La maldad sin límites del Centro Democrático

La maldad sin límites del Centro Democrático

"Desean anclarnos en la guerra. La agencian desde cómodos escritorios, mientras sus hijos se educan en prestigiosas universidades para en unos años tomar las riendas"

Por: German Peña Cordoba
junio 17, 2019
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La maldad sin límites del Centro Democrático
Foto: Twitter @IvanDuque

Parece que estuviéramos condenados irremediablemente a vivir en una guerra perpetua. Sin ningún escrúpulo, el llamado "Centro Democrático", que se inventó la maldad, acude a lo que sea para que se mantenga la guerra. Así lo expresan los intereses superiores de los señores de la guerra, que se benefician económicamente de este perverso y lucrativo negocio y los que logran vigencia política engañando incautos.

Es por eso que desean anclarnos en la guerra. La atizan y la agencian desde cómodos escritorios, mientras sus hijos se educan en prestigiosas universidades en el exterior para que en unos años sean ellos los que tomen las riendas del país y continúen su denodada labor de preservar sus eternos privilegios e intereses. Acto seguido, el pueblo engañado sigue votando por ellos sus opresores. Esto nos lo demuestra su tradicional forma de elegir a sus representantes, donde el voto es inducido o comprado en ausencia de férreas convicciones.

Actualmente vivimos, ni más ni menos, en una dictadura de clase, la cual pretende inocularnos el sofisma de que su desempeño ha sido bueno durante 200 años y contrario a esto no han hecho más que empobrecer un país rico, con base a la corrupción, y de contera sumirnos en una desigualdad e inequidad vergonzante. Nada los detiene en su afán de reciclar odios y violencia como método de cobrar vigencia política y manoseo electoral. Al fin y al cabo no tienen nada que ofrecer diferente a engaños, incendios, insultos e improperios. Propuestas que beneficien y rediman al tradicional sufrimiento del pueblo colombiano: cero

Cuando Juan Manuel Santos anunció al mundo que "la guerra en Colombia había terminado", el mundo celebró pletórico de emoción. Muchos reaccionamos exultantes de alegría y también celebramos este gran logro. Se había terminado el conflicto con la guerrilla más antigua del mundo: Fuerzas Armadas Revolucionarias (Farc). Era lógico que ante esta desmovilización y desarme surgiera el natural coletazo de unas disidencias que siempre se dan en la resolución de cualquier conflicto. Disidencias siempre surgen y se contempla. Es un fenómeno importante que no debe pasar de un 10% de sus bases y ya sin el grueso de lo inicial resulta fácil combatirlas. Ahora con ellas quieren sembrar en el imaginario colectivo que las Farc todavía existen como movimiento armado. Goebbels, jefe de propaganda nazi, es un aprendiz ante estos en el manejo de psicología de masas. Lo real es que las Farc como tal se desmovilizaron, se desarmaron y cumplieron. Las Farc como movimiento armado con mando central ya no existen.

¿Qué nos faltaba para una paz estable y duradera? Sentar al ELN a la mesa de diálogo. No era fácil abrir una mesa de negociaciones con este movimiento guerrillero con influencia clerical, dogmático, ortodoxo y de una rigidez ideológica a toda prueba e invulnerable. El gobierno Santos lo logró. Entonces, se necesitaba un "gobierno de transición" que implementara rápidamente el proceso y completara los diálogos con la otra tradicional guerrilla. El mal cálculo de las Farc, acostumbrada a los tiempos que determinaba su hábitat natural, y el gobierno Santos que tampoco supo medir los tiempos, sumado al infortunado y superfluo plebiscito, las dilaciones en los diálogos y las mutuas desconfianzas, evitaron que todo lo anterior hubiera quedado listo en los dos periodos de gobierno Santos. Fue un imposible y ahí radica el problema que se presenta hoy, con un gobierno sin voluntad de paz.

Llegaron las elecciones y las ganó el sector político más inoportuno para la implementación del proceso. Empezaron con la demolición, aupados por una sesgada Fiscalía. Sus lunáticas acciones no nos sorprenden. Un presidente secuestrado por el ala radical de su partido y que no gobierna para todos los colombianos, sino que busca complacer una minúscula caterva. A un mandatario sin gobernabilidad como el nuestro le es difícil unirnos bajo un solo proyecto de país y no tiene  el poder de reconciliarnos, más cuando se le dificulta hablar de paz. Eso sin contar con que todo lo que emprende le sale mal y se ha convertido en un multiplicador de insanias.

En mantenernos divididos radica la maldad. Además, desinformar, desacreditar las cortes, desprestigiar la JEP y crear un caos institucional es el objetivo central. En eso se basa su protervidad y su maldad. Pareciera que el mismo gobierno no ha reconocido la diferencia entre gobierno y Estado y en consecuencia actúa como si fuese todavía la oposición al gobierno anterior. Un espejo retrovisor de cuatro años cargan a sus espaldas, como un gigante piano que les estorba y los alucina. Y lo más grave: parece que no hay con quién salir del atolladero en que se encuentran, pero, peor aún, desconocen para su infortunio que la paz llegó para quedarse y les resultó indestructible e imposible hacerla trizas.

 

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