Mi primera vez por fuera del país: Sí se puede viajar barato por el mundo

Mi primera vez por fuera del país: Sí se puede viajar barato por el mundo

Abajo el estereotipo de que salir del país es caro. Eso es un problema de pensamiento

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julio 10, 2017
Mi primera vez por fuera del país: Sí se puede viajar barato por el mundo

Hace dos años ahorraba la mayor parte de mi sueldo porque desde siempre había querido conocer Europa. Eso significaba pagar los gastos básicos y vivir con un cargamento de pechugas de pollo congeladas, una bolsa de 5 kilos de arroz y otro costal de lentejas. Todo comprado en tiendas como D1 y Ara. Eso y una tarjeta de Transmilenio con el número exacto de pasajes entre mi casa y la oficina de lunes a viernes. Por lo demás, mi sueldo se iba directamente a una fiduciaria. Sacar una fotocopia era un lujo y comerme una chocolatina podía descuadrarme las cuentas. Era duro pero la ilusión de comprobar que existe un mundo más allá de San Andrés (lo más lejos que había llegado a los 25 años) me daba el impulso necesario para soportarlo. Este esfuerzo iba a valer la pena. Así viví desde mayo hasta noviembre de 2015, cuando una crisis creativa me obligó a renunciar a mi trabajo. Alcancé a ahorrar 5.700.000 pesos.

En ese punto había dos opciones. Coger esa plata e irme para Europa como lo tenía planeado o usarla para sobrevivir mientras salía algo más. En principio decidí ser irresponsable. Mi primer día de desempleado pasó en la fila de la oficina de pasaportes de la 53. Con mi primer pasaporte en mano, me senté una tarde a sacar cuentas. Coticé los hostales más baratos que encontré, pasajes entre países en aerolíneas low cost, y un gasto promedio por día. Esto sin contar los pasajes entre Bogotá y cualquier ciudad de Europa. Con la plata que tenía no me alcanzaba sino para dos semanas entre París, Madrid y Lisboa. Esa misma noche al llegar a mi casa, guardé el pasaporte en el último cajón de la mesita de noche y ahí se quedó archivado por casi dos años. Pienso que el error fue haber sacado cuentas. Desde entonces más nunca volví a hacerlo con mucho detalle antes de un viaje.

Empezando el 2017 la situación ya estaba más estable. Aunque de la plata ahorrada ya no quedaba ni el recuerdo, ahora tenía una tarjeta de crédito que podía reventar a mi antojo. El tener nuevamente un sueldo estable me daba la seguridad de decidir cómo y cuándo pagar lo que comprara con ella. El 31 de diciembre me propuse que este año iba a estrenar el pasaporte y el 4 de enero vi una promoción de pasajes a Chile con LAN. Corroboré con Skyscanner que el precio ofrecido fuera el más barato para esa ruta y vi que en Avianca el mismo pasaje en semana santa salía 7.000 pesos más barato. Naturalmente tomé la opción más económica. Fue 1.393.000 que pagué en tres cuotas. Estaría tres días en Santiago y tres en Valparaíso.

Aunque dicen que Chile es un país caro, en mi caso el pasaje fue lo más caro. Los gastos del viaje no fueron ni la mitad de lo que costó. Busqué los hostales usando páginas como Tripadvisor y Booking. Tanto en Santiago como en Valparaíso me quedé en los mejor punteados de cada ciudad. En Valparaíso el Costa Azul Bed and Breakfast que cobra 10 USD por noche y en Santiago el Che Lagarto Hostel que también cobraba algo parecido (Este último, era como un hotel de cinco estrellas pero para mochileros. Había hasta desayuno buffet). No fueron más de 180.000 en hostales y me llevé 100 dólares que cambié por pesos chilenos. En lo que más gasté fue en las dos botellas de vino artesanal que traje. Había que aprovechar.

Por si fuera poco, justo antes de embarcar el avión en Bogotá ocurrió algo que no me esperaba. Avianca sobrevendió el vuelo y ofreció un bono de 255 dólares más un combo en Burger King al pasajero que cediera su silla y viajara después. El avión despegó sin mí y perdí la primera noche de hostal que ya había pagado, pero Avianca técnicamente me devolvió la mitad de lo que me había costado el pasaje para usarlo en un próximo viaje. Es decir, la primera salida del país me aseguró la segunda.

La última noche dormí en el aeropuerto de Santiago porque el vuelo hacia Bogotá salía a las 6:00 de la mañana y el último bus que podía coger pasaba hasta las 10 de la noche anterior. En Santiago un taxi puede costar el equivalente a 100.000 pesos colombianos. Hasta esa noche fue parte de la aventura. Fue absurdo encontrar comodidad sobre el piso de un aeropuerto.

El de Chile fue mi primer viaje más allá de nuestras fronteras pero claramente no va a ser el último. Solamente en ese país me falta conocer los glaciares del sur, el desierto del norte e Isla de Pascua. En el mundo hay otras rutas que ya tengo estudiadas. Me gusta lo remoto. Quiero visitar la polinesia, hacer el tren transiberiano, la ruta lícea en Turquía, irme en barco por el Amazonas desde Leticia a Manaos, mochilear Filipinas y conocer Nepal. En mi caso, estos viajes me implican cierto sacrificio pero valen la pena. Lo hago porque estoy relativamente joven, no tengo hijos y ningún problema en que la mayor parte de la poca plata que tengo se vaya en eso. Quien sabe si más adelante siga siendo así. Puedo vivir todo el año en tenis y sudadera, sin rumbiar ni tomar, moviéndome en bicicleta, llevando lonchera y cocinando lo que me como. No cualquiera sirve para eso. Es algo que va en la personalidad.

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