Odio sentir la sangre navegando a grandes velocidades hacía mi cabeza, mientras la respiración se corta y la impotencia que se siente al no poder hacer nada por el señor que le grita “por favor, no más” a unos socios de la muerte que vestidos de verde están golpeándolo y electrocutándolo por un motivo que desconozco. No puedo continuar siendo cómplice de aquel teatro, aunque todos lo seamos de manera inconsciente.
Y es que de manera inconsciente hemos dejado en un profundo olvido hemos dejado nuestra humanidad, en lo más recóndito se encuentra esperando a ser rescatada para dejar de permitir semejantes atrocidades. ¿Cuánto más deberíamos esperar? ¿Cuántos más debemos morir para recuperar nuestro humanismo? ¿Tiene que morir mi familia o la tuya para darnos cuenta de que está mal? Porque está mal, aunque los medios no lo digan, aunque el presidente, las instituciones y nosotros lo callemos, está mal. Está mal haber normalizado el ser asesinado por un organismo que juró protegernos; haber normalizado el descuido de un gobierno que prometió velar por nuestro bienestar; haber normalizado el silencio de un pueblo que nació para alzar la voz.
Y quizás esté justificado el haberlo normalizado… quizás esté justificado porque hemos visto como acaban aquellos que han decidido no hacerlo, no normalizarlo. ¿Pero realmente vale la pena continuar vivos en un país en donde cada día hay un nuevo muerto a manos de la policía, un nuevo robo a manos del Estado, una nueva masacre a causa del ejército y un nuevo silencio a manos del pueblo?
Quizás me haya equivocado de bando, pero para mí no vale la pena. Quizás el día de mañana fallezca a manos de un uniformado, sin embargo, mi abuelo siempre me decía “lo único seguro en esta vida, mijo, es la muerte” y yo he decidido morir luchando por un país mejor, por un futuro mejor y por “ser la pesadilla de quienes pretenden arrebatarnos los sueños”. ¿Y tú qué has decidido?
