La mujer que recibió el cadáver de Carlos Pizarro, el último de los guerrilleros carismáticos de Colombia

La mujer que recibió el cadáver de Carlos Pizarro, el último de los guerrilleros carismáticos de Colombia

Laura García compartió la guerra y la paz del M-19 en las montañas del Cauca y se propuso que su hija Maira del Mar Pizarro, honrara la vida un papá que conoció poco

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diciembre 28, 2022
La mujer que recibió el cadáver de Carlos Pizarro, el último de los guerrilleros carismáticos de Colombia

Acostado en una piedra al lado del río Cauca en el corregimiento de Santo Domingo en Toribio, Cauca, Carlos Pizarro le leía El Señor de Los Anillos, su libro favorito, a María del Mar que con solo cuatro años ella estaba lista para descubrir el universo de J. R. R. Tolkien. El comandante tomó a su hija como una discípula y siempre buscó prenderle la fiebre por la ciencia ficción que él siempre adoró.

Tirados en el pasto, padre e hija clavaban la mirada al cielo y jugaban haciendo figuras en las nubes con el pincel de la imaginación. Muchas de esas figuras tenían forma de oso, el animal que tanto le gustaba al comandante. Así eran los días previos de Carlos Pizarro antes de envolver su pistola en la bandera de Colombia y entregarla con otra montaña de armas durante el final del gobierno de Virgilio Barco en 1990. Era la primera vez en este país que se llegaba a un acuerdo de paz con la guerrilla.

Una vez el M-19 se convirtió en partido político, Carlos Pizarro no titubeó en lanzarse a la presidencia. María del Mar no recuerda el rostro de su papá, pero no olvida sus manos, más parecidas a las de un gigante cariñoso que no le temía a darle besos y abrazos a sus amigos.

Laura García fue la última mujer de Carlos Pizarro y con la que vivió durante diez años hasta que llegó el 26 de abril de 1990 cuando en pleno vuelo de Avianca, Yerry, un sicario pagado por el paramilitar Carlos Castaño le pegó 15 balazos por la espalda. Era la segunda vez que a Laura le mataban un amor.

Laura García creció en una familia de clase media alta, liberal apasionada por Alfonso López Pumarejo, Jorge Eliécer Gaitán y que siempre respaldó las reformas agrarias que en ese entonces se veía imposible de alcanzar, pero que su papá Jesús María García Álvarez, un cultivador de café, siempre soñó con que se convertirían en una realidad. Su mamá Judith Mejía era una tradicional ama de casa, pero decidida y determinada a ser profesional, sacó su carrera adelante mientras hacía cuanta artimaña a su alcance para criar 8 hijos.

A pesar de que la familia García Mejía era progresista a la hora de hablar en el desayuno, el almuerzo y la cena, Laura terminó en colegio de monjas.

Cuando estudiaba sociología en la Universidad de Caldas, conoció en el equipo de basquetbol a su primer novio, Cristián, pero fue asesinado en una calle de Manizales. Laura investigó a fondo y se enteró que Cristián era un guerrillero del M19. Desde ese momento se interesó por estudiar el joven movimiento y estuvo durante dos años siendo parte de esa guerrilla urbana en Caldas y Valle del Cauca. Con 19 años se fue a Cuba a enlistarse en un entrenamiento dirigido por Carlos Pizarro. Aunque era diez años mayor que ella y estaba recién divorciado, le empezó a echar los perros. No pasó mucho para que se enamoraran y al año y medio regresaron a las angustias de la clandestinidad de Colombia.

Mientras Carlos era el máximo comandante, Laura se encargaba de las comunicaciones del M-19. Lo suyo no eran las armas y prefería estar detrás de bambalinas, eso sí siempre al lado de Pizarro, a quien defendía a capa y espada. En 1984 el gobierno conservador de Belisario Betancourt incumplió su palabra de negociar la paz y mientras andaban en jeep por una carretera destapada del Valle del Cauca, les dispararon en un retén militar: entonces literalmente dio su vida por Carlos Pizarro. Para que no lo hirieran en el pecho, Laura le puso la mano a las balas. Perdió cuatro dedos. Su superior Antonio Navarro Wolf perdió la pierna derecha y quedó con serias lesiones de por vida que hoy 40 años después aún lo atormentan.

Para que no lo hirieran en el pecho, Laura le puso la mano a las balas

No fue el único atentado al que Laura y Carlos sobrevivieron. Una vez intentaron escapar abriendo un túnel vietnamita, táctica guerrillera que aprendieron a cavar en Cuba, pero que no estuvieron pensando para que mujeres embarazadas se arrastran por ellas. Su barriga de 7 meses no pasó por el hueco. Pizarro decidió enviar a Laura de vuelta a Bogotá. El día que María del Mar nació, la policía, previamente avisada, allanaba cada clínica privada, buscando al segundo hijo del comandante. No sospechaban que era una niña y un barón como lo habían pronosticado.

M19: Álvaro Fayad, Antonio Navarro, Iván Mario Ospina, Carlos Pizarro y Gustavo Arias

Álvaro Fayad, máximo comandante del M19 después de la desaparición en las selvas del Darién de Jaime Bateman, era el guardián de Laura y María del Mar, siempre apostado en la puerta de la casa en la que vivían en el barrio Quinta Paredes al occidente de Bogotá, la misma casa donde la policía lo cercó y lo abatió el 13 de marzo de 1986 unos días después de que el comandante lograra sacar de allí a las mujeres de su compañero de lucha. Fueron meses difíciles donde les fue imposible comunicarse con Carlos, pero finalmente se reencontraron en Cuba en el mismo lugar donde se enamoraron.

El último recuerdo que tiene María del Mar de su papá es en esa casa humilde en Santo Domingo, Toribio, donde vivió una larga y feliz temporada con sus papás y Antonio Navarro Wolf que hacía las veces de tío. Sus amigos además de los guerrilleros que iban a rendirle cuentas a sus papás eran dos perros dóberman que se multiplicaron en una cría donde tuvieron doce cachorros. Después de firmada la paz, de regreso a la ciudad, la ilusión de su papá terminó en ese avión de Avianca, María del Mar para poder sobrevivir decidió hacer borrón y cuenta nueva.

Laura con solo 28 años quedó viuda, sin dinero y con una hija de cuatro años que tenía que mantener. Se sumió en una larga depresión que tardó en curarse. Por vivir en la selva nunca terminó su carrera y para acabar de completar el Estado le cerró la puerta a cualquier tipo de compensación económica por el asesinato de su esposo. Con las uñas hizo de papá y mamá mientras se inscribió a la carrera de Ciencias Políticas y Resolución de Conflictos de la Universidad del Valle. Tenía que hacer malabares para pagarle la mensualidad en el colegio Gimnasio Los Caobos de Bogotá a su hija María del Mar.

Laura García, la última mujer que amó a Pizarro

El apellido Pizarro no le ayudó, al contrario, fue un estigma que soportó y fue solo el diploma de profesional le dio la oportunidad de ganarse la vida en la Red de Solidaridad Social para Cundinamarca. La cercanía con Gustavo Petro, su viejo compañero de luchas en el M-19, luego la llevaría a trabajar con él alcaldía de Bogotá detrás de bambalinas como lo hacía con Carlos Pizarro.

María del Mar tuvo un efímero paso como modelo de Hernán Zajar pero la huella de su papá era más profunda y tenía  aquel interés por tener el país en la cabeza, entró a estudiar  Ciencia Política en la Universidad Los Andes y su vida tomó otro rumbo. De regreso de sus estudios en el exterior entró a trabajar en Memoria y Política con víctimas del conflicto, entre ellas, las madres de Soacha. No pasó mucho para que se lanzara a emprender con Biogar, una empresa enfocada en el medio ambiente. En vez de invertir en publicidad, se centró en hacer proyectos productivos con organizaciones de víctimas de Caquetá y Putumayo, los videos con víctimas fueron su campaña de marketing.

Finalmente, sucumbió al aguijón del bicho de la política y no desaprovechó que uno de los grandes admiradores de su papá en el M19, Gustavo Petro se proyectara como el gran líder de la izquierda colombiana y con su espaldarazo alcanzó una curul en la Cámara de representantes por Bogotá. Fue la manera de ambos, el ex guerrillero y la heredera, honrar la memoria del último de los comandantes carismáticos de Colombia.

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