Sara Valentina recorre con la punta de los dedos cada una de las hojas de su cuaderno y, aunque no puede verlas, sabe a la perfección qué hay en ellas: figuras en plastilina, números rellenos con papel periódico, paisajes en algodón y animales con plumas.
Todo está en relieve para que pueda seguir las formas con sus dedos. “Este es pinocho con orejas de burro” dice, con la cabeza levantada. Su memoria y su tacto son impresionantes, así como lo es la energía con la que anticipa las tareas que van apareciendo al pasar las páginas, que le explica a su abuela, doña Cecilia.
Sara es una de las 40 estudiantes con discapacidad visual que estudian en el colegio oficial OEA de Bogotá. La pequeña, que sobresale por su sonrisa curiosa, el marco blanco de sus gafas y la trenza que recoge su cabello liso con la que juguetea de atrás hacia adelante, tiene 5 años y cursa preescolar en este plantel de la localidad de Kennedy.
Así como ella está aprendiendo braille por primera vez, su abuela también está descubriendo los secretos detrás de este sistema de lectura y escritura que, con un cosquilleo en la piel de los dedos, es la llave para acceder al conocimiento para las personas con limitaciones visuales. Es, sin duda, una de las alumnas más juiciosas en el salón de tiflología de este colegio oficial de Bogotá.
El encuentro entre las palabras, los dedos y la comprensión es posible gracias al trabajo de los profesores Pedro Aldana y Melba García, quienes, conscientes de la importancia de que compañeros, familiares y profesores de los estudiantes con discapacidad visual tengan conocimientos del braille, crearon la iniciativa ‘Don Tiflote’ para que todas las personas de la comunidad educativa puedan desarrollar estas habilidades.
Ya son 10 padres de familia y 20 maestros videntes los que se han interesado por estos aprendizajes, en el marco de este proyecto que hace parte de las Iniciativas Ciudadanas de Transformación de Realidades (Incitar), con las que la educación pública de Bogotá está gestando pequeñas grandes revoluciones en las comunidades.
Viendo el mundo a través de las manos
“1, 2, 3, 4 y 5… A, E, I, O, U”, lee la pequeña de preescolar con el movimiento de sus manos. Los conocimientos, hasta entonces, los ha adquirido por la voz de otras personas e incluso de personajes, como la famosa cerdita de la televisión Peppa Pig, a quien no reconoce por su color rosado intenso pero sí por su voz aguda y el inconfundible ‘oink’ que la convirtió en su favorita.
“Ella estudiaba en jardines donde nunca habían tenido el interés de enseñarle braille y mucho menos de incluir a su familia. Ahora, en el colegio, esto es una necesidad real para que ella pueda progresar. Si nosotros en la casa no la podemos orientar, se le va a dificultar mucho más”, explica su abuela.
Por eso, doña Cecilia se comprometió a sacar adelante esta nueva asignatura en su vida. Con pizarra y punzón en mano, se dispone a practicar algunas letras en compañía de su nieta. “Yo he aprendido con ella, aunque la niña siempre va más adelantada”, agrega con alegría.
La abuela ya sabe las vocales y la letra ‘M’, y recuerda que aprender es todo un proceso, en el que lo primero que hay que saber es que el braille es un sistema que, a través de 6 puntos, permite la escritura de las letras del alfabeto, los signos de puntuación, los números y los signos matemáticos.
Para ello, los maestros tienen una práctica tabla en madera donde se muestran los 6 puntos que conforman cada letra y signo y se pueden realizar todas las combinaciones posibles; un material pedagógico que es el preferido por los más pequeños cuando llegan a iniciarse en este aprendizaje.
Luego viene el momento de tomar la pizarra y el punzón, al mismo tiempo que se reconoce cada letra y se memoriza. Para la escritura se va marcando con el punzón cada punto de derecha a izquierda, de forma que al sacar el papel y darle la vuelta, queda en alto relieve y se puede leer al tacto.
Doña Cecilia repite los ejercicios con mucha disciplina. Pregunta, corrige sus errores y trata de sacarle el máximo provecho a esos pocos minutos que pasa en el aula de tiflología porque sabe que, una vez llegue a su casa, deberá enseñarle a los papás de Sara y a su hermano, para que toda la familia pueda guiarla en sus tareas pero, especialmente, para que todos puedan entender cómo es ver el mundo a través de sus propias manos.
Así se transforma toda una comunidad
En el salón de tiflología del colegio OEA siempre hay movimiento. Constantemente entran los estudiantes con discapacidad visual y sus profesores a solicitar materiales y apoyos pedagógicos. Allí están los tiflólogos y practicantes, trabajando con los niños, en el computador, imprimiendo o escribiendo en la máquina Perkins, que tiene el teclado en braille.
Entre muchas de las tareas que Pedro y Melba deben realizar, se encuentra la traducción de las actividades que los estudiantes con discapacidad visual realizan en clase. Esta es la razón por la que en los cuadernos puede verse lo escrito en braille y también una traducción en tinta, de forma que los demás maestros puedan realizar las correcciones y observaciones.
Sin embargo, “lo ideal es que un niño tenga la retroalimentación inmediata. Debe saber si está usando bien la pizarra o si tiene buena ortografía, por ejemplo. Por eso, si todos los profesores supieran braille, se facilitarían los procesos en el aula y habría una mejor educación para ellos”, explica la educadora especial y tiflóloga, Melba.
Ese es el caso, por ejemplo, de la profesora Nidia Cruz, quien luego de aprender braille dedica más tiempo a los estudiantes con limitaciones visuales para fortalecer sus habilidades de escritura y creación de textos.
“Mi gran motivación fue una alumna. Las dos aprendimos al tiempo y gracias a eso pude ayudar a muchos de sus compañeros. Además, entendí que era muy importante cuando tuve una estudiante que era muy inteligente y me contestaba perfectamente, pero a la hora de revisar sus cuadernos había muchas dificultades en la escritura que antes no le habían corregido”, señala Nidia.
Este proceso, que invita a las personas de la comunidad educativa a ponerse en el lugar de otros, ha traído resultados satisfactorios para todos. Así como la abuela de Sara se emociona al poder ver y entender los progresos de su nieta, para los estudiantes también es significativo, como lo cuenta Angie Herrera, quien asegura que el que haya personas videntes que quieran aprender braille la hace feliz porque así es posible dialogar mucho más con ellos.
Por eso, ‘Don Tiflote’ busca seguir transformando a la comunidad de Kennedy, ahora con unos talleres que se implementarán los días sábados, de forma que cada vez sean más padres y maestros los que puedan aprender braille y aportar así a una educación incluyente para las niñas y los niños con discapacidad visual en Bogotá.
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