La normalización de la misoginia

La normalización de la misoginia

"¿Qué tiene de positivo un padre diciéndole a su hija que es una 'puta' por 'mostrar las nalgas'? ¿Estamos aún en la época victoriana para considerar que el cuerpo es un tabú?"

Por: Adalberto Agudelo-Cardona
marzo 09, 2021
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La normalización de la misoginia

Recientemente se han viralizado contenidos que reflejan una aberrante normalización del sexismo y la violencia intrafamiliar. Dos videos compartidos por algunos de mis contactos se destacan como particularmente perversos.

En uno un padre de familia obliga a su hija a humillarse de manera pública por grabar un video de TikTok haciendo twerking. En otro, una animación muy elemental, un marido mujeriego consigue endilgarle la responsabilidad del comportamiento tóxico a la esposa. Lo más aterrador es la cantidad de comentarios aprobatorios en ambas publicaciones.

¿Qué tiene de positivo un padre diciéndole a su hija que es una “puta” por “mostrar las nalgas”? ¿Estamos aún en la época victoriana para considerar que el cuerpo humano, y especialmente el femenino, es un tabú?, ¿que hay partes de la anatomía de las que hay que avergonzarse?

Es claro que el concepto de femineidad de ese preocupado padre de familia reduce el papel social de la mujer a dos categorías: “puta” o “niña de casa”; una persona segura de sí misma y con una actitud positiva respecto a su cuerpo no merece respeto, en tanto una mujer sumisa, sin aspiraciones, dedicada de manera exclusiva a brindar comodidad a un macho, es un modelo a seguir. Y si bien una mujer dedicada a las labores del hogar merece el mismo respeto y es tan valiosa socialmente como la CEO de una multinacional o la líder de una misión interplanetaria de la Nasa, seguir promoviendo en las niñas el círculo vicioso del rol reproductivo y servil no es el camino hacia la equidad de género que necesitamos con urgencia para avanzar como sociedad.

Uno de los mayores obstáculos para esa equidad (más ominoso y real que el abstracto concepto fascista del “patriarcado” omnipotente) es la carga social perpetua de culpa impuesta sobre el género femenino. Desde el absurdo abrahánico del “pecado original” y la historia pendeja de la manzana hasta la permanente exigencia mediática de “perfección” (que también se impone a los hombres), la mujer, como Atlas, lleva en sus hombros el depósito de culpas de la civilización occidental; por la manera de vestir, por la manera de caminar, por el comportamiento de su familia, por los abusos laborales, por el maltrato: no importa lo que haga o deje de hacer, lo que le hagan o le dejen de hacer, la mujer es necesariamente culpable.

La animación de marras desperdicia varios valiosos minutos en un pésimo guion intentando demostrar que la culpa de que el marido busque sexo extramarital es de ella por “no ponerle atención”. El dibujito barbado se desgañota argumentando que no le quedó más remedio porque tenía que dejar de “mendigarle” cariño a una esposa indiferente. Ergo, ella es culpable de que el muy cobarde no haya tenido los cojones de plantear una discusión adulta, sana y razonable antes de que “una cosa llevara a la otra” con esa maravillosa compañera de trabajo que pronto ostentará un magnífico tocado de alce, y por supuesto, será su culpa.

Y mientras tanto, una fotógrafa colombiana saca fortaleza de la angustia y tiene el coraje de denunciar al colega que la engañó, la drogó, la violó y luego le sacó en cara que “si no le gustó, ¿por qué no gritó?” ante la degradante sorna de mujeres que consideran que la brutalidad y la violación es un derecho inalienable de algunos hombres, incluso cuando les toca a ellas.

La mayor fuente de terror en todo el asunto está en la aprobación explícita y masiva del abuso. En quienes consideran al machista ignorante como buen padre porque públicamente llama “puta” a la hija quinceañera que se expresa bailando; en quienes consideran como una verdad universal que la culpa de la infidelidad es del cornudo, en las que se burlan de una mujer violada. Porque denotan el profundo cáncer social de la ignorancia sazonada por la vendedora morbosidad mediática y agravada por milenios de un judeocristianismo que enseña, primero, que la mujer es pecadora por naturaleza y segundo, que siempre, siempre, la responsabilidad es de otro.

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