Manipulando el lenguaje como cualquier aplicación para generar tráfico, una embajadora de la colombianidad aclaró que prescribir "recomendaciones" no constituía delito, pero configurar "redes" sí. Mientras tanto, un presidente “libertario”, acostumbrado a hacer "su ley", lanzaba al aire una criptomoneda y proclamaba: «cara-jo», gano yo; sello, pierden los demás -boludos-.
El "realismo mágico" está de moda. Como un espejo translúcido, normalizó las dualidades y las anomalías. Posmoderno, recrea narrativas circulares y ofrece a cada lector la posibilidad de convertirse en cómplice de sus quimeras. Rayuela, por ejemplo, permite jugar con las secuencias, manteniendo inconclusa la crisis existencial, la dependencia a los alucinógenos o la codependencia hacia la "Maga", quien destilaba la «mega-lomanía» ajena.
Esta referencia contiene trazas de la sinrazón que atraviesa nuestra generación. En la democracia más antigua de la era reciente, que cumplirá "250 años de falsedad", hitos como la institución representativa (1787), la abolición de la esclavitud (1865) o la validación del voto femenino (1920) contrastan con la "realidad actual", donde las víctimas parecen ser los patriarcas, patrones y patrocinadores que sabotean cualquier cambio trascendental.
En los años ochenta, anticipando el fin de la Guerra Fría, Ronald dejó de dramatizar papeles presidenciales en la ficción para asumir ese cargo en la "realidad". Curiosamente, su victoria electoral fue impulsada por las misteriosas fuerzas de la MAGA (Make America Great Again): la consigna que viralizó con la promesa de recuperar la grandeza que los Estados Unidos de América habían extraviado.
Condenados a repetir la historia, desde la década pasada, Donald copió ese eslogan, convirtió la política en un "reality show" y viralizó el "libertarismo totalitario" en América, invocando personajes polémicos como Milei. El viejo continente plagió ese espejismo, adaptando el lema como "MEGA" (con "E" de Europa).
Mientras tanto,, aquí, eventos como «mega-land» glorifican la "narcoanticultura" que el disonante presidente Aureliano denuncia, quien luego la defiende como arte “liberador" porque esa “cruda realidad” también la comercializa como entretenimiento, mediante productos del género de Sin Tetas No Hay Paraíso, uno de los libreteados "seguidores" de su discurso.
El liderazgo ha perdido la "magia" que Martin Luther King soñó, mientras la opinión pública, adicta a las pantallas, sucumbe a la "peste del insomnio", consumiendo posverdades y "realidades aumentadas" que difuminan los límites entre la apariencia y la virtualidad.
Imaginando islas de fantasía, Petro con “vueltiao” y Trump con gorra se presentan como versiones del sombrerero de Alicia en el País de las Maravillas, repartiendo promesas imposibles o acertijos sin sentido. Bukele apostó su país al Bitcoin y perdió, mientras el alquimista Milei promovió su signo zodiacal, Libra, que hizo que el dinero apareciera y desapareciera como el truco del conejo.
Finalmente, intentó proyectarse como santo en una fallida puesta en escena periodística. Su mejor defensora sería nuestra fiscal general, experta en quedar bien con Dios y con el Diablo, quien argumentaría que X ampara la libertad de expresión y que, a quien no le guste lo que diga el influencer, que se vaya al "carajo". Qué coincidencia, esa clase de relato conecta a la tierra del realismo mágico con la de Cortázar, quien imaginó a la "Maga", ahora resignificada como Make Argentina Great Again.
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