La sombra de lo que somos

La sombra de lo que somos

Ni sirvienta,ni bruja, ni puta, ni bruta. El ser una mujer negra en un país con amnesia, no me convierte en lo que la mayoría ignorante piensa: una carimba social

Por: Valentina Arango Aguilar
noviembre 17, 2017
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La sombra de lo que somos

 

Sin litigio justificado, la historia ensombrecida por la triunfalista perspectiva occidental ha ocultado las memorias magníficas de mi pueblo, cuyos ancestros, además de haber descubierto el aire, la tierra, el agua y el fuego, dieron ritmo al caminar de la humanidad.

La imagen, mi imagen, adherida a la psiquis colectiva como grasa al sartén, con borbotones de humeante agua, lavada debe ser. Por tanto, resignificar las etiquetas difundidas por los medios de comunicación, es el verdadero reto a enfrentar por quienes su imagen quieren reivindicar. Por eso a ustedes, eufemísticos señores, este sermón quiero dedicar.

Les exijo acabar ya con la cloaca de peyorativas formas en las que en sus producciones a la gente de piel negra han de caracterizar. Para esto, los convido a descubrir la sabiduría ancestral de los aún vivientes relatos transmitidos a través de la oralidad por millares de abuelos y abuelas que la tradición han de respetar, pues tales cuentos nos permiten explicar el porqué de este gen etíope que resuena en el bongó y por el cual mi color tiene son, mi nariz sabor y mis labios poseen un disiente grosor.

No en vano les hacemos tal invitación, ya que normalizado se ve el hecho de que para ustedes lo negro con lo feo, sucio, desordenado, atrasado y malo tenga relación.

Es así como, por increíble que parezca, dicha equivocada referencia respecto a ciertos detalles fenotípicos excluidos del eurocéntrico canon de belleza, desde los 80, haya generado repercusiones simbólicas importantes por las cuales, de forma sistemática, se manifieste la discriminación en la probabilidad de que una persona afrodescendiente sea aceptada para una vacante laboral.

Por tal razón, ilógico me resulta pensar que el cabello rizado, negro y abundante que heredé de la mamá de mi mamá sea el indicador que mida mi inteligencia y capacidad.

Por eso pido a la madre de los orishas, ojo de África y reina del mar, Yemayá, que la historia de príncipes, guerreros y reinas no nos deje olvidar, pues ahí se evidencia el inconmensurable aporte que los dirigentes políticos y económicos pretenden negar.

Ser comprendidos con profundidad es lo que pedimos a esta industria cultural y, a las instituciones que por nuestro derechos deben velar, les sugerimos vigilar la inclusión de nuestra historia para la valía de la diversidad cultural, debido a que el desconocimiento polariza y propicia la difusión de los estereotipos racistas que disminuyen la humanidad de quién, como invisibles grilletes, los ha de cargar.

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