, al que bautizaron como Cupido, utilizaba dos tipos de flechas, dependiendo de la víctima podía lanzar las del deseo o las de la repulsión. Aunque siguiendo con las exquisitas definiciones colombianas, oyendo a Shakira, el desamor podría precisarse también, como cuando prefieren cambiar el 'Rolex' por el 'Cassio' o el 'Ferrari' por el 'Twingo'.
Valérie Trierweiler contaba que su esposo, el presidente de Francia François Hollande, se escapaba del palacio del Elíseo por las noches en una moto para ir al encuentro con su amante. Al final, Julie Gayet le ganó el pulso y se quedó con el mandatario. También hoy, la prensa roja hace elucubraciones sobre el comportamiento non sancto de Barack Obama y hasta del Rey Juan Carlos. Lo diré sin ironía, pero ojalá las anécdotas puedan reconfortar un poco a aquellos que salen a hacer el ridículo llorando por desamor en redes sociales y sepan que ese afamado niño de la mitología también se ensaña con las flechas del desengaño contra los omnipotentes, con la diferencia de que ellos no son tan bulliciosos como ustedes.
Si lográramos capitalizar el desencanto a la manera de Rimbaud o Ricardo Arjona acumularíamos más triunfos y galardones y menos “me divierte” en nuestro palmarés. Una especie de terapia detox es dejar de opinar a veces de la realidad nacional; aunque no se sabe qué es más peligroso, si opinar de política o hacerlo sobre cosas que nadie entiende como el amor.