"La tal Colombia que no existe, arde"

"La tal Colombia que no existe, arde"

"Son muchos los lugares de Colombia que padecen una situación de sequía, y nadie da cuenta de ello ni se hace absolutamente nada al respecto"

Por: Olga Lucía Riaño
febrero 03, 2016
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

Fue necesario que Rigoberta Menchú visitara la Guajira para que los medios de comunicación y seguramente el Gobierno Nacional ―si entendió el mensaje― se enteraran: allí  no hay agua para vivir. Pero más grave aún es el hecho de que son muchos los lugares de Colombia que padecen una situación similar y nadie da cuenta de ello ni se hace absolutamente nada al respecto.

Vivo en una de las veredas de Sutamarchán, municipio de Boyacá que está sin una gota de agua desde hace ya meses y la situación se deteriora cada minuto que pasa. Tierra agrícola que se quema, colombianos que cada día pierden su trabajo, su sustento y, lo que es peor, su esperanza.  Hombres y mujeres recios y trabajadores que luchan para salvar lo que tienen. Día tras día pasan las  retroexcavadoras que penetran la tierra y los ahorros de los campesinos para llegar a pozos infinitos en busca de agua inexistente. Madres desesperadas que hacen ronda en la Alcaldía para ver si consiguen un poco de agua para alimentar a su familia. Trabajadores sudorosos, que llegan exhaustos a sus casas, sin nada que beber, sin nada que comer, sin posibilidad de producir, y al día siguiente deben lidiar con la misma ropa, empolvada y sucia, porque no se pueden asear ni ellos ni sus trajes de faena.

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Mientras tanto, la otra Colombia, la que existe, parece un filme surrealista. Unos pocos detalles: con el salario de un mes de uno de esos “señores” que pertenece al Congreso, se transportarían a Sutamarchán 108 carrotanques de agua potable, es decir, 1.260.000 litros de agua pura que, sobra decir, salvarían la situación. Con dos de esos salarios, se llenarían los reservorios y el campo dejaría su sed. Pero sucede que yo soy medio mamerta y no entiendo bien, tales “señores” tienen esos salarios porque cargan con una gran responsabilidad y están haciendo patria, claro, en la Colombia que existe, no en la que arde. Tendríamos los campesinos una segunda opción, la Defensoría del Pueblo. Sin embargo, alternativa fallida, pues por ahora la institución anda en otros humedales. Tercera posibilidad: hay una cúpula con grandes ideales que está negociando la paz con nuestro Gobierno mediático; ellos, ahora en el reino de los privilegios y en el país visible, han luchado por los intereses del pueblo. Así las cosas, ¿Por qué en esa mesa no se escucha algo como “no hay paz hasta que no cese la sed de los colombianos”?

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De manera simultánea, mandatarios y exmandatarios convocan a sus grandes asesores para ver cómo tapan el escándalo de la Refinería de Cartagena y buscan a quién asignarle culpas. Ocho mil quinientos millones de dólares, es decir, lo necesario para instalar en el país unas 365 mil plantas de tratamiento de agua potable, de mediana capacidad (serían 325 plantas por municipio). Con eso, se abastece el país entero. ¿Qué es lo que nos pasa que no reaccionamos?

Ni hablar del maltrato al medio ambiente, del cual todos somos culpables. Soy bogotana y ayer que atravesé la ciudad muy de madrugada, me dolía el corazón al ver hacia el occidente el humo del incendio de San Cristóbal y hacia el oriente, la capa inconcebible de niebla contaminante. Por fortuna, los bogotanos sí existen y algo se hará. Por aquí, la tala continua, los plásticos, los pesticidas y las urbanizaciones sin control (porque la platica de las licencias de construcción no se puede perder)  nos están llevando al fin, de la mano de gobiernos corruptos, ineficientes,  precarios unos y avaros otros, que brillan en aquel país mediático que solo baila con las estrellas.

Con las primeras lluvias, seguramente la situación se olvidará, los que pudieron, se salvaron; los otros, serán aún más invisibles. El daño ambiental seguirá su nefasto curso y Colombia se llenará de buenos titulares, con su paz lograda luego de tantos años de ardua lucha. Los señores de la gran responsabilidad darán una que otra Cruz de Boyacá y el Sagrado Corazón que nos cobija cerrará los ojos para descansar un rato de tanta podredumbre seca.

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