La narrativa perversa

La narrativa perversa

"El discurso de odio que se usa hoy contra la fuerza pública es tan nocivo y letal como el que cuestiona el derecho legítimo a la protesta"

Por: Leonel Uriel Alzate Herrera
mayo 18, 2021
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La narrativa perversa
Foto: Leonel Cordero / Las2Orillas

Quienes piden al Estado que cese la violencia de la policía pero no piden que cese el accionar del vandalismo le están haciendo el juego a intereses oscuros de quienes buscan desestabilizar la institucionalidad.

El policía que abusando de su investidura agrede a un ciudadano es tan miserable como el ciudadano que abusando de su derecho legítimo a la protesta agrede a un policía, destruye los bienes públicos y privados, y le quita la oportunidad de trabajar y subsistir a miles de ciudadanos que, quedaron en medio de una guerra que no entienden.

No podemos violar los derechos legítimos de una protesta. Pero tampoco podemos permitir que se desintegre la institucionalidad, porque en la historia de la humanidad no hay un solo pueblo que haya logrado la convivencia sin un estado.

Quienes no vivieron la época negra del narcoterrorimo desatado por los criminales del cartel de Medellín ignoran que fueron miles los policías que debieron entregar su vida para derrotar al crimen y defender la institucionalidad. Cientos de jueces, magistrados, procuradores, etcétera, se la jugaron hasta perder la vida por defender a los colombianos.

Ignoran que fueron miles los militares y civiles inocentes que cayeron tras el estallido de un carrobomba, un petardo, víctimas  de sicariato, o en fin... Fue tal el poder oscuro del narcotráfico, que incidió hasta en la elaboración de la constitución del 91.

Eso muchos de ustedes también lo ignoran, pero era tal el poder de Pablo Escobar, que logró que en esa constitución quedara impreso que se prohibía la extradición de colombianos, sin importar el delito cometido.

Una vez se promulgó la carta magna, este terrible asesino se entregó, no sin antes arrodillar al gobierno. Hasta un helicóptero oficial exigió para que lo trasladara desde la clandestinidadal sitio de reclusión que él mismo se dio el lujo de escoger y desde el cual siguió delinquiendo.

¿Por qué caímos tan bajo? Por una simple razón; las fuerzas oscuras del narcotráfico permearon todo el establecimiento, y la cultura traqueta hizo lo propio en los ciudadanos de las clases más desfavorecidas que esperanzadas de mejorar sus condiciones de vida veían en Pablo al dios que los sacaría para siempre de su miseria.

Fue allí, en esos sectores populares, donde se formaron los sicarios y terroristas que tanto, pero tanto dolor causaron derramando sangre inocente, y reduciendo de paso a la institucionalidad, que ya gran parte de ella estaba también infiltrada por el dinero maldito del narcotráfico.

Al final se recuperó el Estado de derecho. Los colombianos, hastiados de una guerra miserable que cada día costaba más vidas, entendieron que por ahí no era la cosa. Estaban frente al dilema que lo iba a cambiar todo: rodeaban a la institucionalidad o nos convertíamos en un país paria al que el mundo miraría para siempre con recelo; un país donde seguramente nadie querría venir, y mucho menos recibirnos en el suyo, y no fueron pocos los compatriotas que sufrieron ese estigma en muchas partes del mundo.

Todo esto lo traigo a colación, solo para que las nuevas generaciones entiendan la importancia de arreglar los problemas sociales, no matando al capitán Solano, no matando a Lucas Villa, sino construyendo a partir de las ideas, y sin permitir sesgos de ninguna especie.

Es clara la desigualdad social en nuestro país. Es cierto que nuestro mayor lastre es la corrupción que nos ha desangrado durante décadas. Sin embargo, también es claro que quienes están detrás de la narrativa perversa contra la institucionalidad no tienen nada bueno que mostrarnos. Muchos de ellos tienen las manos untadas de sangre, además de sed de venganza y poder, por eso usan el odio como su mejor argumento.

Ojo, compatriotas. El enemigo de Colombia no era Lucas, ni Salvador, el niño que murió en la ambulancia... El verdadero enemigo de nuestro país está trabajando soterradamente desde un celular, instigando, dividiendo y lo más peligroso desbaratando la institucionalidad para sus mezquinos intereses.

Volvamos a reconocernos en los ojos del otro, sin narrativas perversas, sin dejarnos utilizar y sobre todo, por los caminos del diálogo. Solo así evitaremos que nos sigan robando la esperanza, y nos acaben de fracturar un país donde, por duras que hayan sido nuestras tragedias, el bien siempre ha salido avante. Feliz domingo.

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