La OTAN: las palabras y los hechos
Opinión

La OTAN: las palabras y los hechos

Una larga lista de hechos da la razón a quienes dudan de que la OTAN actúa y vaya a actuar conforme a la Carta de las Naciones Unidas porque Washington no lo hace

Por:
julio 05, 2022
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En la rueda de prensa de clausura de la cumbre de la OTAN realizada la semana pasada en Madrid, Jens Stoltenberg, su secretario general, dio una nueva muestra de los motivos por los que un elevado porcentaje de la ciudadanía de los países occidentales desconfía cada vez más de las palabras de sus lideres políticos. Stoltenberg resumió las conclusiones de la cumbre, con estas palabras: se tomaron “importantes decisiones para fortalecer la OTAN en un mundo más competitivo y peligroso, donde regímenes autoritarios como Rusia y China están desafiando el orden internacional basado en reglas”. Diagnóstico engañoso por incongruente con las numerosas acciones de los Estados Unidos de América que son contradictorias con “el orden internacional basado en reglas”. Porque si estas últimas incluyen el respeto a la soberanía y la integridad territorial de todos los países del mundo, tal y como lo establece taxativamente la Carta de las Naciones Unidas, no queda más remedio que acusar de hipócrita al gobierno estadounidense cuando esgrime dicho respeto para condenar y sancionar duramente a Rusia por haber invadido a Ucrania y reconocido la independencia de las repúblicas rusoparlantes de Donetsk y Lugansk.

El hecho es que si Putin no ha respetado dichas reglas tampoco lo hace Biden, como demuestra, en primer lugar, que en vez de corregir haya ratificado dos polémicas decisiones adoptadas por el gobierno de Trump. La primera: concederle a Israel la soberanía sobre los Altos del Golán, que pertenecen a Siria, y sobre Jerusalén este y Cisjordania, palestinas. La segunda, concederle a Marruecos la soberanía sobre el Sáhara occidental violando las resoluciones de la ONU que niegan la soberanía marroquí de dicho país, y exigen la realización de un referendo de autodeterminación que permita a sus habitantes decidir su destino. También en la línea de perpetuar el funesto legado de Trump, Biden continúa con la ocupación militar del este de Siria y mantiene en pie el plan de convertirlo en un país independiente controlado por los kurdos. Para no hablar de su injustificable reticencia a reconocer a Nicolás Maduro como presidente legítimo de Venezuela.

Acciones, violatorias del derecho internacional, a las que ha sumado las de su propia cosecha como es la de mantener las bases militares en Iraq a pesar de que en febrero de 2020 el parlamento de dicho país aprobó por unanimidad una resolución que exigía la retirada inmediata de las tropas norteamericanas de su territorio. O la de promover la anulación en la práctica de la declaración conjunta de Estados Unidos y China, firmada por el presidente Jimmy Carter en diciembre de 1975, que reconoce que Taiwán es parte integrante de China, como lo era hasta que Truman decidió apoyar su separación de la misma. En dicha declaración, Washington se comprometía además a anular el Tratado de Defensa Mutua suscrito con el gobierno taiwanés de entonces y a retirar sus tropas de la isla, quedando autorizado a “mantener relaciones comerciales y culturales de manera no oficial con el pueblo de Taiwán”. En contravía de ese compromiso gobierno, Biden ha aprobado por tres veces ventas de armamento sofisticado a las fuerzas armadas de Taiwán. Y se opone a cualquier intento de reunificación de China.

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Esta temible alianza militar podrá seguir ampliándose con Finlandia, Suecia, Georgia y Moldavia, pero el hecho indiscutible es que quien decide qué hay que hacer son los Estados Unidos de América.
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Creo que basta esta lista - que puede ampliarse sin dificultad incluyendo la intervención en las guerras civiles de Yugoslavia y Libia que ha concluido con la desintegración de ambos países - para dar la razón a quienes dudan seriamente de que la OTAN actúa y vaya a actuar conforme a la Carta de las Naciones Unidas y al derecho internacional porque Washington no lo hace. Esta temible alianza militar podrá seguir ampliándose aprobando las candidaturas de Finlandia, Suecia y eventualmente de Georgia y Moldavia, pero el hecho indiscutible es que quien lleva la batuta y decide qué hay que hacer son los Estados Unidos de América El resto escucha, pone alguna objeción para salvar la cara y al final aprueba. Como lo demuestra el hecho incontrovertible de que en la cumbre de Madrid todos los participantes hayan aprobado por unanimidad que “la Federación Rusa es la más significativa amenaza para la seguridad de los aliados y la paz y la estabilidad en el área euro- atlántica”.  Y que la república popular de China, representa “un desafío a nuestros intereses, seguridad y valores y busca socavar el orden internacional basado en reglas”. Que es lo mismo que afirman, con estas u otras palabras, los documentos oficiales sobre “seguridad nacional” aprobados por los gobiernos de Obama, Trump y Biden. Objetivos a los que el consenso bipartidista de Washington no da muestras de querer renunciar y que pretende lograr con el fin de perpetuar un orden mundial en el que las reglas que todos debemos respetar las fijan ellos.

Ruego a los dioses que este delirio no concluya en una pesadilla nuclear.

 

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