La peligrosa debida obediencia
Opinión

La peligrosa debida obediencia

En el fondo, se trata del apoyo incondicional, por encima de la ética y del código penal, a las adhesiones y broncas del jefe.

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octubre 08, 2018
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El cuento de convencer por la vía de los argumentos ha perdido validez, en particular en la política.  Está ocurriendo en los Estados Unidos, en Europa y en Colombia. No ganan las razones; triunfa la filiación política. No importa que, allá o acá, algún líder sea acusado de algo como una violación sexual: es de los míos o, al revés, yo soy suyo o suya, y my president cuenta con mi respaldo.

El juez Kavanaugh fue, finalmente, elegido y ungido como miembro de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, cargo que, si la salud lo favorece, podrá ocupar por tres décadas. El Partido Republicano, y en ello Trump puede reclamar buena parte del triunfo, domina ya la Corte Suprema, un viejo sueño de los más conservadores del PR. Gorsuch y Kavanaugh contaron con el decidido apoyo de Trump que, especialmente en el caso del último, había perdido “momentum” en las últimas semanas por cuenta de varias acusaciones de acoso sexual tanto en la época del colegio como de Yale, donde estudió derecho.

Hace algo más de una semana parecía que el recorrido de Kavanaugh quedaba truncado. Jeff Flake, el senador republicano de Arizona, que ya había escrito un libro contra Trump, condicionaba su voto a una investigación del FBI sobre las acusaciones que recaían sobre el candidato. De inmediato, y con plazo máximo de una semana,  la Casa Blanca ordenó al cuerpo de inteligencia realizarla. Diligente, el FBI no invirtió más de cuatro días en sus indagaciones y los resultados no hicieron más que justificar el voto de algunos indecisos republicanos a favor de Kavanaugh.

Importó poco la credibilidad de la Dra. Christine Blasey Ford en el interrogatorio en el Senado de los Estados Unidos y tampoco otras denuncias y, menos aún, la presión de las mujeres agrupadas alrededor del movimiento #Yotambién, que acaba de cumplir un año. Al contrario, la semana sirvió para desacreditar a las acusadoras y exaltar la bondad del muchacho Kavanaugh, que tenía el derecho a ejercer su joven masculinidad en los 80, amén de que las denuncias formaban parte de un complot del partido demócrata. Una senadora republicana, de Alaska, fue la única oveja negra del Partido Republicano al no votar a favor del candidato. Ya fue maltratada por Trump en las redes sociales: Alaska no te lo perdonará, le ha dicho.

Trump ha jugado impecable: polarizó aún más a la opinión pública norteamericana y con un poderoso viento a favor, la tasa de desempleo más baja desde 1969 y la reformulación del acuerdo comercial con México y Canadá, es el triunfador, al menos hasta que no se conozcan los resultados de las elecciones parlamentarias de noviembre. Poco importó que la tormentosa Daniels (Stormy) publicara su libro Full Disclosure en el que, dicen, relata su relación con el presidente por allá en los años en que Melania daba a luz y en los que aquel daba consejos de cómo había que agarrar, de una, a las mujeres.

Los argumentos no interesan en realidad. Muy pocos cambian de opinión en los procesos que generan las discusiones públicas. Allá o acá, los liberales de pensamiento, alentados por sus dirigentes, son tachados por amplias masas, como comunistas, ateos, partidarios de quitar la vida y enemigos de la familia (por ejemplo, en los debates de salud reproductiva).

 

Por estos lares, quienes hayan respaldado el proceso de paz, son mamertos y ya.
Del otro lado, la etiqueta de paramilitares se ha endilgado, a los del No.
Otra imbecilidad

 

Sin duda, tampoco se trata de actitudes que caracterizan solo a la derecha extrema. Por estos lares, sobra decirlo, quienes, por ejemplo, hayan respaldado el proceso de paz, son mamertos y ya. Valiente estupidez. Del otro lado, en el mismo contexto de la paz, la etiqueta de paramilitares se ha endilgado, con facilidad por muchos, a los del No. Otra imbecilidad.

En el fondo, se trata, para gusto de los dirigentes sectarios, de la debida obediencia de los seguidores. Es aquel apoyo incondicional, por encima de la ética y del código penal, a las adhesiones y broncas del jefe.

Se habla hoy de competencias del siglo XXI y, dentro de ellas, del pensamiento crítico. ¡Bah! La debida obediencia es la renuncia a la reflexión, a la posibilidad de aprender del otro, de reconocer errores. Es matonería de las redes, el acoso a periodistas, a jueces, a testigos.

En un país con la enorme diversidad de Colombia, la debida obediencia es la exaltación de lo que nos perdemos. La endogamia del yo con yo, de la fidelidad a mis jefes y el odio a los que piensan distinto equivale a pisotear el gran capital de un país que, de verdad, saldría adelante si nos respetáramos entre diferentes.

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