La sede de la Universidad Nacional en San Andrés

La sede de la Universidad Nacional en San Andrés

"Es un ejemplo para Bogotá respecto al cuidado y relación con el espacio público"

Por: Juan Pablo Parra Escobar
julio 29, 2016
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La sede de la Universidad Nacional en San Andrés

Frente a Bahía Sonora, en la parte suroeste de la isla de San Andrés conocida como San Luis, en una construcción que apenas se parece a las demás, se encuentra la Sede Caribe de la Universidad Nacional de Colombia. Se trata de un edificio de dos pisos que cubre una porción pequeña del terreno que ocupa y con un estilo propio de la isla, pero que desentona con las construcciones típicas de los raizales, caracterizadas por ser en madera, con arquitectura anglosajona de la época de la colonia y por tener pilares de cemento que las elevan sobre el nivel del mar.

Ese vago parecido arquitectónico se debe a que la Universidad Nacional de Colombia refleja la realidad de su entorno. De ahí que la Sede Caribe se camufla fácilmente con la realidad de la Isla.

El camaleón

 El diseño original de Leopoldo Rother y Fritz Kartzen al concebir a la Ciudad Universitaria, se constituía de edificios simétricos, de dos pisos y pintados de blanco. Uno de los objetivos era evitar los edificios altos que cortaran la comunicación entre los cerros Bogotanos y comunidad académica. Y, aunque  los nuevos edificios impiden en muchos casos la vista de los cerros orientales y dejaron atrás la arquitectura simétrica y la pintura blanca, la comunidad bogotana sigue gozando de una relación privilegiada con la naturaleza,  esto gracias al campus verde que los aleja de la congestión de la ciudad y a la vista de postal que posee la universidad gracias a su ubicación; cerca a los cerros pero lejos de los atiborrados edificios al norte y en el centro de la ciudad.

No es de otra forma en la Sede Caribe, donde se mantiene la idea original de Rother y Kartzen pero se aplica magistralmente al ambiente caribe. La sede se encuentra conectada con el Mar Caribe, no solo por su cercanía al mar de los siete colores, que puede divisarse con facilidad desde casi todos los lugares de la sede, sino por los corales –que sirven para sostener las puertas- las palmeras y los manglares que la decoran y exaltan la vegetación sanandresana. Este contacto permanente entre la Sede Caribe y el mar, es benéfico para los estudiantes teniendo encuentra que dicha sede se creó especialmente para las carreras afines al mar. Qué mejor forma de estudiar el mar que fundiéndose con él desde la entrada a las aulas.

A pesar de las palmeras y la vista a un mar con una doble pared de olas, la Sede Caribe sigue siendo la Universidad Nacional de Colombia. Se siente en los pasillos largos, se ve en los caballos pastando, en las fichas indicativas con los colores blanco y verde escritos con la caligrafía propia de la UN. Es increíble  que las instalaciones de la Nacional en Centroamérica conserven la esencia que nos hace sentir en casa pero, a la par, se camufla al espacio que ocupa, junto al mar.

Tradición e identidad 

Esa capacidad camaleónica de acoplarse al espacio en el que se encuentra, también tiene que ver con saber entender y representar a los habitantes de la zona. Y lo más importante: crear espacios públicos que generen apropiación e identidad de las áreas de todos.

En San Andrés la universidad se compone básicamente de un solo edificio, de tamaño inferior a una facultad promedio en Bogotá, con vidrios polarizados para reflejar el sol y paredes fantasmas para que corra la brisa. Lo interesante respecto al espacio público es que las paredes son blancas, sin un solo rayón o consigna política,  pero adornadas con fotos de mujeres raizales que exaltan la identidad e importancia de las tradiciones de los habitantes de la isla.

Mientras tanto, en la sede de la capital nos encontramos con que las paredes pintadas de blanco se encuentran, en su mayoría, llenas de consignas de pequeños grupos de izquierda.  Es necesario decir que también existe una que otra pared con murales que representan a las respectivas facultades.

Afortunadamente para la Sede Caribe y quienes hacen parte de ella, las fotos de las matronas isleñas parecen estar a salvo, no como sucedió en Bogotá, donde literalmente a los estudiantes les rayaron la cara y los sustituyeron por el ya desgastado y paquidérmico cura Camilo.  Es que en la Sede Bogotá ni Gabo se salvó de los capuchos.

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La Sede San Andrés es un ejemplo para Bogotá respecto al cuidado y relación con el espacio público, no solo porque el Caribe se respira y se ve por toda la sede, sino porque ésta parece tener una identidad arraigada en la historia de los raizales ¿Será que en Bogotá no podemos hacer algo así? El asunto es difícil, no solo por la presencia de grupos de extrema izquierda que creen ser la identidad de la Nacional, aunque no lo sean, sino porque no existe algo así como una identidad de la Sede Central o una identidad capitalina entre los Bogotanos.

Y con esa afirmación, se evidencia nuevamente la capacidad de la Nacional no solo de acoplarse al ambiente, sino de transmitir y simular la identidad y las costumbres de la comunidad en la que se encuentre inmersa. Es claro que la falta de identidad de los estudiantes bogotanos es una consecuencia de la falta de identidad en los habitantes de Bogotá. El bogotano de principio de siglo es una especie en peligro de extinción que ha sido lentamente sustituida debido a dos grandes fenómenos: migración de colombianos que vienen de otras regiones del país y que conservan una identidad ajena a la ciudad y el marcado proceso de globalización de la capital que ha debilitado las tradiciones de los cachacos. Esa mezcla de acentos, orígenes y  formas de pensar atiborradas en la gigante Bogotá se da, en una escala menor en la Sede Central, donde si bien la mayoría son bogotanos de nacimiento, los estudiantes son culturalmente disimiles entre sí. Es por eso que es difícil colocar en las paredes fotos de personajes que representen a todos los estudiantes, y la consecuencia es el descuido de lo público.

Muy diferente es San Andrés, una isla que cuenta con una cultura propia y unificada, que a grandes rasgos logra agrupar a la isla bajo un estandarte que se plasma en los espacios públicos.

No podemos culpar a la sede bogotana por la mala utilización de lo público, pues al respecto la Nacional simplemente sigue la tendencia de la ciudad: paredes rayadas, apropiación de las aceras por los vendedores ambulantes, falta de identidad respecto a la ciudad.

En San Andrés lo público sirve para representar a la comunidad y afianza la identidad raizal, en Bogotá lo público presta servicios gratuitos: sirve para hacer propaganda política, impulsar locales comerciales y hasta de refugio y centro de ejercicio de los capuchos; en pocas palabras en Bogotá lo público es para el abuso del privado.

La isla desierta y la ciudad sobrepoblada

 Pero las características más marcadas de la Sede Caribe, son a la vez los rasgos supremos de toda la isla: la soledad y el aislamiento. Al preguntar a varios residentes de la isla sobre la universidad, la respuesta en su mayoría reflejó el desconocimiento en general sobre la institución o referían –sorprendentemente- que permanece cerrada, cosa que no fue posible comprobar. Es alarmante la total desconexión entre la Sede Caribe y los sanandresanos. Pero no se trata de un rasgo único de dicha sede, el aislamiento es propio de la Universidad Nacional. Las nociones de los capitalinos, incluso entre los familiares de los estudiantes, acerca de la Nacional no pasan de la ubicación, la calidad académica y los lamentables estigmas sobre las pedreas. Teniendo en cuenta que se trata de una universidad pública –de todos y para todos- es triste que se sienta como algo lejano y desconocido para los colombianos.

Es por ese aislamiento que las tumbas no desentonan con la Sede Caribe, la cual que se caracteriza por una profunda soledad. En la isla se siente, literalmente, el aislamiento por todas partes: casas que se encuentran en un punto medio entre los edificios y los escombros y carros abandonados son parte recurrente del paisaje en San Luis. Más allá de la zona turística y comercial, dominada por unas cuantas marcas que venden productos extranjeros y los grandes hoteles que manejan la economía de la Isla, los raizales están solos. Es imposible pensar algo distinto al ver las tumbas en los patios de las casas, y junto a ellas hombres y mujeres sentados mirando pasar turistas, como si vivos y muertos no tuvieran nada mejor que hacer.

Al parecer ni la muerte lograba juntar a los raizales con los continentales. Era una costumbre  de enterrar a sus familiares en sus casas, en un gesto para mantener unida la familia y no perder del todo a las personas que amaron. Hoy día son  prohibidos los entierros en las casas debido al proceso subterráneo de purificación de agua marina para consumo de la isla. Por cierto, los sanandresanos se quejan por la falta de agua, los turistas no.

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Esa costumbre venida a menos, muestra claramente el aislamiento de la cultura raizal, y de paso explica la presencia de tumbas en la Sede Caribe. Pero la soledad de los raizales es una realidad palpable. A fin de cuentas San Andrés es una isla dividida. Los raizales tienen su propia lengua, viven mayoritariamente en un solo sector de la isla y practican su propia religión (la iglesia Bautista es la que posee mayor aceptación entre los raizales). Su relación con el resto del mundo es únicamente económica, ya que subsisten del turismo. En su lucha por mantener unido a su pueblo los isleños se ha alejado de todo.

Eso mismo le pasa a la Sede Caribe, una construcción en donde solo habita un celador y una mujer que se encarga del aseo; pero que no tienen nada que ver con la universidad. Así se evidenció tras tratar de averiguar algo más sobre la sede en una corta entrevista, donde todas las respuestas fueron monosilábicas o negativas. No fue posible hablar con algún profesor o estudiante de la universidad, no solo porque estos están de vacaciones, sino porque nuevamente nadie dio cuenta de ellos. Ese tal vez es el gran defecto de este reportaje, pues es difícil hacerse a la imagen de un centro educativo si este tiene los salones cerrados y no hay estudiantes. Y sin contar las gallinas que se pasean por los pasillos, y las imágenes que reflejan los vidrios polarizados nadie habita en la Universidad Nacional sede San Andrés.

En cuanto a la ciudad capital, se siente todo lo contrario, basta ver un Transmilenio atestado de personas o la plaza Central de la Universidad durante el horario de almuerzo para darse cuenta que la ciudad tiene una población desproporcionada. Ciertamente la UN esta sobrepoblada. Por ejemplo, en la facultad de Derecho son comunes las ocasiones en que es necesario traer más sillas de otros salones o incluso presentar exámenes en las escaleras.  Así es Bogotá, una ciudad desmedida donde al parecer las casas en algunas direcciones son interminables, donde los carros bloquean las vías únicamente con su excesiva cantidad, y donde parece que las personas duermen en las calles porque no hay más sitios disponibles. Una vez más la Nacional es solo otro elemento del ambiente.

Razón de ser

 La soledad y el aislamiento de la Nacional finalmente no son nada sorprendente, pues no es un secreto que una de las grandes debilidades de nuestra universidad es la falta de comunicación con el país y consigo misma. Para muchos estudiantes en Bogotá las demás sedes de la universidad no pasan de las fotos del SIA. Fue precisamente esa desconexión entre las sedes lo que dio lugar a hacer este reportaje sobre la Sede Caribe de la Universidad Nacional de Colombia.

Por lo tanto, más que tratar de sacar conclusiones -lo cual es difícil teniendo en cuenta el corto período de tiempo estuve en San Andrés, este reportaje es un intento por despertar interés por los espacios que componen a la Universidad Nacional en todo el país, y para que los estudiantes se apropien de ellos.  Sin embargo, me tomaré la libertad de hacer un vaticinio –aunque bien serviría para un epitafio-, debemos terminar con el aislamiento y la soledad de la Nacional, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen otra oportunidad sobre la tierra. Gracias Gabo.

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