La paz es imparable, es una utopía del presente

La paz es imparable, es una utopía del presente

"Todo intento conservador de evitar el cambio ha sido revocado por eso queremos pensar que, a pesar de las pasiones negativas del momento, la paz es imparable"

Por: Vanesa Giraldo-Gartner /Julián Alfredo Fernández Niño
octubre 06, 2016
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La paz es imparable, es una utopía del presente

Tras la finalización de cuatro años de negociación entre el gobierno colombiano y la guerrilla más antigua y numerosa del país, los colombianos pudieron soñar después de 52 años con la posibilidad del fin de la guerra. Las calles se colmaron de palomas blancas y banderas tricolores en manos de activistas y comprometidos que gritaban ¡Sí a la paz! .El mismo entusiasmo inundo las redes sociales en las que con euforia, y probablemente ingenuidad, se compartían masivamente mensajes de reconciliación nacional. Aquel territorio en paz en el que nunca hemos vivido parecía construirse como un castillo de arena en nuestros imaginarios porque por primera vez en décadas por lo menos a nuestra imaginación no le era ajeno.

Pero los símbolos que construimos los optimistas demostraron ser insuficientes en la jornada de votación del pasado domingo. No logramos transmitir el clamor de las poblaciones que han vivido los rigores de la guerra y el trabajo incansable de los movimientos, colectivos y organizaciones por la paz. Se nos quedaron cortas las banderas blancas y los globos de colores para contarle a quienes consideran tolerables más días de confrontación armada que la negociación ha demostrado históricamente ser la única salida y que los acuerdos no fueron un pacto entre el gobierno y las FARC sino el resultado de un proceso de participación social y política que incluyó no sólo a quienes han perpetuado la guerra sino también a quienes la han sufrido. Fallamos en construir símbolos que nos convocaran a todos y todas como ciudadanos de una nación que se ha desangrado en un conflicto enquistado en las armas. Y nuestra incapacidad para resolverlo sin ellas queda en evidencia con la profunda crisis política que dejaron los resultados del plebiscito. Éste es tal vez una de las pocas transiciones del país en las que tendremos que asumir entre todos un conflicto sin violencia y no sabemos como hacerlo. Las campañas del si y del no prometían abrazos pacíficos al finalizar las votaciones, pero olvidamos que detrás de darnos la mano entre opresores y explotados, entre discriminadores y discriminados, entre opositores y aliados, entre  ateos y religiosos, hay conflictos profundos que debemos tramitar a través del diálogo y que, paradójicamente, en la Habana nos dieron una lección que no hemos aprendido. Sin negar las consecuencias catastróficas de obstaculizar uno de los acuerdos de paz más importantes del mundo, debemos reconocer que esta coyuntura tiene que hacer parte de los sueños de paz y que es en este presente, y no en el que imaginamos, en el que debemos seguir construyendo esa utopía (1).

Durante cuatro años dejamos en la manos de los negociadores las discusiones sobre la deuda de la reforma agraria que ha contribuido a la acumulación de tierras por parte de la clase terrateniente por siglos a través del desplazamiento de comunidades indígenas, negras y campesinas (2); el sistema excluyente de participación política que dio origen a las guerrillas hace más de 50 años; las implicaciones de la economía criminal del narcotráfico; y las posibilidades de verdad y reparación para cientos de miles de víctimas. Quienes no convivimos con los actores armados disfrutamos de un escenario más pacífico en nuestros territorios sin asumir la tarea de entender las razones del conflicto y comprometernos con una solución pacífica desde nuestros campos de acción. Pero el panorama actual nos demuestra, una vez más, que no podemos seguir aplazando una reflexión que reconozca las raíces históricas del conflicto armada y las razones de la perpetuación contemporánea del mismo.

Por lo pronto, la incertidumbre jurídica y política del momento no permiten predecir el rumbo del proceso de paz, pero así como una parte importante del electorado reclamó las fallas del proceso el pasado domingo es menester reconocer las bondades que, aún sin la refrendación, ha implicado. La reducción de las hostilidades es incuestionable, las acciones ofensivas, los combates con la fuerza pública, las muertes de civiles y las muerte de combatientes disminuyeron entre el 91 y el 98% (3). Reconocer que la negociación significa una disminución contundente de la pérdida de vida humanas debe hacer parte esencial de los nuevos símbolos que construyamos para las decisiones futuras del proceso. Como personas que trabajamos en el campo de la salud, la vida debe ser un imperativo ético incuestionable que oriente nuestros discursos y acciones en la construcción de un país en el que debe ser posible la vida de todos. Y esto implica un entendimiento amplio de la justicia social que vaya desde las garantías de condiciones de vida digna para las comunidades hasta el respeto por la expresión de la diferencia política, religiosa o sexual.

La construcción de un Estado laico, pluralista, donde todos tengamos cabida, es un proyecto adeudado desde nuestra vida republicana y un acuerdo de paz es un paso insuficiente pero absolutamente indispensable. Si bien la historia no es lineal, todo intento conservador de evitar el cambio ha sido revocado por eso queremos pensar que, a pesar de las pasiones negativas del momento, la paz es imparable.

 

Referencias

  1. Botero-Gómez P, Itatí- Palermo A. La utopía no está adelante. Generaciones, resistencias e institucionalidades emergentes. CLACSO (Eds.), 2013.
  2. Fals-Borda O. La Subversión en Colombia: El cambio social en la historia. Fondo para la investigación y cultura (Eds.), 2008.
  3. Reducción histórica de 5 % en homicidios en el país en primer semestre. Nota de prensa. El Tiempo. 30 de junio de 2016. Disponible en: http://www.eltiempo.com/politica/justicia/cifras-de-homicidios-en-primer-semestre-del-2016/16633287

 

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